Cada cuatro minutos, una pareja en México decide separarse. Son más de 166 divorcios al día. Tres de cada diez matrimonios terminan en divorcio. Y uno de cada tres ocurre después de 21 años de convivencia. Estas cifras no son solo un registro estadístico, son la radiografía de un país donde millones de niños crecen sin el amor y la guía de ambos padres. Ese vacío dejó de ser un asunto privado para convertirse en un problema de seguridad pública.

El INEGI reporta que en México existen más de 4.1 millones de hogares con padres ausentes. En casi la mitad de los casos no hay figura paterna. El 18 por ciento de las familias está conformado por madres solas con sus hijos. Y cuando llega el divorcio, el patrón es evidente. En siete de cada diez casos la custodia de los menores se asigna a la madre, en dos de cada diez al padre y en uno la responsabilidad recae en otros familiares. Detrás de esos números se esconden hogares fragmentados, infancias con carencias emocionales y adolescencias sin brújula.

Las causas de este aumento son claras. Hoy divorciarse es más sencillo que nunca. El 67.5 por ciento de los divorcios en México son incausados, es decir, no se requiere demostrar infidelidad, violencia o abandono. Basta con la decisión de terminar. En la práctica, existen divorcios exprés que se resuelven en cuestión de días. Las redes sociales refuerzan un ideal de libertad individual sin ataduras, promoviendo el placer inmediato sobre la permanencia, lo que ha fragilizado el concepto de pareja.

El impacto se refleja en otro indicador preocupante. México registra una tasa de natalidad por debajo del reemplazo poblacional, menos de 2.1 hijos por mujer. La caída en los matrimonios y el aumento de divorcios están directamente vinculados con esta crisis demográfica. Tener hijos dejó de ser una aspiración común y cada vez más familias deciden no ampliar su descendencia, un fenómeno que tendrá consecuencias profundas en el futuro económico y social del país.

La ausencia parental repercute en la educación y en la seguridad. En México, el 17 por ciento de los jóvenes de media superior abandona la escuela. Y un estudio nacional documenta que el 78 por ciento de los adolescentes vinculados a la delincuencia había desertado antes de ser reclutado. El vínculo es evidente. Un niño sin padre presente es más vulnerable al abandono escolar y un joven sin guía es presa fácil de la criminalidad. La calle sustituye al hogar y las pandillas reemplazan la figura paterna ausente.

El resultado de esta fractura es visible en la inseguridad cotidiana. No se trata únicamente de cifras de divorcio, sino de la erosión del primer núcleo de socialización y cuidado: la familia. Nos enseñaron a idealizar la boda pero no a sostener el matrimonio. Nos enseñaron a firmar un acta pero no a resolver conflictos. Hoy los resultados son claros: hogares destruidos, hijos sin guía, adolescentes fuera de la escuela y jóvenes atraídos por la delincuencia.

El llamado no es contra quienes deciden separarse. Es un reconocimiento de que la familia es la primera línea de defensa social. Ningún número de patrullas podrá sustituir a un hogar sólido. Si queremos reducir la violencia, necesitamos fortalecer las familias, apoyar a las madres solteras y ofrecer oportunidades educativas y laborales a los jóvenes antes de que el crimen lo haga.

Cada divorcio no solo rompe un hogar. Puede quebrar también el futuro de un niño. Y cada niño que abandona la escuela es un joven ganado por la violencia.

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Dr. Jeremías Zúñiga Mezano