Los optimistas

  • Alberto Delgado

Usted en principio diría que no tiene nada de malo ser optimista. Siempre es una inspiración para todos los demás, alguien que siempre pueda ver lo bueno de cada situación. Yo tenía un amigo que cuando algo malo le pasaba se ponía a cantar. Era un poco molesto verlo por la escuela cantando porque estaba en problemas con alguna materia, o porque lo había dejado su novia, o porque había chocado. Imagínese la situación, amable lector: va usted en la calle, un tipo lo choca, y cuando usted se baja de su auto para reclamarle, el tipo en cuestión está cantando. ¿Se esperaría a que acabe la canción para reclamarle?

Hay gente que en verdad tiene la capacidad para ver lo bueno de las cosas, de todas. Para mí son como una raza extraña, porque de donde yo vengo, si algo malo te pasa, le ves todo lo malo que puedas verle, te encabronas, mientas madres, peleas con todos, y después buscas cómo resolverlo. Mi Elfa (mi madre)  nos enseñó que ese era el modo en que uno se debía comportar cuando algo malo te pasaba. A todos sus hijos nos pareció de lo más lógico y sensato, así que si me ven en la calle vociferando y manoteando, es que estoy tratando de comprender algo que me parece que no es bueno. (Ahora es cuando confieso, amable lector, que visto de esa manera se le quita lo sensato y lo lógico) Por otro lado, el Elfo era más práctico y decía cosas tan molestas como: “Pues si te enojas, tienes dos trabajos: enojarte y contentarte para que podamos hablar”. Y como a mí siempre me ha asustado el trabajo, trataba (con muchos trabajos) de no parecer enojado.

Adivina, amable lector: en mi familia, el Elfo es el optimista. Pues sí, parecería en un primer vistazo que así es. Sin embargo de esas dos posturas tan distantes aprendí que a nadie le creo. Ni creo en el optimismo patológico del Elfo ni en el pesimismo incendiario de la Elfa. Creo que en el fondo, la postura de la Elfa se debe a que ella tiene la capacidad de ver inmediatamente las cosas que están mal, para cambiarlas, para hacerlas mejor, y no puede comprender por qué no se hace en ese preciso momento. En el fondo es una optimista. Por otro lado, la postura del Elfo tiene que ver con darte un poco la confianza, para que veas por ti mismo que estabas bien menso. En el fondo es un pesimista. Y yo, yo creo que mi pesimismo no llega al incendio, pero casi nunca entiendo al optimismo. O eso creía.

Le estoy contando todo esto porque voy a hacerle una confesión: ayer compré un boleto de un sorteo de la Lotería Nacional. El del corazoncito. Normalmente no hago eso por la sencilla razón de que nunca me saco nada en ninguna rifa ni nada por el estilo. Pero pasé por uno de los lugares donde venden el tal sorteo y con toda naturalidad, compré uno. Y me sorprendió un poco. Tienes que atinarle a seis números, como siempre, pero en vez de tener 49 opciones, como la última vez que lo compré, ahora tienes 56, con lo que tus oportunidades realmente se reducen. Si usted le echa números, la posibilidad de ganar el tal sorteo es de una entre más de 32 millones. Un optimista diría: “¡Pero esas eran las mismas probabilidades que tenías cuando eras sólo un espermatozoide de fecundar un óvulo! ¡Ya eres un ganador, sólo tienes que repetir la proeza!” Lo cierto es que tal vez como espermatozoide tenía más convicción, porque cuando estaba comprando el boleto, me dio flojera pensar en qué números debía rellenar y le dije a la señorita: “Uno de los de la máquina, por favor” y entonces dejé que la máquina decidiera. (¡Vamos, no me vea así! ¡Cuando era espermatozoide tampoco decidí yo!)

En fin. No me saqué nada en el sorteo. Como era de esperarse. Debe saber que sobre mi familia pesa lo que llamamos “La Maldición del Elfo”: Puedo recordar el asunto a la perfección. Era una noche, recuerdo que estábamos platicando todos en la familia sobre cualquier cosa, cuando de entre los temas surgió algo que molestó un poco al Elfo. Era un asunto de la escuela, pero fue suficiente para que de pronto, el Elfo nos mirara a todos y dijera: “A nosotros nadie nos regala nada”. Y se hizo un silencio sepulcral en la mesa. (¿Ve por qué no les creo nada a los optimistas?) Ya no recuerdo si tras esas palabras se desataron relámpagos y tormentas, pero lo cierto es que después de eso, en mi familia no sabemos lo que es ganar en las rifas. ¿Entonces por qué compré un boleto cuya posibilidad de salir ganador era de 0.00003%? Voy a confesarle, que la lógica es que mientras la probabilidad de un evento sea mayor a 0, es perfectamente posible. Aunque pesen sobre usted mil maldiciones. Ahora puede crucificarme por tratar de ser un optimista que ve lo malo de todo, que mienta madres, pero que cree en lo que es posible.

Lo bueno de: Los optimistas.

En realidad no todos los optimistas son tan molestos. Yo admiro a la gente que puede hacer esfuerzos todos los días para ver las cosas bien, o como la chica que es mi musa dice: “Perfectas”. Cuando me dice eso, siento que me atraviesa una punzada en el estómago, pero tengo que admitir que admiro su convicción y entrega al optimismo. Aunque sea tan molesto.

Por eso, mi recomendación musical de hoy será el gran Joaquín Sabina y su inolvidable “Rap del Optimista”. Disfrútelo, ríase un poco. Nos vemos en la próxima (si hay próxima)

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