En el mundo de los grises

  • Darío Fritz
Navegar sobre los grises ofrece mejores opciones; y para sobrevivir, hay que ser un buen marinero.

Creer que buenos y malos definen la vida, y por lo tanto hay que estar con unos u otros, es de los peores autoengaños con los que podemos estamparnos, tal cual esos autos que para probar su seguridad los estrellan contra una pared de hormigón. Ya somos lo suficientemente adultos para discernir con claridad.

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Hasta a los niños hay que inculcarles que los Batman, Capitán América o El hombre araña no están hechos de una sola pieza. Solo se trata de patrañas del comic o Hollywood —al parecer en el manga y el anime pasan por circuitos parecidos—, necesarias desmenuzar para no caer en arrepentimientos posteriores. Por eso asumirte con una casaca nacional o de club, defender a rajatabla a la universidad donde obtienes un título a grito pelado como si te fuera la vida, poner las manos en el fuego por un familiar, cegarte con un autor, un músico, una marca de ropa, o hasta un gobernante, te convierte en patrocinador de causas traicioneras. Imposible no trastabillar y caer para ver si luego nos podemos levantar. Lo más probable es que pararnos cueste. Y los antecedentes queden registrados como las primeras piedras labradas de la escritura. Le ha pasado en estos días a Karla Sofía Gascón, astillada por sus propias reflexiones racistas y de lengua larga en el pasado, que le pueden mancillar su pelea por el Oscar; el linchamiento, entre otros, sobre Woody Allen; como también se las hemos encontrado a más de un político —aunque de ellos se suele esperar y, por lo tanto, se asume y perdona— que cuando se hace funcionario, reniega sin asumirlo sobre sus dichos del pasado.

Navegar sobre los grises ofrece mejores opciones en la complejidad de convivir, aunque la etiqueta de malo o bueno resplandezca con mayor fuerza. En los grises hay pesimismo y alegría, errores y aciertos, atribulados y expectantes, enamorados y aburridos, sentimentalistas y arrogantes, ambigüedades y certezas, vidas con llantos, tropezones, inequidad, furia, soberbia o hartazgo. Hostilidad, peligro u olvido. Lo bueno o lo mano, por el contrario, es uniforme, incoloro, ilusorio, hipócrita.

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Para sobrevivir, y entre los grises tenemos que hacerlo, hay que ser un buen marinero, como dice Arturo Pérez-Reverte, porque “si me descuido, si no estoy atento, si no soy buen marino, si no miro el tiempo, la luz, el barómetro, el mar me puede matar a mí y a los que están a mi cargo como tripulantes”. Sus novelas nos van contando de eso, de los personajes, que tomados de historias reales, son tan vívidos como contradictorios. Grises. Tanto el mercenario Luis Corso, de “El club Dumas”; la contrabandista Teresa Mendoza, de “La Reina del Sur”; como el mítico Rodrigo Ruy Díaz de Vivar, de “Sidi”. En la “Isla de la mujer dormida”, su última obra, anclada en aguas griegas del Mediterráneo, va sobre esos grises de hombres de mar que pese a sus creencias republicanas -Jordán Kyriazis, capitán de una torpedera- terminan colaborando con franquistas; de espías de uno y otro bando que juegan su ajedrez; del marino casado que se enamora de la mujer de un aristócrata. Personajes de pérdidas y sufrimiento que también encontramos en la Isabel Archer, de Henry James; el Rugendas de Carlos Franz en el abismo chileno del siglo XIX; o el Frank Bascombe, de Richard Ford, que en “Sé mía”, sabe que tendrá que sobrellevar la muerte próxima de su hijo con ELA, pero aun así quiere vivir: “Todo lo que creo saber es que cuando Paul dejó su vida, yo no dejé la mía”.

En la riqueza de los grises que no nacen de la ficción —la vida de una militante de izquierda que perfila Leila Guerriero en “La llamada”; o los documentales del negocio de las adicciones de la industria farmacéutica (El crimen del siglo), la vida de Anthony Bourdain (Lo desconocido) o El dilema de las redes sociales—, también hallamos esas mismas vivencias de la contrariedad que somos todos a diarios. Y que no pueden arrebatarnos desde la maldad, quienes a diario se presentan con el incoloro uniforme del desprecio por los más débiles, la exaltación por oprimir las voces diferentes o el canto de una vida de premios para pocos.

@dariofritz.bsky.social