Nuevos Dioses

  • Jafet R. Cortés

Después de la devastación de la confianza popular en las instituciones –iglesias, credos, gobiernos y políticos- por los escandalosos descubrimientos de la corrupción e impunidad de sus líderes, se ha abierto paso en el mundo una serie de creencias distintas a lo tradicional, reconfigurando en cierta medida el panorama global.

La humanidad siempre ha buscado creer en algo más, algo superior a nosotros. Se ha buscado llenar ese vacío encaminando la fe de una forma distinta, adaptando el sistema de creencias a la nueva realidad y en ocasiones, creando nuevos dioses.

Venimos arrastrando desde el siglo pasado una metamorfosis de creencias, convicción que busca llenar la sed de futuro que quedó varada en nuestra mente después del siniestro mundial que sacudió a las instituciones ya consolidadas, y la pérdida de filo de esas versiones religiosas de la vida después de la muerte –infiernos, cielos y purgatorios- que ya no representan la misma amenaza.

El dinero y la tecnología se convirtieron en nuevos dioses, y la gente le terminó rezándole a un monitor, un fajo de billetes, un automóvil, una marca, un celular o a cualquier objeto o idea que el mercado valuara como costosa; la ciencia ganó terreno, y las pseudociencias le arrebataron feligreses.

La madre tierra volvió a ser una diosa con algunos creyentes de moda; la astrología ganó bastante terreno como un medio de explicar e incluso justificar la realidad y el comportamiento humano; otras personas trataron de llenar sus soledades creyendo incluso en los gatos.

El balón de fútbol se volvió un símbolo de fe, y después de rodar dentro de la red, la gente creyó en “la mano de Dios” y en su profeta.

RELIGIONES EN EL MUNDO

La palabra “religión”, puede contribuir al entendimiento de la metamorfosis de fe que ha vivido la humanidad en las últimas décadas. Su origen etimológico proviene del prefijo “re” que indica intensidad, y del verbo latino “ligare” que podría traducirse como vincular, unir o atar. Entonces religión, es un vínculo -consciente, estable, duradero y responsable- que hacemos con alguien o con algo, que implica derechos y obligaciones.

Parte de la crisis que han vivido diversas religiones, ha sido porque ese vínculo ya no es tan fuerte como lo era en el pasado, golpeado por el mal ejemplo de sus líderes, y la poca utilidad práctica de los beneficios, en contraposición de las obligaciones que conllevan. Lo anterior ha llevado a mucha gente a volverse no practicantes, decantarse por otra religión o sistema de creencias, o dejar de creer.

En 2010, Pew Reserch realizó un estudio demográfico sobre las religiones y el mundo. Como resultado se obtuvo que el 32% (2 mil 200 millones) de la población mundial registrada creían en el cristianismo; el 23% (mil 600 millones) se regían por la religión musulmana; 15% (mil millones) por el hinduismo; el 7% (500 millones) por la budismo; el 0.2% (14 millones) por el judaísmo; el 0.8% (aproximadamente 58 millones) por otras religiones; y el 16% (mil cien millones) no se identificaban con ninguna religión.

El mundo -naturalmente- ha cambiado y seguirá cambiando. En cuanto a la población, pasamos de ser 6 mil 900 millones de habitantes en 2010, a  7 mil 837 millones en 2021, exponencial aumento que vuelve al estudio de Pew Reserch una guía no muy precisa. El estudio marca la continuidad hegemónica de ciertas religiones, pero en esta última década se observa una creciente crisis de fe, causa de transformaciones en el sistema global y personal de creencias.

LA GUERRILLA DE LA CONCORDIA

Por donde lo veamos, el escenario global es caótico. No podemos achacarle la crisis a las religiones, sino a la interpretación individual y dolosa de algunos de sus líderes, que utilizaron sus dogmas como medio de control y manipulación colectiva.

En esta batalla encarnizada y perpetua por poder, los estandartes religiosos no han faltado. Revoluciones, independencias, cruzadas y exterminios se han iniciado a favor o en contra de un dios o dioses, a favor o en contra de un profeta o profetas.

La verdadera batalla viene del fanatismo y sus múltiples caras. El fanatismo sólo inclina la balanza para su lado, evita cualquier idea que sea contraria a lo que considera correcto. Mientras más frágil es el conocimiento que se tiene sobre lo que creemos, se encuentra en un mayor riesgo eso que creemos y nuestra propia existencia, y más miedo e intolerancia surge desde el fanatismo.

Creer, siempre parte de dudar y de esa búsqueda continua por respuestas, por conocer todos y cada uno de los elementos que componen lo que decidimos creer, y la apertura que tenemos de dialogar con personas que no creen lo mismo que nosotros, sin que esto represente una amenaza.

Cada vez estoy más seguro del poder transformador que tiene el diálogo, un ejercicio dialéctico en el que convergen ideas diversas y se sintetizan, y las religiones en su mayoría desembocan en el amor. Por eso, la única guerra que deberíamos profesar es la que nos lleve a la concordia, a ese acuerdo o armonía entre los seres y las cosas que habitan el mundo.