DE VUELTA EN LA MONTAÑA

  • Jafet R. Cortés

Fui a la montaña para alejarme de todo, para desprenderme del pasado y del futuro, enfocar la vista en el ahora. Nuevamente me encontraba ahí, en aquel punto donde el ascenso comienza, donde hace un año todo se empezaba a nublar. La oscuridad dominaba la escena, pero esta vez no tenía miedo. El frío penetrante asediaba todo a su paso, mientras la penumbra, era interrumpida por luces que iluminaban tenuemente el frío terreno que pisábamos.

Era el mismo lugar, pero la gran mayoría de los elementos que lo componían se presentaban diferentes; yo era diferente, variable suficiente para cambiarlo todo.

El tiempo pasó, el sol develó lo que ocultaba la noche; el aire faltaba, el cuerpo crujía, pero mis piernas siguieron moviéndose, buscando la cima. Frente a mí, una pendiente se convirtió en miedo, el miedo en desesperación, la desesperación en el entumecimiento final que no me permitió continuar ascendiendo. El miedo susurró a mi oído que en unos cuantos pasos perdería la vida, le creí; su bruma espesa cegó mis ojos y ahí me detuve; pese a todo, había llegado más lejos esta vez.

Entre la ficción y la realidad, lo anterior sucedió. El viaje de vuelta a la montaña trae consigo nuevas reflexiones, entre ellas una pregunta que todavía no termino de contestar, ¿por qué volvemos?, ¿acaso la especie humana es masoquista y en su búsqueda de sufrimiento traza rutas hacia lugares que le puedan infligir dolor?, las respuestas en realidad dependen del individuo, pero la generalidad se centra en algunas razones transversales.

Muchos regresan a la montaña para acallar esas voces y escucharse a sí mismos; regresan para enfrentar miedos que les detienen en el devenir diario. Entre sus violentas formas de decirlo, la montaña les devuelve maltrechos, pero con la brújula alineada hacia lo que de verdad importa.

Vuelven por razones que al principio no creían, vuelven por ese intercambio implícito entre ellos y la montaña. Regresan pese a su violenta forma de enseñar, sabiendo que valdrá la pena perder los sentidos, para que al recuperarlos sean más intensos. Agudizar los sabores, aligerar las ideas, soltar aquellas pesadas cargas que quitan libertad; hacerle cara a los miedos, enfrentarse a uno mismo. Potenciar las ganas de vivir.

MISMO LUGAR, NUEVO PAISAJE

Pese a que volvamos al mismo lugar, todo cambia. Todo cambia en un principio porque nosotros hemos cambiado, así como la gente que nos acompaña. El ahora está en constante remodelación; pinta el cielo distinto, las luces vuelven desde otras direcciones; los detalles, definitivamente cambian y los elementos que siguen en su sitio, son adornados por otras tonalidades.

Pisamos diferente, sentimos distinto; nos desenvolvemos de otra forma porque somos otros, por más milimétricos que sean los detalles que nos diferencien de versiones previas. Todo cambia el ahora, nuestro humor, las preocupaciones que cargamos a cuestas; el humor de la gente, la gente; el entorno, siempre hay algo que modifica la fórmula, así el resultado. El clima y la luz, permiten ver otros ángulos.

Apuntamos hacia otros lugares, nos atrevemos a más. Los recortes que hacemos de la vida son más precisos y aunque veamos lo mismo, nos sigue sorprendiendo aquellos detalles que no vimos; sigue siendo un reto avanzar más lejos de lo habíamos llegado.

AHOGANDO NUESTROS LÍMITES

Alguna vez el poeta argentino, Juan Gelman, escribió que los límites se ahogaban en sus propios límites, palabras que adquieren mucho sentido en este momento de mi vida. Nos trazamos límites que fungen como un techo, pero ese techo invisible de vez en cuando se rompe; límites ahogados por nuevos límites que les sustituyen; miedos que son ahogados por nuevos miedos; metas que son ahogadas por nuevas metas; versiones anteriores de nosotros, ahogadas por la más reciente.

Nunca comenzamos completamente de cero, y aquellos límites invisibles que nos condicionan, sólo duran tanto como les permitamos estar en comodidad.

 

ys