El autobús

  • Silvia Susana Jácome G.
De lo que se trata es de imponer una educación basada en la noción reproductiva...

Todo comenzó cuando Yahvé se enojó tanto contra Adán y Eva por su desobediencia y por comer del fruto del árbol de  “la ciencia del bien y del mal”, que los expulsó del Paraíso. Diversas interpretaciones –entre ellas las que hace Erich Fromm en su libro “Y seréis como dioses”- expresan que el mensaje era mantener a los seres humanos en la ignorancia para así poderlos controlar tal y como se controla a los corderitos.

Antes, la tradición indica que Luzbel fue un ángel rebelde que quiso asemejarse a Dios y que fue expulsado del reino de los cielos por el arcángel San Miguel al grito de ¡Quién como Dios!

La intención, entonces, es que nadie –ni ángeles ni humanos- adquieran el conocimiento que le permita asemejarse a Dios. Y si revisamos la historia, esa ha sido la constante a lo largo de la tradición judeo-cristiana que vivió su momento más emblemático durante la Edad Media, pero que subsiste hasta nuestros días.

Lo anterior viene a colación luego que se diera a conocer que el llamado “Autobús de la libertad” llegará a México y, entre otras ciudades, recorrerá las calles de Xalapa ante el regocijo –y el patrocinio- de la arquidiócesis xalapeña.

La idea surgió en España y los autobuses que circularon en aquellas latitudes decían “Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva, que no te engañen”. Los de aquí portan la leyenda: “¡Dejen a mis hijos en paz! #ConMisHijosNoSeMetan”.

Miembros del Consejo Mexicano de la Familia –uno de los organismos que patrocina la caravana- señalaron que “nos negamos a que nuestros hijos reciban cualquier tipo de educación que no esté sustentada en la ciencia y en la razón. Por eso, rechazamos la ideología de género”.

Lo anterior, por supuesto, es una de las tantas falacias que han esgrimido, ya que la educación sexual que se imparte en las escuelas justamente se sustenta en la evidencia científica. Una evidencia que los grupos conservadores –y las iglesias en particular- se niegan a reconocer porque no condenan la homosexualidad ni la transexualidad; por el contrario, las presentan como orientaciones sexuales e identidades de género tan válidas y tan saludables como la heterosexualidad y la cisexualidad (cuando la identidad de género coincide con los esquemas tradicionales)

Una vez más, de lo que se trata es de imponer una educación basada en la noción reproductiva –sólo un hombre y una mujer pueden procrear, por lo tanto sólo un hombre y una mujer se pueden casar- y en el determinismo biológico que indica que si naciste con pene eres hombre y si naciste con vulva eres mujer. Se borran no solamente las identidades transgenéricas sino las condiciones de intersexualidad (cuando las características sexuales no corresponden plenamente a los esquemas convencionales de machos y hembras).

Justo esto –la diversidad sexual y genérica- ha sido suficientemente estudiado por la ciencia, al grado que la Organización Mundial de la Salud (OMS) retiró de la lista de enfermedades mentales a la homosexualidad hace más de 25 años, y que la Organización de las Naciones Unidas ha reiterado su apoyo a gays, lesbianas y trans, y ha recomendado a los Estados miembro que cesen las cirugías que pretenden “definir” el sexo de las personas intersexuales sin su consentimiento.

Las OMS ha condenado, además, las llamadas terapias de reconversión que pretenden “convertir” en heterosexuales a las personas homosexuales.

Hace unos días tuve la oportunidad de participar en un evento internacional sobre las infancias trans. Alguien dijo una frase que me pareció relevante. Se hablaba de la importancia de la aceptación y el rechazo de las y los niños trans por parte de la familia. Y esta persona decía que ningún papá y ninguna mamá rechazan a estas criaturas porque no las amen sino porque creen que obligarlas a apegarse a los esquemas convencionales es lo mejor para sus hijas e hijos. Es un rechazo, decía esta persona, basado en el amor y en la preocupación por el bienestar de las y los niños.

Es cierto. Padres y madres que obligan a una niña trans a que se siga expresando como niño no lo hacen por falta de amor, sino porque desde su mirada es lo que les va a ayudar. Como el papá o la mamá que se empeña en que su hijo deje las drogas porque sabe que le van a perjudicar.

El problema es que no saben que justo lo que más daño le hace a estas criaturas es el rechazo familiar. Hubo el testimonio de padres y madres que no sabían qué hacer con su hija –quien nació con pene y quien creció como niño en sus primeros años- cuando les dijo que era una niña y que quería vivir como tal. Cuentan que la llevaron con psicólogos, con psiquiatras y que incluso le suministraron antidepresivos pero que la criatura seguía triste y seguía insistiendo en querer ser tratada como niña. Cuando por fin encontraron a un profesional en la materia y les habló de la posible transexualidad de su hija, y que lo mejor era dejarla que se expresara como se sintiera más a gusto, fue que la niña recuperó la alegría de vivir.

Insistir en que todas las personas que nacen con pene son niños, y todas las personas que nacen con vulva son niñas, es condenar a la infelicidad a miles de criaturas trans que quizá sepan muy poco de biología, pero que tienen muy claro ser niñas o ser niños.

Y algo más. Cuando niñas, niños y adolescentes gays, lesbianas, bisexuales y trans viven el rechazo familiar, presentan 8.5 veces más intentos de suicidio que quienes cuentan con aceptación.

Condenar la educación sexual que se imparte en las escuelas –desde la evidencia científica y no desde los preceptos morales- es seguir reproduciendo tabúes, mitos y estereotipos que en nada contribuyen al sano desarrollo de las y los niños.

En nuestro país existe la libertad de expresión y al amparo de esas libertades estarán circulando semejantes autobuses. Pero ha de quedar muy claro que la intención de quienes los patrocinan –el clero y otras organizaciones de ultraderecha- es mantener a las y los mexicanos en la ignorancia para tener el control de sus cuerpos y de sus mentes. Pero como sociedad tendremos que rechazar esas posturas decimonónicas que lo único que provocan es un analfabetismo en temas de sexualidad y que se traduce, lamentablemente, en abusos sexuales, embarazos adolescentes e infecciones de transmisión sexual.

Si de verdad los patrocinadores del autobús que exige “No te metas con mis hijos” actuaran con congruencia y se preocuparan por el bienestar de niñas y niños, tendrían que exigir a los curas pederastas que dejaran de meterse con sus hijos, y a los obispos que dejaran de proteger a tanto sacerdote que abusa de las y los niños con total impunidad. ([email protected])