Los humanos de papel

  • Jafet R. Cortés

Ellos pensaban que eran indestructibles. Se presentaban pomposos, alardeando sobre aquellos papeles que habían coleccionado a lo largo del tiempo, documentos que ahora comprendían su carne y huesos, confeccionados a la medida de su ego.

Parlaban con el pecho erguido, seguros de sí mismos, como si el papel les diera inmortalidad, protegiéndoles de balas, cuchillos y verdades; como si eso les hiciera capaces de realizar sobrehumanas acciones, sin sudar ni una sola gota; como si les convirtiera en mejores que los demás, moral e intelectualmente superiores, automáticamente competentes para cualquier cargo, tarea, reto, sólo por poseer nobiliarias y pergamíneas preseas; como si lo anterior ocultara la verdad debajo del papel, verdad que corroe al contacto.

Mentiras colocadas por mentirosos en su propia piel, farsas que eclipsan por un breve instante a los verdaderos artífices, aquellos autores que con su sangre y sudor consiguieron los títulos que ostentan orgullosos aquellos miserables gesticuladores de academia.

Los humanos de papel podrían describirse como aquellos seres que decidieron, motivados por el ego, tomar sus grados académicos como si fueran parte de su nombre; seres que creen que aquellos títulos forman un aura mística de conocimiento puro alrededor de su portador, permitiéndoles levitar y nunca patinar hacia la terrenal ignorancia.

Los humanos de papel son ciegos de principio a fin. No ven los cursos como herramientas que ayudan a cimentar competencias, sino como simples piezas de una gran colección que busca saciar su pequeñísimo yo.

Temen a la verdad, porque todos esos títulos no les hacen mejores personas; no necesariamente les vuelven competentes para el trabajo; no necesariamente destapan las cloacas de su ignorancia; y para nada ocultan la realidad sobre sus límites, sobre sus truculentas formas de llegar a la meta al costo que sea, a través del pago directo o la compra indirecta, gesticulando la autoría de trabajos, a veces sin siquiera haberlos leído.

GESTICULADORES DE ACADEMIA

Utilizando la esencia de El Gesticulador, obra del padre del teatro moderno en México, Rodolfo Usigli, quisiera mencionar a la academia como una de tantas aristas de la vida cotidiana que están asediadas por estos personajes, que sólo mueven la boca pronunciando palabras e ideas ajenas, cuyos autores nunca serán citados, debido a que han sido robados o comprados sus pensamientos.

Desde hace tiempo se ha tejido un extenso entramados de mentiras que formalizan un esquema bien estructurado y aceitado de actores que interpretan el papel de autores, sobre guiones escritos por alguien más; becarios, estudiantes, empleados, subordinados o completos desconocidos, que arrastran el lápiz, desvelan el pensamiento, maquilan y confeccionan todo, para que otros se lleven el crédito.

Existe un secreto a voces que muy difícilmente podrán reconocer, un secreto que describe aquella mafia del plagio, que persiste arraigada tan profundamente en los círculos intelectuales y la academia, lugares de apariencia impoluta, donde galardonados investigadores, escritores, periodistas y artistas, ordeñan las ideas de incautos; donde funcionarios públicos y demás personas, obtienen títulos sin siquiera cursarlos, utilizando su poder o dinero para que otros hagan el trabajo.

Mentiras que se creen los mentirosos y que a veces compramos todos; caminos que toman múltiples formas, bifurcándose, corrompiendo instituciones con o sin prestigio; mercados nacientes donde cualquiera ofrece honoris causa por algo de plata, reconocimientos de oropel, que sirven para alimentar el yo desde el yo.

COMPETENTES O INCOMPETENTES
Haciendo a un lado los perfiles básicos y las listas de requisitos indispensables para postularse u ocupar un cargo en específico, siendo pragmáticos y tropezando quizás un poco con lo burdo, podría formularse una división laboral entre personal competente y personal incompetente.

Lo anterior, en múltiples aristas no tiene que ver con tener o no un palmarés de reconocimientos académicos impresionante, sino de ser o no capaz de ocupar el cargo de forma óptima.

Claro que sirven aquellas herramientas académicas respaldadas por papel, siempre y cuando estén sustentadas con una habilidad real por parte de la gente que les ostenta. Claro que sirve, siempre que demuestren tener la capacidad que dicen tener.

La realidad es tajante y cruda con la gente que sólo gesticula, y siempre les empuja a la luz donde sus carencias se manifiestan ante los ojos del mundo, sus limitaciones les impiden avanzar y su incapacidad arrastra problemas o peor aún, produce nuevas dificultades.

Al final, no importa cuántos títulos se puedan coleccionar, si los guardamos en estanterías mientras se llenan de telarañas y polvo; no importan si sólo buscamos tener más por el simple hecho de rellenar la Hoja de Vida, de alimentar el ego. No valen nada si no se busca el conocimiento que proporcionan, aquellas herramientas que reconfiguran nuestra manera de actuar y de pensar como profesionistas, como personas.