Las tres grandes mentiras de la educación
- Jafet R. Cortés
En infinidad de ocasiones, a la fecha, hemos escuchado discursos de políticos que presentan -entre fanfarria y pirotecnia-, a la educación como punta de lanza de sus proyectos de gobierno, seguida por la educación y como tercer lugar en la fórmula, plasman a la educación, nuevamente.
Desde hace ya bastante tiempo nos han planteado que nuestro futuro depende de la inversión en educación –al cubo-, como si esto en la realidad resultara la panacea para lograr el cambio -inmediato- que requieren urgentemente las personas, que viven condiciones profundas de marginación y pobreza.
Al momento, ya conocemos los resultados de aquel mito -contado hasta el cansancio-, que establece –erróneamente- a la educación como la única llave para generar movilidad social.
Lo nombro como un mito porque lo es, una narración compuesta por algunas verdades a medias, exageraciones y otra serie de mentiras, que alteran la realidad; una bruma que nubla por completo la brújula, haciendo que se siga destinando recursos inmensos –tiempo y dinero-, sin conseguir resultados tangibles.
Hablando en plata. Sólo de los años 2021 y 2022, el Gobierno Federal destinó 1 billón 609 mil 200 millones de pesos en educación (781 mil 680 millones en 2021 y 827 mil 519 millones en 2022), lo que representa más de 8 veces el presupuesto entero que recibió el estado de Veracruz para 2022 (135 mil 763 millones de pesos).
No es que no sea importante invertir en educación -eso sería un absurdo-, lo que no hay que perder de vista es que la educación –en definitiva- no es aquella varita mágica que sacará al país adelante por sí sola, como nos lo han vendido.
Nos han inculcado que la raíz de todos los males en el país, es la Educación. Si hay corrupción es porque no hay una educación al respecto, si hay delincuencia y narcotráfico, es originado por los altos niveles de pobreza, y si hay pobreza es porque el gobierno no enseña lo suficiente; y tienen cierta razón, pero no debe de contemplarse como una fórmula única sino como un engranaje complejo que se construye de varios elementos preponderantes, un tratamiento complejo a una enfermedad compleja.
Hablando del engranaje nacional, la educación se ha empantanado junto con otros rubros del desarrollo integral del individuo, ante las abrumadoras condiciones de pobreza y marginación que viven más de 55 millones de personas –más del 44 por ciento de la población- en todo el país.
Tiene que quedar claro después de lo anterior, que la educación y los títulos universitarios no traen consigo mejores ingresos, sino a la inversa, mejores ingresos traen consigo mejores oportunidades educativas y más títulos universitarios.
Lo hemos visto infinidad de veces y nos lo han repetido hasta el cansancio, "estudia una carrera universitaria y saldrás adelante", y no necesariamente, lo único que ha pasado con esta fórmula es que, al toparnos con pared, nos hemos frustrado en desmedida.
Lo anterior rompe tajantemente con esa idea que se "educa" para sacar a la gente de la pobreza, pensamiento que se ha vuelto parte del mito que podemos llamar "educacionismo", concepto que hace evidente la apremiante necesidad de cambiar la fórmula en diversos sentidos, para que la premisa sea brindar condiciones de bienestar para que la gente pueda seguir estudiando.
El problema de trazar acciones de gobierno, es que se estructuran tras un presupuesto limitado frente a necesidades amplias y realidades complejas. Aquí radica la importancia de encauzar de manera correcta la intervención pública, a través de un correcto ejercicio de planeación.
Planear, planear y planear, estas tres palabras –que son la misma- deben ser prioridades en la integración de cualquier proyecto. Antes de gastar recursos al cumplimiento de objetivos que, quizás, no sean una solución y sólo actúen como otro paliativo más, se tiene que trazar una hoja de ruta clara para elegir las acciones viables para la obtención de resultados positivos, mismas que serán evaluadas metodológicamente en corto, mediano y largo plazo, para mejorar.
Regresemos nuevamente e imaginemos lo que pasa:
En teoría, todos tenemos derecho a la educación, el problema radica en que no todos nos encontramos bajo las mismas circunstancias para aprender.
Existen por lo menos dos realidades en México, una que relata escuelas en situación marginal y otra de escuelas en situación no marginal, que se conjugan con alumnos en situación marginal y alumnos en situación no marginal. La realidad se vuelve más compleja cuando individualizamos el análisis al terreno local.
En este punto, tenemos que preguntarnos de qué sirven esas grandes y cuantiosas sumas de dinero que se destinan a educación, si no se está atendiendo de manera integral el problema. Tirar carretillas en infraestructura de espacios educativos, ha demostrado ser una medida politiquera para maquillar Informes de Gobierno, sin que resulte una cura real a la enfermedad.
De qué sirven esas grandes y cuantiosas inversiones, si sigue habiendo niñas y niños que cotidianamente sufren un calvario –despertándose de madrugada; viajando kilómetros, entre caminos de lodo y piedras; sin siquiera desayunar o ingiriendo alimentos que no les ayudan a su desarrollo; violencia familiar; y un sinfín de etcéteras- para llegar a las aulas en su búsqueda por aprender.
De qué sirve que se siga exprimiendo la educación en el discurso, si la mitad de la población nacional sigue estancada sin poder ascender socialmente y aspirar a un mejor futuro.
Claro que existe resiliencia, pero en vez de celebrar que la gente –bajo condiciones adversas- salga adelante, se debería de trabajar para que no necesite manifestarse ese concepto para avanzar, sino que se pudiera avanzar desde un piso parejo de bienestar y oportunidades.
En vez de esperar a que mágicamente la educación sea la llave del cambio, se debe visualizar como uno de tantos elementos que fungen como potenciadores del desarrollo integral de las personas y la generación de bienestar, no como un ente aislado, mucho menos como aquella vara mágica que lo va a solucionar todo si la mencionamos tres veces y creemos con fuerza.
La educación, claramente se localiza entre las prioridades por atender, pero no todos requieren la misma preparación educativa y parte importante de su papel, debe concentrarse en la enseñanza de competencias, que le ayuden a la gente a insertarse en el mercado laboral de manera óptima.
Si no se logra integrar una estrategia adecuada para este complejo problema, que atienda la realidad de mejor forma, la pobreza y la marginación seguirán empantanando todos y cada uno de los engranes del ejercicio público y nublando nuestra ya limitada visión de futuro.