El aburrimiento

  • Alberto Delgado
A estas alturas, la pelea no es contra el tiempo, sino contra el aburrimiento.

Es domingo. Gracias a Flavino Ríos, al fiscal y a un corresponsal de un medio nacional histérico, me levanto temprano. Voy al Penal de Pacho Viejo. Espero afuera de la sala de juicios orales, hay que hacer la foto. Espero. Espero más. Una hora. Dos. Salen. Fotos. No dura más de 20 segundos. Termina el show. Me largo.

Después, nada. Llego a casa. No soy fan del fútbol, en serio, pero ni siquiera hay futbol en la tele.

Aburrido.

Llueve, hace un poco de frío. Ni para salir a caminar. Duermo un rato. Hace falta descansar. 10 minutos después, despierto.

Aburrido.

Aburrimiento, amable lector, es una palabra que proviene del latín: del prefijo Ab- (sin) y “horrere” (horror). Según esto, una vida sin horror es una vida sin sentido. La verdad es que en parte es cierto, aunque, pensándolo bien, en nuestro Veracruz ya nos merecemos aburrirnos un rato, porque el horror cotidiano tampoco es sano.

El aburrimiento es la experiencia del tiempo. Así nomás. Del tiempo pasando, haciendo lo suyo, que es, simplemente, pasar. Y de nosotros sin tener con qué defendernos de él.  A estas alturas, la pelea no es contra el tiempo, sino contra el aburrimiento. Por ejemplo, Levi-Strauss (el antropólogo) dijo que escribió todos sus libros “contra el tedio mortal”. Y lo entiendo.

Nuestra sociedad se ha autoimpuesto una guerra frontal contra las horas aburridas. La tele encendida, la música siempre sonando, las plazas comerciales, las redes sociales, el cine, todo lo que se hace para evitar que seamos presa del aburrimiento, y, al mismo tiempo, presas de nosotros mismos. De nuestra cabeza funcionando hacia adentro. De nosotros pensando en nosotros. Hay por lo menos, dos formas de evitar pensar: una es el trabajo arduo. La otra es divertirnos sin descanso.  ¿Qué hace falta para ponernos a leer? Estar aburridos. ¿Qué hace falta para ponernos a pensar? Estar aburridísimos.

El ser humano, experto en contradicciones, inventa el “pasatiempo”, curiosamente, para no ver pasar el tiempo; como decía Pascal, para hacernos llegar inadvertidamente a la muerte. Entonces aquí estoy. Sin mucho qué hacer, dándome cuenta que en realidad hay mucho que hacer: pensar, por ejemplo. Sin distracciones, sin ruidos, sin contaminaciones. Poniendo en orden algunas cosas de adentro, que simplemente se habían quedado sin atender, dando forma a la columna que usted leerá mañana, si todo sale bien.

Vamos, abúrrase un poco conmigo de vez en cuando.  Atrévase. Apague la tele, calle la música y escuche su casa, alguna parte de su casa que le guste, póngase cómodo. Evite salir, física o mentalmente. Al principio es un poco insoportable. No le voy a mentir, encendí un par de veces el ampli y me puse a tocar la guitarra, y así pasaron como 40 minutos. Pero luego tuve que apagar el ruido. Y sólo se escuchaba en casa la respiración apacible de Groupie durmiendo. Después de una tarde completa de profundo aburrimiento, le he de confesar que no me la pasé tan mal. Hubo momentos que no fueron tan buenos, es cierto, el pensamiento es como un animal salvaje que a veces corre al pasado o al futuro, o a lugares o a personas. Pero al final he de reconocer que pensar es un buen lugar para estar. Y a veces, hasta divertido. Borges decía que vivimos postergando todo lo postergable. Es una pena todo el esfuerzo que ponemos en no aburrirnos, postergando estar con nosotros.

Si no se ha dormido leyendo esto, le voy a dejar mi recomendación musical: El gran Iggy Pop como usted nunca lo ha visto (o sea, con ropa) cantando I’m Bored (Estoy aburrido) disfrute. Nos leemos el lunes:

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