Acostumbro decir a mis alumnos de Comunicación, que una imagen es un concepto artificialmente construido y por lo mismo, vive más en la verosimilitud que en la realidad. El problema es que, entre tantas imágenes y en esa insana competencia a que les obliga la mercadotecnia, tenemos que aceptar que vivimos en un mundo poco real, y que entre menos lo comprendemos, más lo obedecemos.
Esta es una condición de la sociedad actual. Por ello, tenemos que acudir a los intérpretes, para que nos guíen en un entendimiento práctico que nos permita hacer la vida, también práctica. Pero como todos los intérpretes, ven con ojos diferentes a los nuestros, el acompañamiento, suele ser, también, distorsión o confusión, poco confiables.
Algunos de buena fe, otros no tanto, quienes se dedican a ayudarnos a entender nuestro tiempo, terminan por agregar o quitar, agrandar o achicar, omitir o recalcar, algunos de los componentes de esa realidad que, concluye por ser, ese río revuelto, que solo da ganancia a quienes saben pescar.
Políticos, líderes de todo tipo y los medios de comunicación, cargan con esas medias verdades o medias falsedades. Cuestión de enfoque.
Eso no es lo más difícil. Lo grave, en realidad, es que nos acostumbramos a dejar que otros nos digan lo que se puede o debe entender y vamos abandonando el supremo poder de nuestra libertad y autonomía. Libertad para comprender, autonomía para decidir.
Las redes sociales agrandan esa nefasta dependencia.
Las verdades, las dice el ¨señor de la tele,¨ el señor diputado, o se publican en las redes sociales por ¨autoridades¨ en todas las asignaturas de la vida cotidiana, muchos de ellos maquinados como robots o escondidos bajo seudónimos. Todo eso facilita el ¨conocer,¨ lo que pasa y nos ubica en la comodidad de no investigar ni comprobar todos los dimes y diretes que circulan pero, al mismo tiempo, nos dan ¨capacidad,¨ para opinar y ¨certidumbre¨ para actuar.
Así se construyen las decisiones individuales y colectivas. Así se gobierna, se comunica o se decide en esta sociedad, cuyas prisas y liquidez, nos seducen y conducen.
Quien no está en las redes, se dice ahora, ¨no existe.¨ Esa presión, se vuelve obsesión y nos ajusta a sus reglas de brevedad, inmediatez, generalidad y una cierta irresponsabilidad para escribir y para interactuar. Esto no importa, lo que vale, es estar dentro de esa discusión, que, en un mundo virtual, nos vuelve, ciudadanos virtuales, sin que nos demos cuenta.
Y bueno, vivir en la realidad virtual, solo permite, eso, realidades virtuales. Un debate de ligerezas y frivolidades. Tik Tok, los memes, o lo ¨viral, ¨ son hoy en día, objetivos de importancia. Nada de lo formal alcanza cientos o miles de ¨likes,¨ ni ¨compartidos,¨ ni ¨alcanzados.¨
Pero los bolillos no pueden ser ¨virtuales,¨ ni los ingresos, ni las oportunidades. Grave caos, multiplica incertidumbre, porque, lo fácil, agradable o sugerente, de las redes sociales, se estrellan frente al desempleo, la pobreza, la insalubridad, el hambre.
Las redes podrán servir para conseguir algo de ello, pero lo que se consiga, no podrá ser virtual. Las decisiones también, tarde o temprano, se estrellan frente al espejo de la realidad real, que golpea mucho y muy duro.
Por eso, uno de los grandes desafíos, es aprender a navegar en ese mar de ¨acompañamientos¨ y ¨explicaciones, ¨ distinguiendo, la verdad de la ficción. Lo útil, de lo que solo entretiene y distrae. Así es esta modernidad global, que no nos deja, espacios reales, para pensar, con las fortalezas de las razones, para intentar, que la manipulación, no sea nuestra compañera inseparable de la vida.