De dragones y princesas

  • Jafet R. Cortés

“Quizás los dragones de nuestra vida

son princesas que esperan eso,

vernos una vez hermosos y valientes”

Rainer Maria Rilke

Aquellos demonios se colaban todas las noches por debajo de la puerta. Aprovechaban la falta de luz para adentrarse por los cuartos sin que nadie les viera. Sólo se podían escuchar sus pezuñas galopar por la habitación, las guturales voces y los horribles lamentos que arrebatan el sueño.

La vista, limitada por la oscuridad, les buscaba; momentos antes de encontrarles, aquellos demonios se arrojaban debajo de la cama, la almohada; moldeaban sus cuerpos para caber dentro de cajones o repisas; utilizaban cualquier resquicio para desaparecer. Sus risas, mutaban mientras se acercaban al oído, convirtiéndose en gruesas, bestiales, dracónidas, indecibles y reptilitas palabras.

Vetustos y venideros, pensamientos tormentosos convertidos en demonios de alcoba. Dragones que arrebatan el sueño, ahogando pensamientos calmos, llevándonos al límite.

Aferrarnos a lo bueno más de lo necesario, postergación de lo impostergable. Búsqueda que pretende evitar el encuentro de aquellos visitantes nocturnos, ignorar su existencia aunque no ayude mucho, aunque complique todo. Sitiados, olvidamos dos premisas esenciales de la vida: nada dura para siempre y todo -hasta la tristeza-, de un momento a otro se va, transformada en algo más.

Después de esa breve introducción, retomo la analogía de nombrar a las grandes penas como dragones y a las maravillosas alegrías como princesas, caras que curiosamente se encuentran en Cartas a un Joven Poeta, letras que el escritor austriaco, Rainer Maria Rilke escribió para su amigo, Franz Xavier Kappus, quien años después publicaría, no como un manuscrito formal sobre poesía, sino como una colección de pensamientos sobre la vida, que resulta en la mayoría de casos ser más poética que la poesía misma.

No hay canal más personal ni más sincero para hablar de nuestra fe, nuestras dudas, amores y miedos que una carta, desde ahí pensamos, revivimos sentimientos y emociones a la par de que les vamos trazando en cada página; aquellas reflexiones específicas sobre dragones y princesas, en parte, construyen diálogos sobre una idea central en el pensamiento de Rilke, la metamorfosis que vive un sentimiento en nuestro pecho.

Tristezas que van creciendo mientras transitan por los sinuosos caminos del anhelo, desde sus albores más insignificantes, hasta convertirse en grandes y profundas tristezas; así como la culminación de la temporada oscura y árida, momento cuando se convierten en grandes y magníficas alegrías que propician el tiempo de cosecha.

TEMPORADAS

Todo cambia, nosotros cambiamos. Vivimos en constante transformación, sin que necesariamente podamos ejemplificarlo a través de ciclos perfectos, pero sí por temporadas. Sufrimos malas rachas y buenas rachas, unas llenas de bonanzas, otras, sumidos en la terrible desesperación y abandono; pero no se entendería una temporada sin la otra, así como sin aquellos matices que existen entre ellas.

Todo dura lo que tiene que durar, sin que debamos ser prisioneros de la permanencia, por miedo al dolor que viene con el final, con el nuevo comienzo. Lo que queda es aprovechar el tiempo mientras dure, hacer lo que se pueda porque perdure, desistiendo de la falsa idea de que tiene que ser eterno.

Así el amar. Conocemos a alguien en una temporada de su vida, momento preciso cuando muestra sus flores o tallos vacíos; nos conocen, a veces en plena temporada de sequía, repletos de espinas, o en un abundante, terso y pleno momento.

Cada temporada tiene su belleza y sus oscuros momentos, lo cierto es que no todas las temporadas son sencillas de vivir, por eso nosotros, logremos coincidir o no, llegamos a la vida de alguien más, en el momento que tenemos que hacerlo.

Nada es eterno, no tiene porqué serlo; todo caduca en algún momento. Como las hojas de los árboles, la humanidad no es la excepción a este fenómeno. Se tiene que desterrar aquella obsesión impuesta de que todo es “para siempre”; aquella idea de que debemos seguir hasta que la pila de rencores nos inunde, las acciones lastimen, la desesperación dispare, la indiferencia ciegue, el amor se convierta en odio, hasta que la muerte nos separe.

Todo dura lo que tiene que durar, hay que aprender a vivir con ello, regidos por esa constante y perpetua metamorfosis. Disfrutar los paisajes de cada temporada, con torrencial lluvia, sol intenso o cielos nublados; bajo el árido frío o el aire ardiente; pisando las hojas secas o con nuestras extremidades repletas de flores. Disfrutar, no sólo los colores que nos dejan el amanecer y el atardecer, sino también aquellos tonos que arroja la insondable y profunda oscuridad de la noche, o la caótica luminiscencia del medio día. Disfrutar cada matiz, pese a sus dificultades naturales.

ESCAPAR DE LO DIFÍCIL

Por más que nos insistan, no podemos suprimir los sentimientos negativos, no podemos caminar todo el tiempo sin tropezar, no podemos eliminar de tajo los momentos en que las pesadas cargas nos hacen desistir. Cada etapa es parte fundamental. Todo se complementa de alguna forma, materializando planicies, campos, pendientes, acantilados, mares, cielos, bosques y desiertos que rebosan la vida.

Pese a lo duros que sean, los momentos difíciles, así como las otras caras más dulces, forman parte del pasado, presente y futuro, por ello debemos reconciliar el profundo dolor con la profunda alegría, la muerte con la vida, la paz con la guerra. Reconciliarlo todo, porque todo forma parte de la vida, del ahora que nos toca.

Tener la certeza que todas las cosas sin socorro, en realidad son cosas sin socorro esperando ser socorridas. Por más extraño que parezca, debemos aprender a vivir el dolor, saborear el proceso; sentir su evolución en el pecho mientras hacemos lo necesario para que en el momento justo, aquel dolor, aquella desesperanza, aquel caos, aquellos demonios de alcoba y aquellos dragones, una vez que nos vean hermosos y valientes, una vez que se sientan socorridos, por fin se transformen en aquello que desde hace tiempo habíamos buscado.

 

ys