Mi machismo

  • Alberto Delgado
¿Ya no nos sirve de nada el troglodita?

Amable lector, tal pareciera que su columna de los lunes se fue a vacacionar. En realidad estuvimos un poco en suspenso porque quien esto escribe estaba haciendo nota roja, y aún no termino de adaptarme a los horarios ni sé muy bien en qué día vivo. Platicaremos largo y tendido de eso en otra ocasión. De lo que vamos a hablar hoy es del machismo. Al menos, hablaremos un poco del mío. ¿Por qué? ¿No se ha hablado suficiente de ello? Pues aparentemente no, pero como sea, no dejaremos esta oportunidad y lo hablaremos.

Le cuento que hace unos días estaba baboseando en las redes, cuando vi un post de Facebook que decía: “¿Puedes nombrar estas partes básicas del auto? ¡Solo el 4% de las mujeres lo logra!” Y no entiendo del todo por qué, pero sentí cierto nivel de agravio que trataré de explicar: En primer lugar, estoy seguro que, sin necesidad de ser mujer, tampoco podría nombrar todas las partes, ni siquiera todas las importantes, de un auto. Y en segundo lugar, porque evidentemente el tal test de Facebook está diseñado para ridiculizar a las mujeres por no saber nada de autos, lo cual, honestamente, no tiene mucho sentido.

No voy a hacerme el santurrón con usted, amable lector. Soy un machista. Soy de esos machistas que creen que el machismo representa lo más bajo, lo peor de nuestra mitad de la especie. Y precisamente por eso, trato de tener a raya al troglodita que puedo llegar a ser, y normalmente lo hago muy bien, aunque a veces se me escapa para hacer chistes de esos que espero nunca decir cuando estén cerca mis amigas Yadira Hidalgo o Estela Casados, o para decir estupideces en medio del tránsito contra las mujeres al volante, o para cosificar para mis adentros a las que el tal troglodita considera cosificables. Afortunadamente, casi siempre tengo cerca una de mis amigas, hermanas o compañeras que sacan la casta por las hembras de mi especie y me propinan un correctivo a tiempo.

Usted dirá, como yo he dicho en algún momento, que eso es inofensivo, que mi troglodita cuando mucho es un recurso para hacer el ridículo y no lastima a nadie, y que hasta entre simios hay niveles. Eso es un consuelo bastante tonto. En nuestro país, resulta que todos nuestros simios internos no evolucionados gozan de una salud envidiable, tanto, que los números son como un golpe a la cara: según la UNAM, el 47% de las mujeres mayores a 15 años o más, reportaron haber sufrido al menos un incidente de violencia, ya sea esposo, novio, o ex pareja a lo largo de su vida. Y no importa el nivel educativo, ya que el 45% de las mujeres con nivel medio superior y superior también sufrió algún episodio de violencia. Y hablando de cosas del trabajo, el 21% de las mujeres ocupadas refirió haber sufrido algún tipo de discriminación laboral en los últimos 12 meses.

Pierre Bordieu hablaba de una “violencia blanda”, que era un tipo de violencia más sutil, sin dejar de ser violencia, y que se utiliza para afianzar o recuperar el poder por parte de nosotros, los machos de la especie, en una sociedad que cada vez nos tolera menos. Aquí cabría preguntar si la supuesta supremacía masculina alguna vez sirvió de algo. Si nos remontamos a los orígenes del machismo, nos encontramos con teóricos como Marvin Harris, que sostienen que la tal supremacía masculina sirvió en algún momento para frenar la disponibilidad sexual de las mujeres, para reducir la tasa de natalidad en las tribus, o mantenerla mediante el infanticidio femenino (porque las mujeres no aportaban mucho en la guerra) y con ello, asegurar que las tribus no sufrieran la escasez de recursos naturales. También hay quienes sostienen que la fuerza bruta alguna vez sirvió para asegurar la supervivencia de la especie frente a los peligros de la naturaleza, y a pesar de la evolución, esta propensión a la violencia se quedó tatuada en nuestros genes. Claro que ahora tal vez no nos parezca muy útil cuando lo más que podemos cazar es una orden de tacos en la noche o una picada de la Rotonda los domingos. ¿Entonces ya no nos sirve de nada el troglodita? ¿Solo sirve para estorbar y dejarnos en ridículo frente a nuestras evolucionadas compañeras? Parece, amable lector, que así es.

La respuesta, como siempre, la tienen las mujeres. Investigadoras como Ángels Carabí proponen conceptos como el de “Masculinidades Positivas”, que implican la construcción de una masculinidad antisexista y antihomofóbica, además de ser antirracista y anticlasista. Para esto, habría que enseñar a los trogloditas (hombres y mujeres, que las hay) a compartir el control de la realidad; a no utilizar el poder para imponerse; promover la no violencia, la educación no sexista, entre otras medidas. Toda una misión para la lucha feminista. Por mi parte, me gusta la idea de construir otro tipo de formas de ser un macho de mi especie, y para lograrlo trato de aplicar lo que me han aportado mi abuela, mi madre, mi padre, mis hermanas y mis amigas, que casi siempre pueden mantener (a base de uno que otro zape) muy a raya al machista no evolucionado que puedo llegar a ser. Mi recomendación musical es una de esas joyas que nos ha dado la idea del macho: “Mannish Boy” tocada por el gran Muddy Waters. Súbale a la música, nos leemos el lunes:

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