La docencia como profesión de alto riesgo
- Juan Martín López Calva
“Nietzsche decía: He puesto siempre en mis escritos toda mi vida y toda mi persona…ignoro lo que son los problemas puramente intelectuales. No soy de los que tienen una carrera sino de los que tienen una vida”.
Edgar Morin. Mis demonios, p. 9.
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“Cuanto más pienso en la práctica educativa y reconozco la responsabilidad que ella nos exige, más me convenzo de nuestro deber de luchar para que ella sea realmente respetada. Si no somos tratados con dignidad y decencia por la administración privada o pública de la educación, es difícil que se concrete el respeto que como maestros debemos a los educandos”.
Paulo Freire
La cita de Nietzsche que hace Edgar Morin en su autobiografía resulta muy pertinente para pensar la profesión de educador. Porque si bien la educación es un empleo y también una profesión, se trata de un empleo esencial para la transmisión y regeneración de la cultura y la formación de los ciudadanos para el futuro del mundo en policrisis que vivimos y de una profesión que tiene características muy especiales que requieren conjuntar un tercer elemento, que aunque suene cursi y desprestigiado, es el de la vocación.
Este tercer elemento vocacional no debe entenderse hoy, según David Hansen, como se entendía en el pasado a partir de la tradición religiosa, como una especie de predestinación, algo con lo que se nace y es privilegio -o condena- para ciertos seres humanos especiales, sino como la conjunción en una persona de dos elementos fundamentales: encontrar en el ejercicio de esta profesión elementos para la autorrealización y el crecimiento continuos y, por otra parte, tener la convicción de que con su ejercicio se está contribuyendo con un pequeño grano de arena en cada educando, a la transformación de la sociedad.
Es por ello que un educador, un profesional de la esperanza que tiene vocación y no solamente un empleo y una profesión, es el que pone en su práctica cotidiana en las aulas, como el filósofo alemán ponía en sus escritos, toda su vida y toda su persona. Un auténtico educador humanista no es el que mira la docencia como una serie de problemas puramente intelectuales o técnicos sino el que no solamente tiene una carrera, si no tiene una vida entregada a la tarea de contribuir a la construcción de humanidad.
En ese sentido, podemos hablar en positivo de la docencia como profesión de alto riesgo, porque es una tarea que nos implica y nos compromete, no solamente nos involucra pasivamente o nos pide cumplir ciertas tareas rutinarias. Un educador auténtico, como decía Paulo Freire, es alguien que no se concreta a transmitir contenidos, sino que se implica existencialmente en un compromiso con la formación integral y la emancipación, la construcción de libertad efectiva en cada uno de sus educandos.
Vivir así la docencia equivale a entregar la vida y no solamente a cumplir con una jornada laboral o seguir una serie de rutinas e incluso va más allá de construir una trayectoria profesional de crecimiento continuo y formación a lo largo de la vida.
Sin embargo, en el México que nos está tocando vivir, este país roto y herido en el que todos estamos en continuo peligro porque la violencia campea impunemente por todo el territorio nacional, sembrando cuerpos y cosechando deshumanización, corrupción, miedo, dolor profundo en muchas familias, desmoralización y polarización, aislamiento y actitud defensiva frente al otro; hay una segunda forma de ver la docencia como profesión de alto riesgo: una manera negativa y profundamente preocupante que crece día a día sin llamar la atención de la sociedad, acostumbrada ya a la cultura de la muerte y la agresión como forma natural de resolver las diferencias y los conflictos.
La semana pasada, justamente el 5 de octubre, me enteré por X -antes Twitter- en un video publicado por un conocido periodista de Puebla (que se puede consultar en este enlace: https://x.com/JCarlos_Valerio/status/1709776619844292978?s=20 ) de que un estudiante de la Secundaria No. 1 de Analco en Ramos Arizpe, Cohahuila, apuñaló con una navaja a su maestra en plena clase. La escena es escalofriante, aunque por suerte la maestra se encuentra fuera de peligro y el estudiante fue detenido.
Hace unos meses, concretamente el 18 de julio de este año, supimos por los medios de una profesora de preescolar que fue agredida físicamente por dos padres de familia, quienes la acusaban de matrato a uno de los niños que estaban inscritos en esa escuela. Según una nota del diario Milenio de ese momento, esos padres “decidieron hacer justicia por cuenta propia golpeándola dentro del patio, lo cual fue grabado por la cámara de seguridad de la escuela…” (cfr. https://www.milenio.com/policia/maestra-kinder-cuautitlan-izcalli-golpeada-padres-video)
Como escribo en la quinta parte de mi libro Educación humanista, Volumen III: la educación produce a la sociedad que la produce y lo que hoy está predominando es la incidencia de la violencia social hacia el interior de las instituciones educativas, que primero tomó la forma del llamado bullying o ciberbullying, del acoso escolar y la violencia escolar entre estudiantes -que también ha cobrado víctimas mortales en un buen número de escuelas- y ahora está también afectamendo a los profesores y profesoras de todos los niveles educativos que viven en el riesgo constante de ser violentados por sus alumnos o por padres de familia, como se muestra en los dos ejemplos que he citado.
En mis conversaciones, conferencias y paneles presenciales o virtuales y también en las clases que imparto en los posgrados de formación docente escucho cada vez más testimonios de este miedo de los docentes que les impide abordar ciertos temas, formar explícitamente en valores humanos y en ciudadanía responsable y construir ambientes de convivencia escolar democrática, pacífica y dialógica.
Se trata de maestros, maestras, orientadores, directores escolares o supervisores que son explícitamente amenazados o que sienten la advertencia implícita en el ambiente de las comunidades donde se encuentran sus escuelas, que están en zonas controladas por las bandas de trata de personas, de huachicoleros, narcotraficantes, ladrones de autopartes, etc.
Resulta urgente por ello, como dice Paulo Freire en el segundo epígrafe de hoy, luchar de forma colaborativa y colectiva porque la profesión docente sea realmente respetada por la sociedad, empezando por los alumnos y los padres de familia. Si los docentes no se sienten tratados con dignidad y decencia por las familias, los alumnos y las autoridades que administran las instituciones, sean públicas o privadas, no podrán cumplir con su vocación y contribuir a que la educación regenere a esta sociedad violenta que la está generando.
Porque no es lo mismo entregar la vida a la educación que vivir en el miedo constante a perder la vida por asumir el compromiso con la vocación educadora.
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Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).