No sé por quién votar
- Enma Andrea Reynaldo
El 2 de junio llega a mí antes que un suspiro o una respuesta. Esperaba que para estas alturas de la contienda electoral, los debates, los múltiples mítines o los kilos y kilos de basura electoral en las calles me darían una respuesta. Pero no fue así.
Con amargura, como cualquier joven al que el poder de tener una ideología se le siente ausente y arrebatado, me dirijo al 2 de junio. No con apatía, sino con mucha tristeza.
Cuando era una adolescente, con mucha más fuerza y menos experiencia, solía discutir a gritos en cualquier lugar donde se me diera la oportunidad de hablar sobre política.
Con adultos expertos que no veían mi opinión más que como la de una niña respondona, con compañeros de clase, amigos, familiares. Era para mi tan importante como el comer o el dormir, el poder expresarme, dar opiniones, cambiar estas por otras, solo para, en ocasiones, regresar al principio.
Hoy, cuando en la sobremesa o en las pláticas casuales en cafés, alguien toma el tema entre sus labios – para quejarse, alabar o conspirar – antes siquiera de poder pensarlo mis ojos se voltean y mi rostro se convierte en una mueca.
Me gustaría estar enojada, colérica, contenta o conforme pero tristemente estoy hastiada de la vida política de este país. De sus rostros nuevos y de los viejos por igual.
¿Cómo tomo una decisión cuando se me ha gastado la energía, se ha abusado de mi esperanza y se me ha arrebatado de opciones?
Me gustaría pensar que este es un sentimiento individual, que soy yo la única que siente su voto, sea cual sea, tan lejano de su corazón y de su conciencia. Pero creo que muchas personas nos encontramos en este limbo en donde parecía que cualquier opción se equivale a firmar un dogma.
Votamos por personas, por partidos, por creencias, por lados, por el apoyo irrefutable, por la creencia divina, por la esperanza, por el futuro. Tantos significados se le ha dado a nuestro voto que parece hacernos olvidar que votamos por funcionarios, por empleados de nuestra nación.
No quiero que un rostro, un nombre o un color sea dueño de mis ideologías, pensamientos o de mi futuro. Quiero que la persona que dirija este país me permita a mí y a los jóvenes del futuro a los adultos y a los adultos mayores vivir en una nación donde se me permita tener todo eso por mí misma.
Pareciera que en la vida política de este país se ha tornado iconodulía. Y los políticos se han vuelto tikokers, súperestrellas y símbolos tan complejos que ellos mismos se han perdido en el significado.
Un fenómeno que no solo está pasando en nuestro país, ya que México parece ser solo parte de este efecto dominó que se conforma de figuras políticas endiosadas o caricaturescas. Carentes de propuestas, pero nunca de despliegues de personalidad, de extremos y de divisiones.
No sé por quién votar el 2 de junio. Pero sé que tengo que ir a votar. Que es mi derecho y más importante mi obligación. Como joven, como mujer y como mexicana.
Amo mucho este país, tal vez esa es la respuesta al por qué me cuesta tanto trabajo ponerlo en manos de alguien.
Espero elijamos bien incluso aquellos que sentimos tanta incertidumbre por lo que marcaremos en la boleta.
Y espero con la inocencia que da la inexperiencia y la juventud que las manos de la persona en la que quede nuestra nación me/nos regrese algo lo que sea de todo lo sé ha ido.
Anteriores

Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Veracruzana (UV).