¿Qué hacemos con los muertos?

  • Alberto Delgado
Me gusta pensar que mis muertos se fueron a todas partes, y se manifiestan en las cosas que hago...

El lunes pasado no nos leímos, amable lector, por una razón: estaba asistiendo a un funeral. Y si hay algo para lo que realmente soy malo, es para presentarme a este tipo de eventos. Nunca sé qué se hace en los velorios, y nada me quita de la cabeza que la muerte siempre es fea e incomprensible, pero la muerte de una persona joven, siempre es una tragedia.

Por la tarde del lunes recibí una llamada de un amigo. Estaba muy consternado por lo sucedido, pero estaba más apesadumbrado por la idea de asistir al velorio. Me preguntó si yo asistiría. Muy a mi pesar, dije que sí. No me malinterprete, amable lector; me queda perfectamente claro que un paso insoslayable en el proceso de volvernos adultos significa presentarnos a este tipo de eventos sociales, manifestar nuestra solidaridad con los que son como nosotros, enfrentarnos al inevitable deceso de los seres queridos, ser parte de los que “nos quedamos” y ayudar a pasar los tragos amargos de la vida a quienes les tenemos estima. Lo que pasa es que ese paso particular de la existencia me inquieta mucho. Le confieso que ni siquiera asistí al funeral de mis abuelos ni al de mi tía preferida, y que realmente me siento muy fuera de lugar en todo el asunto de los rituales mortuorios.

Los rituales funerarios son tan viejos como nuestra presencia en el mundo. ¿Por qué ritualizamos el acto de morir? Muchos antropólogos dicen que para reforzar el sentido de supervivencia social, y ayudar a los individuos a entender su relación no solo consigo mismo, sino con sus semejantes y con el mundo a su alrededor, es decir, ritualizamos a la muerte para hacerla más comprensible, y para darnos cuenta que no nos hemos quedado solos al perder a un ser querido.

¿Qué hacemos con nuestros muertos? Al parecer, hacemos una cantidad de cosas increíbles. Vaya, hasta pirámides gigantes y mega monumentos hemos construido, nada más para que renazcan. Nos rasgamos las vestiduras, los enterramos; en algunas culturas los dejamos que sirvan de alimento a los buitres; otros reducimos a cenizas sus cuerpos y las esparcimos en el mar; a veces, contratamos señoras para que recen, o para que lloren a nuestros muertos; en los velorios hay gente llorando y hay gente contando chistes; muchos creyentes en Dios, sostienen que “La Muerte será reducida a Nada”. Otros no: alguna vez hablé con unos cristianos que piensan que cuando mueres, simplemente te mueres. Se acabó. Muere contigo tu individualidad. Vuelves con Dios, pero ya no eres tú. Formas parte del “Padre”. En los últimos tiempos, hemos integrado a nuestros perros y gatos a nuestros rituales, y les organizamos funerales y hasta panteones de mascotas hay. Después de hacer todo esto ¿comprendemos a la muerte?

Finalmente, mi cuate y yo llegamos al funeral, y me resultaron muy extrañas dos cosas: Por un lado, la gente que parece que tiene perfectamente dominado el asunto de presentarse a los velorios, y tiene las palabras y las actitudes correctas (no recuerdo bien, pero estoy seguro que yo en algún momento dije algo como “está de la chingada” y no sabré de protocolos, pero casi puedo jurar que esas cosas no se dicen); por otro lado, me llamó poderosamente la atención que, al saludar a los compañeros, los de todos los días, nos abrazábamos, con caras largas, como si no nos hubiéramos visto en el trabajo horas atrás, como si la muerte de uno de nosotros nos hiciera más conscientes de la certeza de la muerte, como si “hay que abrazarse, por si no te vuelvo a ver”; como si, de pronto, supiéramos que solo somos los que estamos, y nos cayeran encima miles de muertes, los miles de muertos.

Me gusta pensar que mis muertos se fueron a todas partes, y se manifiestan en las cosas que hago o digo, juegan, hacen bromas y con-viven todos los días. Como cuando escucho la palabra “visionudo” y veo a mi abuela diciéndola. Como cuando pienso en el ajedrez y veo a mi cuate Lago perdiendo todas nuestras partidas. O cuando hago fotos y me sigue poniendo triste no haber salido en la foto de mi abuelo con todos sus nietos, porque le tenía miedo a la cámara y porque no sabía que no volvería a tener una oportunidad de salir en una foto con él. Pero ¿Cómo saberlo? Por eso, hoy mi recomendación musical esta vez no será musical; escucharemos al poeta Sabines leyendo uno de sus poemas. Disfrute. Nos leemos el lunes:

Sígame en tuiter, no se va a morir por eso: @albantro.