¡Extra, extra, lleve sus noticias falsas!
- Eduardo Barrios
Intentar ser dueño de la verdad en una época de “pos” resulta una práctica común, no de hoy, históricamente. Quizá podemos ser dueños de nuestras interpretaciones, aunque hay hechos y datos cuyas lecturas o inferencias deben ser expuestas, lo mismo que aquellos en donde la intención radica en manipular deliberadamente.
¡Cuánto daño nos ha hecho internet!, dicen algunas voces que han sentido la pérdida del control de la comunicación como forma de introducir verdades a medias, cuando no mentiras.
Para ciertos sectores es sencillamente irritante (las más de las veces el político) y de conductas paranoicas el dudar de los dichos de los demás frente a una forma de comunicación que si no agoniza, por lo menos reajusta su papel hegemónico de cara a los contextos digitales; cuyos horizontes, en algunas latitudes, parecen no moverse.
En ese sentido, el papel de los medios y las formas emergentes de comunicación han venido a resignificar el papel de comunicador/informador/ periodista como mediador de la información, del especialista pues.
Ante una comunicación vertical que intenta emparejar la cancha, reaparecen los fantasmas de la creación para la invención de noticias falsas con mercenarios de la pluma.
Nada nuevo; ya desde la época de la Edad Media, los Juglares hicieron el papel de periodistas y, según consigna Wagner: “iban (…) de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, de castillo en castillo, relatando los acontecimientos más importantes sucedidos en el reino y en el continente”
¿Cuánto de su cosecha no habrán inventado los juglares?
En Francia para 1789, según lo dicho por Darnton estaban prohibidas las noticias de tipo sensacionalistas, sin embargo, los nouvellistes “recogían noticias en los centros de chismorreo, como determinados bancos de los Jardines de las Tullerías o el Árbol de Cracovia en el Palais Royal. Luego, a veces por el puro placer de contar, escribían lo que habían oído en trozos de papel que se intercambiaban en cafés o (a falta de una red de Internet) dejaban en los bancos para que los descubrieran otros”, señala el profesor emérito de Harvard, experto en siglo XVIII francés.
Los medios son uno de los lugares susceptibles de verificación, aunque el trabajo de los verificadores se centra más en la clase política.
Como figuras del espacio público, los políticos y sus dichos, deben ser revisados a profundidad, cada palabra, cada gesto, cada promesa (son tiempos electorales por cierto).
Pues son uno de los agentes que se han encargado, en la actualidad, de trasladar a sus mercenarios al siglo XXI a través de bots, cuya finalidad radica ya sea en hostigar o replicar información. Miles de cuentas son creadas o compradas para tal propósito.
La metodología del fact-checking o la verificación de datos, dicen algunos periodistas de la vieja guardia, no es algo nuevo, se supone que todo lo consignado periodísticamente hablando, debe pasar por un proceso de verificación de la información que se socializa.
Lo cierto es que con mayor frecuencia estamos expuestos ante una parálisis, si se quiere, intencional o no, del cuestionamiento de los periodistas, sobre el discurso vertido en el espacio público, cualquiera que haya sido la voz o institución que lo emitió.
Cuando dicha “parálisis” no proviene del periodista, si lo hace del medio que sirve a intereses políticos o empresariales que impiden la difusión de ciertas informaciones, insisto, nada nuevo.
Lo que sí es novedoso, es que, ante la repetición de episodios de autocensura o censura, es pertinente un proyecto cuestionador de las realidades de facto que se intentan imponer a fuerza de repetición o que distribuyen noticias falsas o sensacionalistas como la imagen de W. Hearst repartiendo periódicos con información con poca credibilidad, ilustrado en la publicación de Keppler y Schwarzmann en 1910 y que a decir de Cimorra, éste hijo de un senador millonario e imitador del húngaro Pulitzer, fue el causante de revivir el “Examiner”, un periódico de San Francisco California con base en “sensacionalismo en sus enorme títulos”.
Debemos comentar aquí que es pertinente mirar a la verificación de datos para el combate de las noticias falsas, como una suerte de observación de segundo orden.
Algo así como ser observador desde lo externo e interno del otro observador y lo que observa, sin desvincularse de su propia observación.
En otras palabras, vigilar lo que se observa y quién lo observa, sin perder de vista que se es susceptible de ser observado.
Es la función de los verificadores de datos y de la organización que se dedique a hacerlo.
Sobre ese último punto vale decir que es muy difícil dejar ésta tarea a una organización exclusivamente periodística, pues si bien los equipos de verificadores alrededor del mundo han surgido de la mano de periodistas, estos no constituyen como tal un centro de noticias, sino de observación y análisis de lo que se arroja al espacio público.
Es pues incongruente pretender lo contrario, porque si el fact-checker o verificador puede revisar la información periodística como otra textualidad susceptible de observación, entonces no debería ser juez y parte, antes bien, como figura dentro de un medio, debe ser independiente.
Debe fungir como un organismo separado, como conciencia del medio y observador del espacio.
Usted, ¿qué piensa?, lo invito a que me deje sus comentarios en mi cuenta de Twitter @EduardoBarrios_, por allá hablamos de todo en digital.