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La Pochota, el cementerio clandestino del narco en la zona centro

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A unos 3 km de Amatlán de los Reyes, un árbol emblemático de unos 100 años de vida, es testigo mudo de la muerte.

Amatlán de los Reyes, Ver.- A unos tres kilómetros de la cabecera municipal de Amatlán de los Reyes, entre caminos de terracería rodeados de cañaverales, se encuentra La Pochota, árbol emblemático por su longevidad, con unos 100 años de vida, y una altura de aproximadamente 60 metros.

A lo largo de su historia, este árbol ha sido testigo mudo de ahorcamientos en tiempos del general Agustín García y, en épocas recientes, de las narcoejecuciones.

Caminar por estos senderos durante el día suele ser tranquilo y sin riesgos, al caer la noche, el ambiente es de inseguridad y miedo. El ruido de vehículos a toda velocidad por esta zona despoblada es señal de que, en unos días, aparecerá algún muerto.

Es mediodía, un hombre de 70 años, camina a paso rápido cargando a la espalda una moruna, la cual utilizará para tumbar algunas cañas más tarde, con dirección hacia La Pochota, conforme se acerca comienza a narrar las atrocidades que aquí se han vivido.

“En tiempos del general Agustín García, aquí (señala las ramas) se colgaba a los ladrones, él era la única autoridad en toda la zona, a las 7 de la noche ya nadie podía salir, todo se apagaba, antes no había luz, las calles permanecían vacías”, narra.

Se para frente al árbol, se retira la gorra deteriorada por el tiempo y exclama; “Si este árbol hablara, qué no diría”. Señala a los orificios que a simple vista se logran ver, explicando que fueron provocados por las armas de la delincuencia.

Como dato curioso, dice, cada “bola” que tiene este árbol, representa una persona que ahí perdió la vida. Justo en medio del árbol, fue clavada una cruz de madera.

A escasos 20 metros del árbol está, cubierta por la hierba mala, se logra ver una pequeña Cruz, y en ella incrustada una placa a nombre de Andrés, fallecido el 2015.

A principios de abril de 2017, un taxista originario de la ciudad de Córdoba apareció en esta zona muerto. El cuerpo fue encontrado mutilado de las orejas, con desprendimiento de un ojo, con huellas de tortura y un balazo en la cabeza.

La familia dijo que Néstor Heredia Juárez, de 41 años, de oficio taxista, desapareció un día antes de haber sido encontrado muerto, cuando circulaba en el taxi con el numeral 2645 del sitio Santa Margarita, misma que fue localizada en un Rancho del Municipio de Amatlán.

A esta muerte, se le suman un sinnúmero de homicidios atroces cometidos, por el crimen organizado.

En el 2016, la Brigada de Búsqueda de Desaparecidos, iniciaron una búsqueda en esta zona, la cual es de conocimiento de todo mundo que ha servido por mucho tiempo como un tiradero clandestino para el crimen organizado, en especial, para los Zetas.

Sin embargo, cuando apenas comenzaban a rastrear indicios de probables víctimas, una llamada anónima a las encargadas de la Comitiva, les advirtió que si no querían morir, mejor dejaran de buscar ahí.

El pozo de los cuerpos

A escasos 200 metros del árbol de La Pochota, en medio de un cañal está un pozo artesiano. En este, decenas de personas han sido arrojadas, algunos cuerpos han logrado ser salvados por las autoridades, empero la mayoría no.

El 11 de abril del año 2014, fue localizada en el fondo del pozo, el cuerpo de una mujer identificada como Liliana Aguilar Sánchez, de 37 años, quien era vecina del municipio de Naranjal.

La mujer había sido levantada cuando fue a dejar a su esposo a su trabajo. El vehículo apareció en un deshuesadero en el municipio de Córdoba.

Un mes después, Fernanda Paola Velázquez Martínez, de 15 años, y quien tenía su domicilio en la colonia Santa Cruz Buenavista, apareció muerta en esta misma zona. Su cuerpo juvenil fue abandonado dentro de una bola nailon de color negro.

Zona de dolor

La mayoría de los homicidios sigue sin ser esclarecido por las autoridades, aunque casi todos, fueron vinculados con el crimen organizado.

“La zona es tranquila de día, camina uno en paz y sin miedo, de noche es cuando la cosa cambia, nadie entra, más que quienes vienen a tirar los cuerpos”, dice el hombre.

A veces, dice, el viento logra susurrar lamentos, que a decir de él, es el dolor de las víctimas que aún siguen ahí esperando ser recogidos por Dios. 

Avc

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