Llegar tarde

  • Alberto Delgado

Muchos dirán que no hay nada bueno en llegar tarde. Pero extrañamente, en nuestro país todo mundo llega tarde. A todos lados, como si nada pudiera empezar a la hora que se había propuesto. A los inadaptados que llegan puntuales a algo, se les ve como bichos raros.

La pregunta es: ¿Por qué? Bueno, en todo el mundo es famosa nuestra “Puntualidad Mexicana” que significa más o menos entre 15 y 45 minutos de retraso. Pero no somos los únicos: Honduras, Ecuador, Colombia, Brasil,  entre otros países, la inmensa mayoría latinoamericanos, padecen la misma elasticidad del tiempo que nosotros. Hay investigadores que atribuyen este comportamiento a nuestra herencia, una mezcla de la tendencia a hacer sobremesa de los españoles y el ritmo contemplativo de los indígenas. O sea, somos muy platicadores y nos la pasamos baboseando.

En realidad, hay muy pocos motivos para justificar que llegamos tarde a todo. Pongamos de ejemplo a esta columna. Se supone que usted estaría leyendo esto el lunes por la mañana, pero es lunes por la tarde y se está escribiendo esto. Pero siempre puedo decir que lo que pasa es que voy a escribir sobre llegar tarde y tardarme en entregar mi columna es sólo un detalle para darle énfasis: Lo mejor es que como seguramente nadie espera mi columna, pues ni se va a notar.

Para serle honesto, amable lector, estoy tratando desesperadamente de salir de la bronca que me espera con la familia por no haber viajado a Tabasco al nacimiento de mi primera sobrina directa: hija de mi hermana, nieta de los Elfos. Usted no sabe, pero estoy a punto de esgrimir argumentos idealistas como Borges en su Nueva Refutación del Tiempo: “Pues sí, Mamá… El tiempo sólo existe si lo pensamos” y cosas así. Lo peor será cuando mi madre, con esa mirada que parte en dos, relacione la fecha del nacimiento de mi sobrina con la fecha en que estuvo John Patitucci en el Xalapa Jazz Fest (y también Borges tiene un argumento para eso): “No tiene nada que ver una cosa con la otra, Elfa querida: cada instante que vivimos es absoluto. Si el trabajo me impidió ir a Villahermosa, y el Maestro Patitucci estaba en Xalapa, pues ya. Fui a verlo. Pero cada instante es autónomo”. Supongo que en algún momento histórico, con un helado en la mano, podré decirle a mi sobrina que sus tíos (sus tíos, porque mi otra hermana también estaba conmigo en el concierto, y no me voy a echar esa culpa yo solito) estábamos celebrando su llegada al mundo asistiendo a uno de los mejores conciertos de jazz que ha tenido Xalapa en su historia, el de John Patitucci, y que, ya encarrerados, decidimos quedarnos aquí ese fin de semana para ver al “Volcán” Rubalcaba, y que, bueno, los niños tienen aproximadamente un mes para ser considerados aún como “recién nacidos”.

No, querido lector. Nada justifica llegar tarde. No hay nada bueno en llegar tarde. Lo cierto es que es un arte llegar tarde sin que esto tenga consecuencias nefastas. Afortunadamente, hay estudios que demuestran que los mexicanos estamos cambiando al respecto. Al menos en el ámbito laboral, porque en lo personal, seguimos siendo impuntuales y llegando tarde a todo. Sonreír siempre ayuda a que no nos maltraten los que nos esperan. Lo que no ayuda gran cosa es esgrimir nuevas refutaciones del tiempo, o mejor, elasticidades del tiempo, porque terminaremos admitiendo, como Borges, que el tiempo es la sustancia de la que estamos hechos: “Es el tigre que me destroza, pero yo soy el tigre”.

Mi destino es incierto, amable lector. Iré con valentía este fin de semana, primero a conocer a mi sobrinita (por fin) y luego a tratar de salir con bien de la sanción social que me espera. Lo cierto es que me dará mucho gusto conocer a mi sobrina y en algún momento, cuando se me pase el entusiasmo por haber estado oyendo el mejor jazz que he escuchado en vivo hasta ahora, lamentaré un poco el no haber sido de los primeros en darle la bienvenida al mundo a la nietecita de los Elfos. Ni hablar. Plutarco diría que “El hombre de ayer ha muerto en el de hoy, el de hoy muere en el de mañana”. Mi sobrina entenderá. Se lo voy a explicar desde ahorita.

Lo bueno de: llegar tarde

Usted diría a estas alturas que no hay nada bueno en llegar tarde. Y tiene razón. Llegar a tiempo demuestra el respeto que le tenemos a los demás, que valoramos su tiempo. Como le decía hace un momento, el ser impuntuales es un comportamiento que, según estudios recientes, estamos erradicando en México. El “Mexican Time” está cediendo un poco, aunque aún goza de una envidiable elasticidad. La espera se ha reducido de 45 minutos a 20, estadísticamente, y 20 minutos hasta pueden ser vistos como un “Elegante Retraso”. Pero no hay que abusar, esa es la clave para que el retraso no deje de ser elegante.

Lo cierto es que el tiempo es una preocupación para todos. Para terminar esta columna que no habla de nada, le voy a recomendar una de las obras más bonitas del rock acerca del tiempo: se trata de la canción “Time”, del disco The Dark Side of The Moon, de 1973. Disfrute y luego haga una cadena de oración para que no me vaya tan mal con eso de la sanción social.

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