Nadie sabe qué tan grande es el desierto hasta que se sumerge en él; nadie sabe realmente qué tan peligroso es, hasta que la sed, el sofocante calor, y la hirviente arena no dejan de arremeter contra ti. Era como haber caído en aquellos hornos que fabrican el tiempo; haber tropezado con un infierno sobrenatural, una anticipada condena.
“Todo pasará”, me repetía a mí mismo como un método autóctono para no perder el piso; para tomar de vez en cuando un vial de esperanza, ante la sequía que cada vez se volvía más larga, perpetua.
Llegué a un lugar en medio de la nada, por primera vez se empezaba a dibujar una breve sonrisa bajo mi rostro. Duró poco. La gente que ahí vivía comenzó a acuartelarse en sus hogares y negocios, no sé si por mi llegada, o ante la gran tormenta que caería en unos momentos más sobre todos.
Toqué puertas y ventanas, nadie abrió ni por asomo. Algunos dijeron “luego” como si hubiera un luego ante el desastre estaba cada vez más cerca. La crisis se agravaba en la cercanía, y la luz se empezó a ir, como todos. El esfuerzo no vale nada, sólo queda la terrible e insondable oscuridad que nos oprime.
Un poco así se siente el desempleo. La búsqueda de oportunidades que no llegan, mientras la crisis se agrava, la esperanza se seca, y el pesimismo, envenena.
En distintas magnitudes, pero todos hacemos lo necesario para sobrevivir, motivados por esa maldita costumbre de comer tres veces al día, pagar las cuentas. Lamentablemente, en ocasiones ni siquiera con el sudor en la frente, las piernas destrozadas y con el rostro inundado de lágrimas, alcanza para solventar nuestras necesidades más básicas.
De qué sirve ser capaces -competentes- cuando es tan difícil encontrar una oportunidad para demostrarlo. Las respuestas predeterminadas se vuelven el pan de cada día, “déjame checar”, “ven luego”; cuando no es por falta de estudios, es por falta de experiencia, y cuando no es eso, es que estás sobre capacitado.
No todos tienen la fortuna de tener un lugar seguro desde donde buscar, desde donde quejarse, la mayoría se quedan sin opciones pronto, acorralados por la realidad, constreñidos por las obligaciones, acuchillados por las deudas y los compromisos.
Es curioso ver cómo la gente huye la mirada cuando hablas desde el desempleo; se compadecen de tu miseria como si no tener trabajo fuera una enfermedad terminal; unos pocos son los que apoyan la causa, muestran empatía ante tu dolor.
Duele el desempleo como cualquier pérdida. Duele sentir que la vida cada día se acorta; considerar que no somos suficiente, que nuestra vida no vale mucho, que nuestro trabajo no vale nada. Golpe artero al amor propio.
LA GRAN MENTIRA
Se ha convertido en mentira esa premisa que nuestros padres compraron como verdad -porque antes lo era-, de que el estudio trae oportunidades. Lo único que hace actualmente estudiar, es igualarnos con los demás profesionistas que se encuentran en la búsqueda de una oportunidad para trabajar.
Ahora la competencia en el mundo laboral es brutal, cada vez hay menos lugares y los sueldos son lo único que no sube en relación con la inflación, que poco a poco -o de golpe- arrebata la posibilidad de aspirar a una vida digna de ser vivida.
Cuando se hizo insuficiente tener licenciatura, elevaron a categoría de necesidad la maestría, el doctorado, como si otro título hiciera la diferencia contra una persona recomendada. La mayoría de las veces ni siquiera contando con grandes perfiles enfrente, presentando Hojas de Vida repletas de experiencia y títulos nobiliarios, basta para obtener un empleo decente.
A veces no buscan a los más capaces, sino a los más serviles y le llaman “leales”. Le dan la oportunidad a mentes que puedan controlar, dar órdenes, maltratar.
Llevamos décadas invirtiendo la fórmula entre educación e ingresos. No es cierto que entre más educación tengas, mejores ingresos vendrán; al revés, mientras más ingresos tengas, mejores oportunidades educativas –títulos, universidades, diplomas, especialidades, etc.- llegarán.
Entendiendo lo anterior nos damos cuenta que tener éxito en el campo laboral, muchas veces implica hacer tu propio camino, generar las oportunidades que hacen falta, comerciar con las competencias que tengamos y si no se puede, comerciar con algo con lo que sí se pueda.
EL RECHAZO
Hemos sido sitiados por una misma idea, la vida no vale nada. Sólo vale lo que puede traducirse en dinero, lo que produce. El mercado nos ha acorralado para que busquemos algo que nos dé ése valor, y mientras buscamos, lo demás se vuelve invisible ante nosotros.
Perdimos de vista lo esencial, lo valiosa que es nuestra vida, nuestro trabajo, nuestra dignidad. La búsqueda desesperada nos ha hecho querer que todo sea cuando deseamos que sea, frustrándonos con las respuestas contrarias a lo que queremos.
Una verdad dolorosa que debemos aceptar es que no todas las respuestas tienen que ser positivas. Aprender a lidiar con el rechazo, así como con la negatividad que tenemos en hombros y la que la gente, sin querer o no, va sumando.
A veces lo que necesitamos no está donde pensamos que debería, y por más que queramos que sea como nosotros queremos, será como tenga que ser. La clave para salir de ahí, podría encontrarse en no dejar de movernos, no dejar de insistir.
ys