La buena (o mala) música

  • Alberto Delgado
Me subí a un camión. Sonaba -en altísimo volumen- una canción horrible de “Mocedades”...

Me subí a un camión. Sonaba -en altísimo volumen- una canción horrible de “Mocedades”. A esta canción, le siguieron despiadadamente rolas de Oscar Athié, Leo Dan y unas rolas de banda, específicamente de un tal Espinoza Paz, que entiendo es como el Arjona de su género musical. Afortunadamente, alcancé a salvarme parcialmente gracias a mis audífonos. Más tarde, llegué a la oficina, en donde mis compañeritos escuchaban la rola del “Titanic”, en la versión de los “Guardianes del Amor” (que es terrible y por eso es tan buena). El taxi que me llevó de regreso a casa después del trabajo era como un antro motorizado, con luces de neón y banda a todo volumen. Un día entero de mala música.

¿Mala música? ¿Existe eso? Porque eso que acabo de escribir: “un día entero de mala música” es completamente sangrón y cuestionable. ¿Qué es “mala música”? Los ancianos ensabanados que nosotros llamamos “los griegos”  (los Pitagóricos),  tenían una idea muy clara de esto, y acuñaron un término muy interesante: “Psicagogía” (algo así como “guía del alma”). Para estos muchachos la buena música podía actuar sobre el alma, mejorándola, o, si se trataba de mala música, corrompiéndola. Esa era la función psicagógica de la música, y por supuesto, exigían que las leyes protegieran a la buena música y, dada la importancia social y moral de la misma, que no se permitiera ninguna libertad a la mala música, pues eso acarrearía muchos peligros. Eso me recuerda cuando mi amigo Luis Zamudio le preguntó a un taxista que traía un disco de “La Arrolladora”: “¿En serio no lo multan por llevar esa música horrible en su taxi?”.

Siempre he escuchado música. Y si en algo soy creyente, es en el poder “psicagógico” del rock y del jazz. Aunque debo confesarle, amable lector, que es un poco frustrante meterme a una de esas plataformas donde encuentras cualquier cantidad de música, picarle en donde dice “Rock” y casi no conocer a ninguna de las bandas que ahí se muestran. Lo sé, es la maldita brecha generacional. A pesar de la tal brecha, no me he rendido, y he hecho el ejercicio de escuchar a muchas bandas “nuevas”, y hay muchas cosas bastante buenas, pero sinceramente, siento que a la mayoría algo les falta. Pensando mucho, tal vez lo que pasa es que esas bandas no son molestas.

En el proceso de buscar lo que es “bueno” para uno mismo, se aplican muchos métodos. Para mí, uno de los más eficaces era buscar algo que resultara molesto para mi abuela y mis Elfos. Ponía un nuevo disco (eran cassettes) y salía un momento de mi cuarto. Si escuchaba el grito de mi abuela “¡Bájale a eso, pinche chamaco!” entonces sabía que estaba ante un gran disco, y le subía más. Igual pasaba cuando ponía los cassettes en el coche del Elfo y esperaba a ver sus reacciones. Si les desagradaba, era porque esa banda era lo suficientemente “heavy”. Sinceramente, si alguien me pone un disco de Nickelback o de The Killers, no me desagrada, más bien me da algo de flojera y no me dan ganas de escucharlos.

Mi Elfo tenía su propia forma de saber qué era buena música. Lo supe cuando compró un disco de Santana y lo puso en su coche. Escuchábamos “She´s not there”. De pronto, dijo: “Hasta siente uno que se le eriza la piel, ¿no?” y en ese momento descubrí que efectivamente, eso pasaba. “¿Cómo lo sabe?” pensé. Y supe que la música que podía lograr eso, no podía ser otra cosa que “buena música”. Casi apostaría que a nadie se le ha erizado la piel escuchando a Espinoza Paz o a Oscar Athié. Con Leo Dan tal vez pueda pasar si mientras lo escuchas te acuerdas que alguna vez has llamado a casa de tu ex pareja y te contestó tu hijo de cinco años que no conoces en persona, así que no voy a cuestionar eso. Tampoco voy a salir con esa payasada de que “Todo tiempo pasado fue mejor”, porque no es cierto, siempre ha habido basura y siempre ha habido genios.

La música es una especie de droga. O más bien, un gestor de las drogas que nuestro cerebro tiene listas para liberar. Por eso creo que no deberíamos tomar muy a la ligera el asunto de con qué clase de cocteles de drogas se anda emocionando la gente en los camiones o en las oficinas, y poner algo que nos haga el trayecto un poco más amable y que no nos vuelva fieras. Recordemos que Woody Allen decía: “Cuando escucho a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia”.

Y para demostrarle que no todo lo pasado fue mejor y que no por ser simple algo es malo, mi recomendación musical de esta semana será una gran rola de Gary Clark Jr., quien ha sido descrito como “El futuro del Blues”, le prometo que es una rola completamente disfrutable. Súbale a la música, nos leemos el lunes.

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