Muerte y olvido

  • Jafet R. Cortés

Codiciamos romper las reglas no escritas que nos anclan a nuestro limitado tiempo, buscando sortear la muerte, resistir el deterioro del tiempo, los embates de la vida.

Desde el mito, la religión y la ciencia, buscamos la inmortalidad; emprendemos cruzadas diarias siguiendo pistas inconclusas sobre el paradero del Vial de la Eterna Juventud, el Santo Grial, la Piedra Filosofal que preserven nuestra propia existencia.

Trascender. Un anhelo que habita, no sólo los deseos más profundos de la humanidad, sino que se vuelve el motivo medular de muchas acciones que realiza. No importa el camino por el que nos lleve esa búsqueda, nuestra vida, de un momento a otro, acaba. Morimos y lo único que queda son nuestros restos, degradándose paulatinamente hasta que se vuelven parte del polvo; así como aquello que hicimos en vida.

El legado inmaterial que dejamos, suma todas las expresiones que fecundamos con sinceridad. El trato que brindamos a los demás, las vidas tocamos, alentando, lastimando, creando, destruyendo; aquellas reminiscencias de nuestros más profundos sueños, entre proyectos terminados o inconclusos.

Al mismo tiempo, los recuerdos que dejamos, provocan duelos sin querer hacerlo; despiertan en amigos, familiares, seres queridos, algunos conocidos y quizás extraños, una lucha que muchas veces cargan en silencio. Equipaje pesado que debemos desempacar en soledad.

RITUAL DE LA MUERTE

¿Cambia algo para los muertos, en qué lugar se encuentren sus restos?, que se encuentren en un hoyo profundo, enterrados en el patio; que hayan sido cremados en un horno o en un barco vikingo; que hayan puesto sus órganos en vasijas para embalsamarlos en criptas subterráneas, ¿afecta?, las respuestas dependen de nuestras creencias sobre lo que viene después -Valhala, Aaru; Paraíso, Infierno, Purgatorio, Mictlan, etcétera-, pero la generalidad indica que todos los rituales ligados a la muerte, fueron creados como un medio para ayudar con la pérdida.

El ritual de la muerte, es un ritual para los vivos, que en ocasiones ayuda bastante. Acompañar el dolor y ser acompañados en el nuestro, lidiar así con la tristeza que causa recordar, el lamento por aquello que quedó inconcluso.

Ver que alguien más vive algo similar, tener un punto para descargar lo que sentimos, ayuda; pero el verdadero duelo llega en soledad. Bajo aquel profundo silencio, vuelven a nosotros las memorias que atormentan; palabras que lamentamos haber dicho, palabras que ya no tendremos oportunidad de decirlas.

MIEDO A LA MUERTE

Huimos de la inevitable muerte, utilizando distintos métodos. Tratamos de escapar, teniéndole un miedo tan inmenso, que en ocasiones evitamos pronunciar la palabra, buscando suplirla. Utilizamos el “ya no está con nosotros”, “se fue a un lugar mejor”, “ya por fin descansa”, sinónimos conceptuales imprecisos que buscan consuelo. A veces, ocultamos el temor con risas, volviendo la muerte una comedia. Mecanismos de defensa.

Tememos a la muerte, pero más que eso, tememos a la forma en la que moriremos. El hecho de pensar siquiera que podría ser, sufriendo una profunda agonía, en completo desamparo, sintiendo cada detalle, podría llegar a enloquecernos.

Entre rituales y el miedo por nuestro incierto futuro, la verdadera muerte podría ser el olvido. No ser recordados por nadie, habernos quedado en el camino sin saber si nuestras acciones por trascender, triunfaron o sucumbieron. Mientras alguien nos recuerde, nuestra memoria seguirá viva, podrá perdurar, es decir, continuar.


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