Terapias

  • Silvia Susana Jácome G.

A principios de 1990, la homosexualidad se encontraba dentro de la lista de enfermedades mentales de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Era el estatus que prevalecía desde que, en 1867, el alemán Karl Heinrich Ulrichs acuñó públicamente el término en una conferencia dictada en Berlín. El 17 de mayo de 1990, sin embargo, la OMS retiró esta orientación sexual de la nueva versión de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades (CIE) y a partir de ahí cada vez más profesionales de la salud consideran la atracción hacia personas del mismo sexo como una condición no patologizante. Tiempo atrás, en 1973, había hecho lo propio la Asociación Psiquiátrica Americana, una importante organización que agrupa a destacados especialistas en esta disciplina.

Por eso es que sorprende –e indigna- que 24 años después de la decisión de la OMS siga habiendo personas –y organizaciones- que no se han enterado de la despatologización de la homosexualidad y que ofrecen cursos, talleres y terapias en donde dicen ‘curar’ esta orientación sexual.

Es el caso de Richard Cohen, un estadounidense que asegura tener la cura para la homosexualidad y que ha publicado libros e impartido ‘terapias’ en diferentes partes del mundo. Ahora, el autodenominado terapeuta ha anunciado que visitará México para promover sus terapias de reconversión sexual. Estará en el Distrito Federal y Puebla en donde impartirá sus ‘curas milagrosas’; el primero llamado “Herramientas para el acompañamiento de personas con atracción al mismo sexo”, que sería del 28 al 30 de agosto y del 12 al 14 de septiembre en la colonia Parques del Pedregal, en Tlalpan, Distrito Federal; y una más que se realizaría en el estado de Puebla en fechas por confirmar.

Al respecto, conviene recordar que la Organización Panamericana de la Salud (OPS) ha sido muy clara al afirmar que “los supuestos servicios de ‘curación’ de personas con orientación sexual no heterosexual carecen de justificación médica y representan una grave amenaza para la salud y el bienestar de las personas afectadas”.

En un documento publicado el 17 de mayo de 2012, la OPS hace un llamado a los gobiernos, a las instituciones académicas, a las asociaciones profesionales y a los medios de comunicación, a que expongan estas prácticas y promuevan el respeto a la diversidad. “Ya que la homosexualidad no es un trastorno o enfermedad, no requiere cura. En consecuencia, no existe indicación médica para el cambio de orientación sexual”, observó en ese entonces la Directora de la OPS, doctora Mirta Roses Periago. Añadió que las prácticas conocidas como “terapias reparativas” o “de reconversión”, representan “una grave amenaza para la salud y el bienestar, inclusive la vida, de las personas afectadas”.

Diversos testimonios dan cuenta de que estas ‘terapias’ no son más que la versión moderna de “Naranja Mecánica”, la película en donde se propone una programación estímulo-respuesta para que el delincuente recuerde experiencias traumáticas cada vez que cruce por su mente la idea de cometer un ilícito.

Uno de estos testimonios es el de Alberto Rodrigo, homosexual español de convicciones religiosas que se sometió a una de estas terapias y que declaró a medios de comunicación españoles que eso “me creó una gran angustia y ansiedad, no podía dormir, tenía síntomas como que se me hinchara la cara, no tenía infección ni nada, pero somatizaba".

"El tratamiento fue largo. Afronté sesiones terapéuticas en las que reforzaban la idea de que la homosexualidad era una enfermedad, de que podía reconducirlo. Me sugirieron cosas tan absurdas como comprar revistas deportivas para que me aficionara a estas actividades, o tirar mi ropa interior de slips para que me comprara calzoncillos largos, de los de toda la vida. Como esto no funcionó, me propusieron la terapia de shock con electrodos: cada vez que tu cuerpo se estimula viendo imágenes eróticas gays recibes una descarga eléctrica", señaló.

La presión de los medios en el país ibérico logró que una de estas organizaciones, llamada Exodus International- no sólo dejará de ofrecer sus terapias sino que algunos de sus miembros pidieran perdón por el daño causado a sus ‘pacientes’.

Es importante que en México hagamos lo propio; es decir, que impidamos que se sigan ofreciendo estos servicios que no le hacen bien a nadie y que únicamente generan angustia, ansiedad y sufrimiento a las personas que, de buena fe, creen que su orientación sexual es una enfermedad y que existen tratamientos para modificarla.

Habrá que desenmascarar a Richard Cohen –el presunto terapeuta- pero también a las organizaciones que lo han traído a México y que no solamente lucran con la buena fe de mucha gente sino que, reitero, pueden causarle mucho daño, tal como se desprende de los testimonios y de las recomendaciones de organizaciones tan serias como la OPS. Las supuestas terapias que imparte el señor Cohen son una expresión de homofobia y no pueden ser toleradas en una nación como México que claramente señala en el artículo primero de su Constitución que se prohíbe toda discriminación motivada por las preferencias sexuales.

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