Por una ciudadanía sin ideación suicida
- Eduardo Vázquez Reyes
En las últimas semanas, una serie de historias tristes se han contado del famoso puente Xallitic de la ciudad de Xalapa, Veracruz, uno de los monumentos más emblemáticos de la capital veracruzana. Lamentablemente, ya son varios los casos en los cuales algunas personas decidieron ponerle fin a sus días, lanzándose hacia el vacío de una altura de aproximadamente 15 metros o más, pues no lograron tener esperanza alguna a sus problemas: no pudieron ver alguna luz ante la neblina emocional de su existencia.
Esta serie de casos ha sido noticias en todo el estado, sobre todo en los últimos días, luego del fallecimiento de un joven y después de que mujeres policías que vigilan la zona lograran evitar otros desenlaces fatales, brindando primeros auxilios emocionales.
La actual administración local, de la también llamada “Atenas veracruzana”, ha anticipado ciertas medidas−o las ha dejado entrever− para evitar que los ciudadanos opten por esa alternativa. Entre las propuestas destaca la idea de poner una cerca. Sí, así de ingeniosa es la gestión municipal al respecto de un tema tan complicado para soluciones tan simples.
Como se podrá inferir, se pretende tapar el sol con un dedo. Y no se necesita mucho análisis para llegar a la conclusión de que un cerco no atiende el problema de fondo, el cual es coyuntural e integral, solo se logrará que dicho problema −que ya es de urgencia nacional y creo que siempre lo ha sido, pero no tenía reflectores− no sea tan visible y esté en las conversaciones de los ciudadanos.
Las historias del puente Xallitic reflejan una realidad que cada vez más se hace presente en el día a día. No radica en un punto concreto y no se resuelve con evitar estas acciones como las del famoso puente. Es un fenómeno que ocurre con mayor frecuencia en nuestra nación. Pero no conocemos todas las historias: aquéllas que se cuentan, aquéllas que se ocultan por miedo al tabú o las que están en el olvido por falta de una pluma periodística que les de presencia mediática.
Estas últimas se vuelven ineludiblemente una cifra más, y “solo eso y nada más”. En diversos momentos del año, hay personas sin ganas de vivir. Estamos en la época de las crisis emocionales y existenciales, en la época de la desesperanza. La ideación suicida se ha convertido en una recurrencia en México. Antes, por falta de medios de comunicación que trataran con una especialización el tema o por carencia de las redes sociales que tenemos a nuestro alcance, no era un fenómeno que estuviera en tendencia. Hoy se está saliendo de las manos.
La realidad es que tenemos ante nosotros un problema que es necesario atender de manera integral y transversal. No se puede desde un solo enfoque. Eso sería tratarlo de manera fragmentada. Claro está que es fuera de lugar proferir frases como “échale ganas”, “todo va a estar bien, ya lo verás”, “tienes una vida por delante”, “hay gente que te quiere, vale la pena” y la peor de todas: “todos estamos igual”, entre otras afirmaciones de la misma naturaleza. A veces se dicen por contribuir, pero podrían no ser asertivas en el momento.
La salud mental no está alejada de la realidad económica y social por la que atraviesan los mexicanos. De hecho, se ha visto una fuerte relación entre estos factores y la estabilidad psicológica. ¡Cómo va a echarle ganas alguien que ya le ha echado todas las ganas día tras día y su condición social no le permite ir más allá! ¿O será que está así porque quiere? Léase con ironía esta última pregunta, lector. Y sí, así de absurda se lee.
Si está en nuestras posibilidades (si lo podemos pagar), debemos exigir una atención psicológica de calidad, digna de nosotros y de nuestros malestares y pesares. ¡No es para menos! Estamos poniendo uno de nuestro bien más preciados, la mente −concepto un tanto metafísico− a disposición de alguien, y eso conlleva una gran responsabilidad ética y social de su parte.
Si no lo contempla así porque entre más pacientes-clientes, más dinero, entonces no es un buen psicólogo, desde el punto de vista humano. Ya lo dije en alguna presentación pasada de esta columna: no cualquier profesional de la salud mental es capaz de atender casos graves. No por ser psicólogo debes recibir a un paciente si no es tu especialidad, si no cuentas con amplia experiencia y credenciales necesarias. Insisto, es crucial que pongamos un freno ya a los todólogos de la salud mental que pululan por ahí.
Pero sobre todo es necesario que como ciudadanos comprometidos con nuestro progreso y bienestar social demandemos una estrategia firme y consistente en política pública para lograr una democratización de la atención en salud mental, para aquellas personas que no tienen posibilidades de financiarse la terapia y que no les queda más que normalizar sus depresiones y ansiedades. Rompamos la barrera y logremos que la atención llegue a esos rincones, a esas zonas de amplia importancia.
Es primordial que desde la academia se gestionen foros más constantes para que los especialistas en áreas como psicología, neurociencias, psiquiatría, salud pública presenten ante tomadores de decisiones políticas propuestas de intervención, que no se queden en el archivo o en la foto para que directores de institutos de investigación o rectores salgan bien parados como personas preocupadas por el contexto social no sin antes publicitarse.
De esta forma podemos comenzar a darle seguimiento y difusión a las diferentes propuestas. No solamente en un día como el 10 de septiembre, que es de suyo importante, sino cada día, porque cada día hay personas en algún lugar de este triste país que ya no ven la salida.
Por ellos y para ellos hagamos la gestión, la investigación y la difusión con pertinencia social. Hagamos la diferencia y empecemos a contar cosas positivas. Aún hay esperanza de ayudar a alguien.
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Filósofo, lógico y periodista de Ciencia. Egresado de la Universidad Veracruzana. Docente de UPAEP y CEUT, campus Tehuacán, en las materias de Filosofía, Lógica y Argumentación. Amante del análisis, la discusión y el debate público en temas de política científica, tecnológica y educación. Consultor de comunicación y discurso.



