La niñez

  • Alberto Delgado
Mi niño del pasado se espantaría un poco por la continuidad, aunque estoy seguro que no se aburriría

Hoy, cuando veo en las redes sociales las fotos de todos mis amigos cuando eran unos escuincles, me queda claro por qué no tengo fotos de niño. Las tiene en su poder mi Elfa, y están guardadas bajo llave en una cámara secreta que jamás es abierta, salvo cuando quiere molestarme enfrente de la gente y entonces muestra lo feo que era de niño a todo el que se lo pida (a veces ni siquiera tienen que pedirlo).

Hace poco, también en redes sociales, vi una publicación que hacía una pregunta simple: “Si te encontraras al niño que fuiste… ¿Qué pensaría de ti?”. Y mientras me hacía esa pregunta, recordé esa película en la que Bruce Willis se encontraba a un niño gordito insoportable que resultó ser él mismo en el pasado, y tenía muchos conflictos con el tal escuincle, que estaba muy desilusionado por el adulto en que Bruce Willis se había vuelto. Y entonces recordé al niño que era. Recuerdo que era muy normal, aunque muy miedoso. Quién sabe qué pasó después.

Compraba cómics. Bueno, no yo, mi Elfo compraba los cómics porque fueron mi primer vicio. Tenía como 4 años y aún no sabía leer, pero mi abuela, con toda la paciencia que le quedaba me iba leyendo lo que decían mis personajes favoritos, hasta que se hartó y ella misma me enseñó a leer. Le decía a mi abuela que nunca quería trabajar. Yo quería ser Spider-Man. Dedicarme a hacer fotos en un periódico y salvar al mundo en mis ratos libres. Luego descubrí los cuentos de Edgar Allan Poe y su temperamento melancólico y se volvió mi ídolo. Quería también ser escritor.

Descubrí entre los discos de mi Elfa un disco de The Beatles. Y entre las cosas de mi Elfo, una raqueta profesional de tenis, la cual se volvía mi guitarra mientras escuchaba a todo volumen ese disco una y otra vez. “While my Guitar Gently Weeps” era mi favorita, a pesar que no tenía la menor idea de qué diablos decía. El solo de Clapton era maravilloso (y yo ni sabía quién era Clapton). Mi Elfo una vez me regaló un “View Master” con discos de fotos de Kiss y desde entonces supe que lo mío era el rock. A pesar que nunca había oído a Kiss.

Era un entusiasta del beisbol, a pesar que siempre fui malo para jugarlo. Hay que decir que me gustaban casi todos los deportes, y en el fondo creo que mi Elfo estuvo siempre un poco desilusionado porque fui malo para todos, a pesar de ser nerd y tener en la cabeza una enciclopedia de datos deportivos inútiles. Sin embargo tenía una buena curva y un buen tiro “por debajo del brazo”, y esperaba todos los días que llegara el Elfo para hacer mis mejores tiros. Veíamos todos los juegos de Valenzuela, que era el jugador de moda. También fui un vicioso del “gol para” y del básquet, pero eso un poco más tarde. Lo que en realidad me ponía eufórico era recorrer el pueblo en bici. Tenía muchos amigos y nos la pasábamos pedaleando hasta quedar noqueados.

Otro de mis vicios llegó por conducto de la Abuela. Me obligaba a ir a misa todos los domingos, y yo iba gustoso porque sabía que después de esa hora de eterno aburrimiento, iríamos al cine a ver dos películas. Vi todas las películas ochenteras. Todas (o casi todas, desde las secuelas del Padrino hasta las de Chuck Norris, pasando por las de los Almada) porque mi abuela y sus ganas de ver películas eran inagotables. Le gustaban los balazos y los karatazos. Le encantaban Bruce Lee y Stallone.

Cuando nacieron mis hermanas, la cosa cambió un poco; básicamente, hacía lo mismo, pero ahora peleando con ellas. Jugando y peleando. Como todos los niños y sus hermanos. “¿Por qué no hacen otra cosa que pelear?”, preguntaba la Elfa. Pues porque era divertido. Pelear con mis hermanas es divertido siempre. O casi siempre. Por eso hemos decidido simple y llanamente no dejarlo de hacer.

Hoy las cosas no han cambiado tanto. Sí, pero fundamentalmente no. Sigo sin querer trabajar, por eso hago fotos para periódicos (a pesar de no escalar edificios ni salvar el mundo); tengo aún ese temperamento melancólico, aunque no soy escritor; sigo idolatrando a Clapton y toco la guitarra con una banda, aunque no estamos ni remotamente cerca de tocar como Kiss o The Beatles (pero hay Yokos); los deportes son mi gran fracaso, pero puedo ser medianamente competitivo en una reta de básquet; sigue poniéndome muy contento cruzar el pueblo en bici; no ha cambiado mucho mi vicio por el cine (la abuela ahora está en todas partes), pero sí dejé de ir a misa (sigo siendo fan de Bruce Lee). Finalmente, mis hermanas siguen siendo motivo de alegrías y de pleitos, porque no sabemos hacer otra cosa cuando nos juntamos. Pensándolo bien, si me llega a pasar lo de la película de Bruce Willis, creo que el tal niño del pasado se espantaría un poco por la continuidad, aunque estoy seguro que no se aburriría pasando un rato conmigo. Feliz Día del Niño (hoy que es día del trabajo). Nos leemos el lunes.

Anímese un poco a celebrar su niñez, escuchando mi rola favorita de cuando era un escuincle, en una gran versión que curiosamente forma parte del soundtrack de una película infantil (bien chida, por cierto). Regina Spektor en la voz y esa maravilla de arreglo es de Darío Marianelli. Disfrute y súbale a la música: 

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