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Las leyendas de Veracruz: Marina y la Condesa de Malibrán
Veracruz, Ver.- El puerto de Veracruz está lleno de leyendas que surgieron en la época en que una muralla rodeaba la ciudad. El investigador Ricardo Cañas Montalvo explica que estas leyendas suelen derivar de hechos reales, de personas reales o de algún objeto que existió o aún existe y que fueron transmitidas entre jarochos a lo largo de los siglos y siguen vigentes en el imaginario colectivo.
“Se trata de una narración fantástica, fantasmagórica, que se toma por cierta, aunque no sea comprobable. Es parte de la identidad del pueblo mexicano, transmitida oralmente de generación en generación”, comenta.
A continuación, te presentamos tres leyendas terroríficas más importantes de Veracruz:
Marina: la trágica historia de una joven enamorada
Marina era una joven de buena familia que vivió en el siglo XIX en el puerto de Veracruz. Era descrita como una muchacha hermosa. En ese tiempo, la ciudad estaba amurallada, y los barcos se quedaban en el Muro de las Argollas de San Juan de Ulúa, ya que no existía un puerto.
Marina conoció a un capitán de barco y se enamoró de él. Al enterarse, su familia le prohibió verlo, pues la relación ponía en riesgo la reputación de Marina y el buen nombre de la familia. Sin embargo, Marina, totalmente enamorada, continuó viéndose con él a escondidas, fuera de la muralla. Hasta que un día salió a su encuentro y no lo encontró; él había partido, zarpando con su barco.
Con el paso de las semanas, Marina notó cambios en su cuerpo: estaba embarazada. Al contárselo a su padre, fue condenada y expulsada de su casa. Deambuló por las calles de Veracruz, sola y rechazada. Los pocos que se apiadaban de ella le lanzaban trozos de pan al suelo.
Desamparada, Marina llegó al antiguo hospital y convento de Nuestra Señora de Loreto, en las calles Arista y Madero. Los frailes la acogieron, pero a cambio debía trabajar limpiando y lavando el hospital. Marina vivió allí el resto de su embarazo, cada vez más demacrada debido a la desnutrición y el cansancio.
Cuando llegó el momento del parto, los frailes la llevaron a su cuarto, donde dio a luz a dos bebés. Desmayada por el esfuerzo, despertó más tarde en un estado de extrema debilidad. Al oír el llanto de los niños, se incorporó con dificultad, y al ver los rostros de sus hijos, enajenada, creyó ver al capitán que la había abandonado. Marina, en un trance de desesperación y locura, atacó a los bebés.
Al escuchar sus gritos, los frailes entraron y encontraron la desgarradora escena. Marina, con su cabello enmarañado y la bata blanca manchada de sangre, estaba de pie, horrorizada por lo que había hecho. Aterrados, los frailes gritaron que estaba poseída por el diablo. Marina recobró la razón, tomó los restos de sus hijos y salió corriendo del hospital.
Fuera del convento, en los lavaderos públicos, las mujeres que la vieron gritaron de terror. Marina escapó hasta el río Tenoya, donde intentó lavar la sangre y reanimar a sus bebés, pero fue en vano. Desesperada, comenzó a gritar: “¡Ay, mis hijos! ¡Ay, mis hijos! ¿Qué hice?”.
La gente del pueblo, al escucharla, la persiguió hasta el río y la golpeó brutalmente hasta dejarla sin vida. Nunca se supo qué ocurrió con su cuerpo, pero cuentan que su alma vaga buscando a sus hijos.
La Condesa de Malibrán: el pacto con el diablo
La hacienda de Malibrán, de propiedad de Juan Malibrán y Bosques, fue habitada por Bertha del Real, una mujer de belleza incomparable que, según decían, se mantenía joven gracias a un pacto con el diablo, a quien debía entregarle un alma a cambio de su juventud.
La hacienda ocupaba un vasto terreno en lo que hoy es Reino Mágico y la escuela Cristóbal Colón. Cada luna llena, la Condesa, como la llamaban, organizaba grandes fiestas. Al final de estas, elegía al hombre joven más atractivo y lo convencía para que se quedara con ella. Lo conducía a un pozo en la hacienda, donde, aprovechando su guardia baja, lo empujaba. Así entregaba un alma más al diablo, manteniendo su juventud.
Dicen que, aunque la muralla de la ciudad estaba cerrada, los veracruzanos la veían deambular por las calles gracias a un túnel que conectaba la hacienda con la ciudad. Su casa en la ciudad estaba en la actual avenida Zaragoza, entre Arista y Serdán.
En una ocasión, tras una fiesta, la Condesa intentó seducir a un joven, pero él logró voltearse y arrojarla al pozo. Cuentan que se escuchó un grito espantoso, y el joven vio salir luces blancas del pozo, que eran las almas de las víctimas de la Condesa, ahora liberadas.
Con su desaparición, la Condesa de Malibrán fue tomada por el diablo, y hasta hoy los veracruzanos recuerdan su trágico final.
La Mulata de Córdoba
En el Veracruz del siglo XVIII, una mujer de ascendencia africana que vivía en la región de Córdoba era famosa por sus habilidades en curaciones con plantas. Aunque algunos la acusaban de brujería, en tiempos de necesidad siempre recurrían a ella.
Un día, una familia la buscó para intentar salvar a uno de sus miembros gravemente enfermo. A pesar de sus esfuerzos, el enfermo murió, y la familia la acusó de brujería ante el tribunal de la Santa Inquisición. La Mulata, como la llamaban, fue encarcelada en las mazmorras de San Juan de Ulúa, donde esperaría su juicio y posterior ejecución, como se hacía con las supuestas brujas.
Durante su encierro, un día pidió a uno de los carceleros un pedazo de ladrillo. Intrigado, el carcelero se lo entregó y observó cómo ella dibujaba con destreza en la pared de su celda. Trazo a trazo, la Mulata delineó un galeón navegando por el mar. El dibujo era impresionante: cañones, velas, y maderas parecían tan reales que casi cobraban vida.
Asombrado, el carcelero le preguntó: “¿Qué estás dibujando?” Ella respondió: “Dibujo el barco que me vendrá a salvar”.
El carcelero se rió y le dijo: “Nadie ha escapado de esta fortaleza, ni nadie lo hará”.
Existen dos versiones de lo que sucedió después. En la primera, el guardia observó, perplejo, cómo la pared comenzaba a abrirse mágicamente. Tras el agujero apareció el mar azul que rodeaba San Juan de Ulúa, y en el horizonte el galeón que la Mulata había dibujado. La embarcación se acercó hasta que ella cruzó el umbral y subió a bordo, dejando al carcelero atónito.
La segunda versión relata que ella, girándose sobre sí misma, comenzó a fundirse con el dibujo hasta desaparecer dentro del galeón, mientras el carcelero la veía abordar.
Ambas versiones coinciden en el final: el carcelero, desconcertado, comenzó a gritar para pedir ayuda, pero los nervios le impidieron abrir la celda a tiempo. Cuando finalmente lo logró, el galeón había desaparecido junto con la Mulata de Córdoba.
Callejón "Líbranos Señor"
En el antiguo Veracruz, un hombre español llamado Luis Vázquez de Guzmán era conocido por su fama de mujeriego, trasnochador y fiestero.
Una noche, Don Luis salió de una fiesta. En aquella época, Veracruz se sumía en la oscuridad temprano, pues no había electricidad; la ciudad se iluminaba solo con antorchas o lámparas de aceite. Mientras caminaba por la entonces Avenida de Las Damas (hoy avenida 5 de Mayo), vio a una mujer que caminaba con prisa. Era muy hermosa, por lo que decidió seguirla.
Aunque la mujer estaba a varios metros de distancia, Don Luis percibía un delicado perfume que ella dejaba a su paso. Intentando alcanzarla, le decía que no temiera, que él la acompañaría.
Sospechaba que venía de un encuentro amoroso prohibido y, por eso, trataba de mantenerse en la oscuridad. Sin embargo, por más que aceleraba, no lograba alcanzarla, mientras ella continuaba de sur a norte por la avenida.
Finalmente, la mujer llegó a un oscuro callejón que colindaba con el antiguo hospital de San Juan de Montes y conectaba la Avenida de las Damas con la segunda calle de la puerta México en aquellos tiempos.
La leyenda cuenta que ella entró en el callejón y se detuvo en medio de la oscuridad, dándole la espalda a Don Luis, quien se acercó lentamente hacia ella y le dijo: “Yo seré tu compañero fiel, no te pasará nada a mi lado.” Sin embargo, en ese instante, el delicado perfume de la mujer se transformó en un olor fétido, a muerte. Su bello vestido se convirtió en sucios harapos de tela roída.
Don Luis, quien la había tomado de las manos, sintió la frialdad en su toque y lo huesuda de sus manos, al volterar y quitarse el velo, vio que se trata de una calavera. Era la muerte.
Don Luis asustado, logró zafarse de su mano y corrió de nuevo a la Avenida de Las Damas, entonces vio a unos serenos (así se llamaba entonces a un grupo de vigilantes nocturnos de Veracruz).
Después de contarles lo que pasó, cayó muerto del susto.
El sereno asustado sonó su silbato y con ello, la gente se asomó a sus ventanas, la cerraban con azote y se persignaban. Al otro día, llegó el cura de la ciudad de Veracruz a bendecirlo y se le puso el letrero de Líbranos señor de todo mal. Se sabía que en ese sitio estaba la puerta de la muerte y aseguraban que varias veces se veía a la mujer cuando caminaba presurosa para llevarse a varias almas.
Detrás de ella se veían varias lucecitas blancas que era las almas que se llevaba al inframundo. Hasta la mitad del los años 40, el callejón aun se llama así, pero ahora, es conocido como Callejón Sebastián Holtzinger.