De vuelta a Buenos Aires y el vuelo perdido

  • Eduardo Barrios
El viaje lo planificamos con muchos meses de anticipación; la historia grita lo contrario.

Mientras viajábamos de vuelta a Buenos Aires, despegaba del aeropuerto internacional Ezeiza, nuestro vuelo de regreso a México.

Hace algunas semanas viajé a Argentina con una amiga y compañera, Mara Cruz Luis, una estudiante destacada y asistente de investigación, ambos somos colaboradores del Cuerpo Académico Entornos Innovadores de Aprendizaje. Esto fue lo que pasó:

Es el aeropuerto internacional Benito Juárez en la Ciudad de México, buscamos conexión a internet porque nos hace falta comprar uno de los boletos de avión para nuestro viaje al V Encuentro Latinoamericano de Metodología de las Ciencias Sociales.

En los pocos puntos de acceso gratuito, logramos una conexión, mala, quiero decir, bastante mala. Intentamos conectarnos con los datos de nuestros teléfonos celulares, no resultó.

Luego de varios intentos, por fin, entramos a internet, de inmediato la red se saturó y nos encontramos como al inicio, desesperados.

Entre las redes se asomaba la compañía mexicana, se me ocurrió que, tal vez podríamos intentar con ella; nos dio el servicio a partir de nuestra cuenta y usuario con la compañía. Teníamos internet, no el más veloz, pero teníamos, al menos, un poco de esperanza.

Esperamos tres horas más para abordar luego de resolver el primer contratiempo. Abordamos. El vuelo transcurrió con normalidad, más de siete horas para llegar a Santiago de Chile.

La conexión duró catorce horas, teníamos tiempo para pararnos de cabeza si así lo queríamos. Decidimos estudiar nuestras ponencias y dormir un poco. Apestábamos y nos sentíamos agotados.

Un error nos acompañaba desde México. Es hora de abordar el vuelo de conexión a Buenos Aires, nos toca aterrizar en el aeroparque. Fuertes vientos desvanecen la idea de un aterrizaje tranquilo. Las llantas rozan la pista y todos aplauden, no por la pericia del piloto, sino porque una voz en el avión informa que Argentina ganaba a Colombia en el partido de futbol.

Una extraña sensación de felicidad se apodera de mí al volver a Buenos Aires, después de todo algo tiene de cierto la frase de Chavela Vargas: “Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida”. Sin embargo, algo también tiene de razón Joaquín Sabina en la canción “Peces de ciudad” cuando dice que: “Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Estoy más bien, confundido.

Entre nuestras peripecias, logramos llegar al aeroparque, después de la revisión de aduana teníamos un nuevo reto: encontrar un lugar para descansar.

Las diez de la noche marca el reloj, tenemos como opciones quedarnos en Buenos Aires o viajar dos horas más hacia La Plata para alojarnos en algún espacio más económico, después de todo, los precios son más accesibles, quizá por la cantidad de estudiantes que viajan todos los años para estudiar en la capital.

Decidimos la segunda, ahora nos trasladamos en un remis (taxi de mayor “categoría”) rumbo a la terminal de autobuses de Buenos Aires. El conductor nos pregunta si tenemos reservadas habitaciones en algún lugar en La Plata. La respuesta es no. El joven se limita a señalar lo grave de la situación por la hora en la que viajaremos hacia la capital.

Aunque es primavera, los vientos costeros llegan fríos, todos traen abrigos, incluidos nosotros. Llegamos al punto de salida del autobús que va con dirección a La Plata, hay dos personas adelante de nosotros, entre ellos un hombre de aproximadamente 1.65 de estatura, barba cerrada, muy delgado y de edad avanzada que nos observó a nuestra llegada.

Discutimos la idea aún de viajar a La Plata, no estamos seguros, pero ahí estamos, esperando el micro.

Me aproximo al hombre que se encuentra parado a un costado de la banca en donde permanecen otras personas. Le pregunto si lleva mucho esperado, me comenta que lleva media hora, pero que las personas de la banca llevan al menos una hora, dice que, a su juicio, el micro no debe tardar por el tiempo que llevan esperando.

Permanecemos al menos media hora más en el lugar, iniciaremos otro viaje de dos horas, para el momento ya perdimos la cuenta de las horas que llevamos trasladándonos.

El hombre que permanecía parado al lado de nosotros, nos regaló una tarjeta SUBE (Sistema Único de Boleto Electrónico), cargada con algo de dinero para pagar los boletos de viaje hacia La Plata, ante nuestro cuestionamiento de algún lugar que nos recargara el saldo de nuestra tarjeta a esa hora.

El regalo venía acompañado de una consigna, teníamos que donar la tarjeta a otra persona que se encontrara en una situación de emergencia o dificultad como era nuestro caso en ese momento.

Durante el viaje cerramos los ojos por apenas un par de minutos y no supimos en qué momento aquel hombre descendió del autobús. Afortunadamente ya le habíamos agradecido el gesto.

Momentos

Llegamos finalmente a La Plata, bajamos cerca de la terminal, un poco antes porque la dirección a la que vamos está ubicada cerca de la hermosa Catedral de la Plata, de estilo barroco.

Justamente vamos a un hotel de nombre Catedral, nos recibe un hombre de aproximadamente treinta años, cabello corto y de apariencia desenfadada. Estamos algo estresados por el viaje y para la hora, algo desubicados, el hombre cuestiona nuestra vacilación.

Es la madrugada y decido llamarle a un amigo de la ciudad porque el recepcionista del hotel nos ha dicho que debemos salir a las once de la mañana del otro día. Tenemos los tiempos ajustados y no podemos quedarnos mucho en La Plata, debemos salir de inmediato a Mendoza para la presentación de las ponencias en la Universidad Nacional del Cuyo.

Mi amigo me comenta que puede ir por nuestras maletas y darnos alojo el tiempo que estemos esperando para irnos a Mendoza, otro contratiempo resuelto al vapor.

Luego de bañarnos y cambiarnos la ropa, ya estamos listos para recorrer parte de la ciudad antes de partir hacia Mendoza, a un costado de la Cordillera de los Andes para tal propósito tendremos que atravesar a lo ancho todo el país, son catorce horas más de viaje terrestre. Los organizadores del Congreso avisaron con tiempo que el aeropuerto de Mendoza se encontraría cerrado para las fechas de realización del evento.

El taxi nos espera en la puerta de la casa de mi amigo, nos estamos despidiendo y a la par subiendo las maletas, nuestras comidas han sido precarias y desordenadas.

El cambio de dólares es otro tema, llevamos algo de lo que pudimos cambiar en el centro de La Plata, decidimos viajar de noche para no morir de estrés mirando la pampa argentina y apenas unos poblados tras muchos kilómetros de recorrido.

La línea de autobús que escogimos de entre tantas que ofertan el servicio en la terminal de autobuses, nos ofrece en dos tiempos alfajores con café. Son todo lo que llevamos de reservas para el viaje.

Nuestra angustia permanece porque no tenemos un lugar de llegada en Mendoza y otra vez estamos como al inicio. Al llegar compramos otra tarjeta, nos ubicamos en los servicios de información y turísticos para poder llegar a la universidad.

Con todo y maletas nos presentamos para hacer el registro para el evento, por fin llegamos al destino final. Ahora la angustia del viaje se mezcla con el estrés de la presentación de un trabajo académico de varios meses.

De la universidad volvemos a la calle, esta vez solicitamos algunas recomendaciones para hospedarnos, confiamos en una taxista que amablemente nos acerca a la zona de hostales o hostels como ellos los conocen.

Después de recorrer varios, finalmente uno nos abre las puertas; igualmente debemos desocupar al día siguiente, pero podemos dejar bajo resguardo nuestro equipaje.

Mientras mi compañera afina detalles de su presentación y yo termino de asimilar todo lo que hemos recorrido y las situaciones que se nos han presentado, decido salir a recorrer la ciudad, a pie.

Me dirijo al parque San Martín en Mendoza, recorro varios metros adentro y su extensión es tal, que prefiero regresar antes de perderme porque mi celular tiene poca batería y corro el riesgo de olvidar la ruta y no contar con Google Maps. En el recorrido observo chicos que toman mate, parejas abrazadas, otros tanto se detienen a comprar alguna bebida en uno de los kioscos que alberga el sitio.

Voy de regreso a buscar a mi compañera para cenar. Conversamos sobre la ponencia y los detalles a los que debemos prestar atención. Sin más, regresamos al hostel, saludamos antes de ir a dormir a varios chicos que nos recibieron bien en el lugar, todos de diferentes países, muy amables.

El día llegó. Vamos de vuelta a la universidad, nos espera la mesa 5 para exponer un trabajo que nos ha llevado mucho esfuerzo, tanto en el trabajo de campo como en la redacción en coautoría de la ponencia.

Los resultados superan nuestras expectativas, la presentación ha sido exitosa, muchos aplausos, algunas preguntas y varios buenos comentarios. Hemos establecido contacto con varios investigadores y ahora nos sentimos con un peso menos encima.

Ya estamos listos para regresar a Buenos Aires, tenemos que estar a las 10 en la terminal de autobuses de Mendoza, antes pasamos a cenar, son las 9:10, comento con mi compañera mi preocupación por llegar, me sugiere que me relaje. Finalmente salimos corriendo a tomar el autobús, hasta el momento no hemos comido, en toda la semana, una sola vez, con tranquilidad.

Ya vamos de vuelta a Buenos Aires. Un avión despega de la terminal internacional de Ezeiza con destino a México. Estoy despertando, el Sol ilumina mi cara, es imposible seguir durmiendo. Me pongo a leer mi nueva adquisición: Big Data, lo compré en La Plata y me levanto de vez en cuando para darle permiso a mi compañero serbio para ir al baño, viaja en la misma dirección y habla español, el viaje se torna menos tedioso platicando.

Reviso el asiento de mi compañera para supervisar que todo se encuentra en orden.

En el aeropuerto internacional de Ezeiza sigue el movimiento de pasajeros y varios aguardan para hacer su check in. Nosotros estamos en camino, tenemos pocas horas para llegar a tomar el vuelo.

Tomamos un tren y después un micro para llegar al aeropuerto, estamos angustiados por la salida del avión. El conductor viaja rápido y nos genera alivio.

Estamos corriendo con las maletas hacia el lugar del check in, mi compañera se atrasa y me grita a la distancia que siga para que me reporte, decido bajar el ritmo para esperarla. Llegamos con personal de la aerolínea Latam, revisa nuestros boletos.

El joven relee los boletos, pregunta si hemos hecho algún cambio, le contesto que no. Advierte preocupado que el vuelo despego al menos, doce horas antes. Siento frío en el cuerpo, mis manos comienzan a sudar y se acelera mi respiración, niego lo sucedido y le reafirmo que no hicimos ningún cambio. Me sugiere hablar con personal de la aerolínea en el mostrador final del aeropuerto.

Estoy frente a dos chicas que me preguntan qué pueden hacer por mí, pienso miles de cosas, principalmente que me mande a México de regreso. Comento con las chicas lo sucedido y comenzamos a revisar qué fue lo que sucedió. El error fue de origen en México, las horas las confundimos y técnicamente nuestros vuelos no nos daban en horas, para viajar hacia Mendoza, porque el riesgo era perder el vuelo de regreso, y eso fue lo que sucedió.

Ahora estamos más angustiados que antes, nos encontramos varados en el aeropuerto de Argentina, con poco dinero y reducidas posibilidades para enfrentar el problema. Tratamos de conservar la calma. Se nos ocurre llamar a la embajada. Las llamadas no entran. Verificamos en internet los números y nos percatamos que su horario de trabajo en sábado es hasta las 3 pm, dejamos mensajes de emergencia.

En el kiosco de información una joven nos brinda todas las atenciones ante la gravedad de nuestro problema, nos pide que nos tranquilicemos y nos pone a disposición todos los servicios del aeropuerto en lo que resolvemos la situación.

Me doy cuenta que nuestros dispositivos están por quedarse sin batería y subimos al área de abordar para conectarlos. Sentados, nos miramos y no hablamos. Decimos apenas unas oraciones espontáneas como alternativas de solución. No arreglamos mucho. De pronto se me ocurre saber el precio de un boleto de regreso.

Bajo a solicitar la información al mostrador final con la aerolínea, la joven que me atendió me pregunta si he podido resolver algo y le comento que ya hemos hablado a la embajada pero que no obtuvimos respuesta. La joven dice que me veo muy cansado y me ofrece volver a revisar el estado de nuestros boletos, hasta el momento no me ha dejado preguntarle el precio del boleto de regreso. La dejo que revise todo de nuevo.

Transcurren algunos minutos de sus procedimientos y se levanta para decirme que hará una consulta con su jefa inmediata. El gesto me hace recobrar aceleradamente la esperanza, no me ha asegurado nada, tampoco me comentó que resolvería el problema, pero pienso que no es absurdo entusiasmarme por su acción.

Transcurre el minuto más largo de mi vida en aquel momento y la joven sale de la oficina de su jefa con una gran sonrisa en boca y me dice: Señor Eduardo Barrios, usted y su compañera regresarán hoy mismo a México, mi jefa ha autorizado reubicar sus vuelos y mandarlos de regreso.

Una sensación de alivio y paz me embarga, estoy apunto del llanto, pero me contengo, le agradezco no sé cuántas veces y subo corriendo por mi compañera. El check in debe hacerse de inmediato.

El viaje lo planificamos con muchos meses de anticipación, la historia anterior grita lo contrario. Hay una justificación. Los recursos para este tipo de eventos que se derivan como producto del trabajo de un Cuerpo Académico, no fueron depositados en tiempo y forma, se liberaron con mucha proximidad a la fecha del Congreso y aunado a ello, el cheque que emitió la Universidad Veracruzana no lo pudimos utilizar hasta tiempo después cuando el proceso burocrático ya estaba en las manos de la región Veracruz de la Casa de Estudios. Desconocemos el fondo del problema en la entrega de los recursos, porque ya estaba liberados, pero no fueron entregados a tiempo, todo lo anterior fue producto de ese pequeño pero significativo retraso. Los integrantes del Cuerpo Académico Entornos Innovadores de Aprendizaje estuvimos de acuerdo en contarles la historia. ¿Ustedes, qué piensan?

Los invito a que me dejen sus comentarios en mi cuenta de Twitter @EduardoBarrios_, por allá hablamos de todo en digital.