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Un jabón a cambio de sexo: el tormento de mujeres en penales de Veracruz
Xalapa, Ver. - Mientras que el agua fría con olor a drenaje cae sobre la espalda de una reclusa, ella lava sus partes íntimas con un jabón Rosa Venus que recibió como pago tras ir a “fondear” a la estancia varonil.
En la jerga del reclusorio, esta palabra significa ir de celda en celda y mantener relaciones sexuales con reos varones a cambio de una blusa, un plato de comida o una toalla sanitaria.
No se trata de una escena sacada de la famosa serie de streaming, es la realidad que viven muchas mujeres en los Centros de Reinserción Social (Ceresos) de Veracruz. Así lo narra Helena, quien purga una pena que difícilmente podría pagar con los años que le restan de vida.
“Cuando llegué, existía el autogobierno. Aquí mandaba el grupo de la delincuencia organizada llamada Los Zetas, ellos bajaban y decían ‘caigan las morras que quieran cotorrear (prostituirse)’ y pues algunas subían voluntariamente, pero otras eran escogidas y obligadas a hacerlo”, relata la interna.
Cambiar artículos de primera necesidad por sexo se da en casos de extrema escases. Normalmente, cuenta Helena, los reos pagan a las mujeres 50 pesos pesos sí el acto sexual se lleva a cabo en una celda.
Para tener una “experiencia premium” y pasar toda la noche con una reclusa, los custodios “rentan” las habitaciones de visita conyugal del penal, pero esto implica otras tarifas.
Por noche, como si de un motel se tratara, los internos pagan por el cuarto 180 pesos: la “mochada” del custodio es de 50 pesos más, la misma cantidad se le paga por el servicio a la reclusa y 10 pesos por cada pase de lista en la que no alcancen a decir presente; “ponle unos 30 pesos más”, calcula Helena.
“Hay algunas que a eso se dedican, siempre se han prostituido, pero hay otras que lo hacen por verdadera necesidad, sus familias las abandonan y dejan de recibir dinero. La supervivencia es llevada al límite, por lo que muchas dependen exclusivamente de estas prácticas”.
Durante 2019, a los penales de Veracruz se les fue asignado un presupuesto de 490 millones 354 mil 380 pesos, de acuerdo con la solicitud de transparencia con folio 05060919. Sin embargo, la mujer de 38 años acusa que en ocasiones no tienen ni papel de baño suficiente.
Para ellas es impensable tener acceso gratuito a artículos como toallas sanitarias, desodorantes o pasta de dientes. “Una toalla, ¿sabes cuánto vale? 10 pesos y de las más sencillas, no te venden por paquete”.
Es decir, por un acto sexual, una mujer podría comprar solo cinco toallas sanitarias, insuficientes para un periodo abundante.
Las prácticas sexuales sin una regulación han hecho del penal un foco rojo de infecciones de transmisión sexual. “Cada que vienen a hacer pruebas de VIH, siempre hay una enferma nueva”, dice Helena.
La única que se preocupa por esto, asegura, es una psicóloga del penal, que reparte condones a quien la visita. Pese a que estas prácticas son permitidas por los directivos del penal, e incluso llevadas a cabo por ellos mismos, no promueven la protección.
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Una terrible realidad, así es la vida de una mujer en prisión
Además de las precarias condiciones en las que viven su día a día las mujeres deben lidiar con abusos de autoridad, acoso y “cuotas” que, de acuerdo al testimonio de Helena, solo se las aplican a ellas.
El área de mujeres es la más pequeña. Los varones en cambio, tienen en su estancia dos canchas, la clínica, y una tienda más grande y surtida.
Las mujeres son obligadas a ir a cada evento, taller o plática dentro del penal, los hombres son libres de asistir o no, “a ellos no se les molesta”, recrimina.
De incurrir en alguna falta, las mujeres saben que sufrirán amenazas y castigo. “Si no hacen caso, ya saben quiénes se van a dejar venir y ahí sí nosotros no metemos las manos, dicen los directivos en referencia a hombres presos por crímenes como feminicidios, violaciones y tortura. “Así llamen a derechos humanos, aquí maman, esta es la cárcel”.
Los castigos a los que son sometidas van desde “ubicarlas”, que en el lenguaje penitenciario significa recluirlas en su celda sin dejarlas ver la luz del día, hasta impedirles el acceso al área de hombres, este último es “un castigo fuertísimo, más para las mujeres que trabajan en esa área”.
Relata que los hombres no soportan ver que una mujer labore y gane lo mismo que ellos, “si afuera somos seres inferiores aquí ya te lo podrás imaginar”.
Entre otros abusos, las mujeres son obligadas a pagar cuotas si no asisten a tiempo a eventos o si no dicen “presente” en los pases de lista, tomados cada mañana y por la noche.
Para evitar pagar esas cuotas, su familia la ayudó y tras una gestión en la Comisión de Derechos Humanos (CEDH), detuvieron el acoso en su contra.
“Solo por eso, me exhiben cada que pueden, pero imagínate, a mí me ayudó mi familia, ¿pero y las que ya abandonaron a su suerte aquí?"
La violencia se vive a diario tras las rejas. Tan solo la última semana Helena narra haber visto a tres mujeres golpeadas por hombres. Sin que haya visto un solo castigo en su contra.
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Hombres van, hombres vienen; pero una mujer es casi imposible que salga de aquí
La población de más de 100 mujeres recluidas en ese penal es casi la misma desde que Helena llegó ahí. Asegura que los hombres son puestos en libertad de manera más fácil y no saben a qué se debe.
“Es raro que una mujer salga de aquí, es raro que nos revoquen la sentencia y nosotras no entendemos por qué, no podemos entenderlo”.
Con tristeza, recuerda a una compañera suya quien se encuentra ya postrada en cama por VIH. Relata que hace poco tiempo fue operada de las vías urinarias de manera negligente, usa pañal porque no puede levantarse y está “muriendo poco a poco” en su celda.
“Pobrecilla, es muy joven, no llega a los 30 y ya cumplió más de la mitad de su sentencia; está tirada en su cama, con pañal, maloperada y el juez le pide dinero para poder dejarla salir”.
La interna, se describe a ella y a sus compañeras como las olvidadas, repudiadas y estigmatizadas. Los jueves y los domingos, los días de visitas, son los más duros para las internas; Helena asegura que, desde hace años, muchas no reciben ni una solo visita; sus familiares contaron contacto con ellas.
En contraste, las madres, hermanas, tías, hijas o esposas visitan a los hombres recluidos, no pueden explicar porque es así.
El mismo abandono sufren de las autoridades. “Vienen por el Día de Mujer y nos toman muestras de Papanicolaou, se toman la foto y se van; nunca sabemos nuestros resultados, nunca nos dicen como estamos”.
Niñas y niños “presos”, víctimas de abuso y olvido.
De acuerdo con información proporcionada la Secretaria de Seguridad Pública en la solicitud de información con folio 05060919, hay 12 niños que viven en el interior de los reclusorios con sus madres y todos menores de 3 años, edad en la que, de acuerdo a Ley de Ejecución Penal, deben salir.
Esta información contrasta con la cifra que Helena refiere de un solo penal: 16 menores, la mayoría niñas y con más de cinco años de edad.
“El año pasado, hubo en escándalo horrible, una mujer entró al área de hombres, ella iba con su niña y mientras ella se prostituía un pederasta alcanzó a su nena y la manoseó, la mujer se puso histérica; ¿qué hicieron? solo ‘recomendaron’ que los niños siempre estuvieran con sus mamás, a los tres días todo volvió a ser como antes”.
Además, al momento hay más de 3 mujeres embarazadas que tendrán a sus bebés mientras cumplen sus condenas.
Las mujeres madres, a decir de Helena, son las que tiene más necesidad de prostituirse para poder conseguirles comida a los niños. Mientras ellas “trabajan” los niños son cuidados por compañeras o reos hombres, andan “como pelotitas de pin pon, ya te imaginarás el resto”.
"Pido para mí y mis compañeras un trato digno, una verdadera capacitación para el trabajo, no el fracaso que la supuesta reinserción social aquí, pido que los custodios sean capacitados para que nos traten con respecto, que mejoren nuestra alimentación, que nos den ayuda médica, que nos dejen en el olvido.
Muchas estamos aquí solo por llevarnos con personas incorrectas, por estar en un lugar que no debíamos en el momento menos indicado, ese fue nuestro delito", finaliza la mujer que sigilosa, pero enérgicamente busca darle voz a las mujeres que callan entre las paredes y los barrotes de una celda.
A lo lejos, uno de los custodios le grita que se acabó la hora de visita y regresa anhelando no tener que hacerlo a la prisión. Su nombre ha sido cambiado por su seguridad.
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