La madre (que sí tengo)
- Alberto Delgado
Amable lector, en su columna de los lunes aprovechamos las fechas de las que podemos acordarnos para celebrar lo celebrable, y, en vista de la cercanía, vamos a platicar un poco de la fecha más importante en el calendario cívico de este país: El Día de las Madres.
Aunque muchas voces han negado abiertamente (algunas hasta lo han gritado) que yo tenga una, creo que es pertinente aprovechar este espacio para afirmar categóricamente la existencia de una (mi) madre. Existe, y existe mucho. Y existe bien. Tan existe, que mucha gente (incluso, curiosamente, gente que no la conoce en persona) me la recuerda con cierta frecuencia, aunque esto es francamente ocioso. Ella siempre se encarga de recordármela a mí, por si hubiera alguna forma de olvidarla.
A mi madre le decimos “La Elfa”. Hace un año, hablábamos por teléfono y me decía que a ella le incomodaba mucho la responsabilidad de la maternidad. Que era algo que le aterraba, y que no estaba bien tanta presión para una persona. Es más, decía que no la aceptaba. Claro, que decir eso después de 39 años del ejercicio de la responsabilidad, es algo que ya se hace por la pura anécdota. Recuerdo que le dije que no debía de preocuparse, que lo había hecho bien. Que sus hijos estamos orgullosos de ella, y que todos estamos conscientes que las madres son la desgracia de este país. Se rió mucho cuando le dije eso, y profirió un clásico: “hijo de tu chingada madre”.
En México, cada vez más mujeres han decidido -creo que para bien- enfrentar esa responsabilidad de una forma más consciente. Cuando la Elfa se volvió madre, por allá de 1976, sólo el 30.2% de la población femenina recurría a algún método anticonceptivo, contra el 75.2% en 2009, y probablemente ya se haya rebasado esa cifra. Las familias también han cambiado. Sólo hay que ver la cantidad de hogares monoparentales, que en su mayoría, las mujeres constituyen el sostén económico y moral de los hijos.
En la familia decimos que mi madre es un ciclón. Una mujer ciclón. Nada puede estar quieto cuando ella está cerca, porque ella lo levanta. Tiene la fuerza, el coraje, y las palabras exactas para que dejes de estar quieto. Las cosas no pasan solas. Es una creyente de la cultura del esfuerzo, y lo peor es que cree que todo, absolutamente todo, debe costar trabajo. Supongo que es por eso que sus hijos disfrutan mucho cuando tienen la oportunidad de no hacer nada, sólo que el gusto dura unos pocos minutos, porque después de eso, empieza la culpa y hay que ponerse a trabajar.
La Elfa tiene voz de trueno. Lanza rayos cuando está enojada y no hay poder humano que la detenga. También lanza juicios terribles y es tan lista, que normalmente tiene la razón cuando lo hace. Eso sí nadie se lo discute, lo cuestionable son sus métodos. Así, sus palabras se graban (más bien se cincelan) dentro de la cabeza de quien la escucha, y es muy complicado olvidarlas, sobre todo si son cosas que dice para hacerte sentir mal. Sus palabras se nos han vuelto, muchas veces, cicatrices. Lo mejor de esto es que eso también pasa cuando te dice cosas buenas. Cuando la Elfa supo del poder de sus palabras, le dio aún más miedo la maternidad.
Pero lo que hace a mi madre tan parecida a un ciclón es la paz que llega después de la tormenta. Recuerdo un día que estábamos discutiendo. Alzamos la voz. Gritamos. Dijimos cosas que no se deben decir (eso sí, sin groserías porque me fue implantado por ella un programa de autocensura que sólo funciona cuando estoy frente a los Elfos, y aunque quiera, no puedo decir palabrotas). Justo en el punto más álgido de la pelea, se fue la luz. Los dos nos asomamos a la ventana, y estaba la luna llena hermosa iluminando todo. Sin ponernos de acuerdo, nos salimos al patio, y sacamos al corredor unas sillas, para ver la luna. “Tráete tu guitarra, chamaco” dijo. Fui por mi guitarra y ella se puso a cantar. Mi madre siempre ha cantado. Para todo canta. Y canta bonito. Tiene una voz delgadita, pero afinada (cuando regaña uno se pregunta qué le pasó a la voz delgadita). Para mi desgracia, era fan de las canciones de rondallas y estudiantinas, que siempre he odiado, pero como apenas empezaba a rascarle a la guitarra, era lo que podía tocar. Mi abuela salió a escuchar. Mi madre cantaba y su canto llenaba la noche y los rincones que se habían quedado a oscuras. Así estuvimos como una hora, hasta que se restableció la luz eléctrica y regresamos a ver la tele y a cenar. Resolvimos más con canciones que con pleitos, y a mí me quedo claro desde entonces que las noches más bonitas son las que tienen luna, porque casi logran que, no importa dónde esté, pueda escuchar a la Elfa cantando.
Efectivamente eso de ser madre debe ser una responsabilidad gigante. Por eso desde este espacio nos unimos al cliché de celebrarlas, pero lo hacemos con sinceridad. A las que son, fueron, serán madres, nuestro respeto absoluto. Y les voy a recomendar una rola que las haga descansar un poco de Denisse De Kalafe, para variar. Escuche conmigo “Nobody loves me but my Mother” con Joe Bonamassa. Súbale a la música. Nos leemos el lunes.
Sígame en tuiter, pero no lo use sólo para trolearme (como mi madre): @albantro