El Quijote peleaba contra molinos de viento, confundía rebaños con ejércitos y peleaba contra los leones. En su utópica conciencia y en sus efímeras batallas no importaban ni los costos ni los riesgos con tal de ayudar a los pobres y desfavorecidos, único objetivo que, en su cabeza, substituía la realidad por la enorme fuerza imaginaria que le permitía, en su mente, solo en su mente, cambiar los mundos y acomodar los desperfectos.
Del Quijote podemos aprender mucho porque, con todo, es un ícono de emoción y sanos propósitos al que todos quisiéramos, multiplicar en cada una de nuestras acciones y nuestros sueños. Ninguno puede sustraerse a esta hidalguía y todos terminamos por ser caballeros andantes atrapados en nuestras propias circunstancias.
Gobernar, solo con buenas intenciones tendría mucho parecido a esas peleas imaginarias que nos alejan de una realidad terca y tozuda. Pero es un ejercicio obligatorio porque muy a nuestro pesar, para que cambie la realidad, se tiene que cambiar primero en la mente.
Lo que es, está y actúa. No se fabrican enemigos fácilmente ni serían creíbles por tanto tiempo. La corrupción, la impunidad, promovieron siempre un saqueo de recursos pero, también, se robaron credibilidad y confianza. No están en las imaginarias de ninguna cabeza, menos en los que, dándose cuenta o no, han sido los que más altas facturas han pagado.
Pero no son los únicos enemigos reales en estos tiempos y por lo tanto, cancelarnos, no sería la única batalla que tendríamos que ganar. De la idea se tiene que ir a la acción y todos necesitamos saber que más hay detrás de esas peleas y que más deberá haber a partir de hoy.
Me pregunto si esto tiene que ver con el descenso de la aprobación y la satisfacción con el desempeño del Presidente López Obrador cuyo liderazgo se construyó en esos indispensables propósitos, pero que demanda concluir en realidades diferentes.
A mí sí me preocupa que algunos paisanos vayan dejando de creer en el Presidente López Obrador porque sigo pensando que, si le va bien a Andrés Manuel, podría irnos bien a todos.
En las intenciones y en los enemigos coincidimos todos. Ahora debemos coincidir en las estrategias y en los resultados. Ocho meses han sido eternos, pero esperanza real al fin.
El presidente López Obrador supo convertir inconformidades y enojos en odios y venganza. Ahora debemos comprobar si esa razón social ya es inteligencia política y energía económica suficiente para transformar los desperfectos en nuestra sociedad cansada y confundida y si los mexicanos hemos aprendido que debemos transformarnos uno a uno, para poder vencer a los leones del Quijote.
Los mexicanos necesitamos saberlo ya sin temor a convertirnos en Fifís, neoliberales o conservadores. Una de las condiciones indispensables para la transformación es intervenir así sea solo preguntando. Por ello necesitamos abandonar la autocensura o el miedo a las represalias por preguntar o por la no coincidencia o la no aceptación. La 4a. Transformación contiene también esos espacios para que sea posible y cierta. Necesitamos saber que sigue.
De eso depende la paciencia que nos pide el presidente. Venimos de la impaciencia y en nada ayuda un solo Quijote, o todos lo somos, o todos dejamos de serlo.