Utopías

  • Eduardo Barrios

Uno va creciendo y parece que todo se vuelve más complejo, monótono y de repente nos perdemos al sentir las punzadas heladas en la columna vertebral, que nos da la vida.

Hoy quiero reflexionar sobre la docencia y la realidad que observo frente a los grupos, no pretendo ser objetivo, ni ganas me dan de concentrarme en un improductivo debate sobre lo que está bien o mal decir. Simplemente quiero decirlo.

No existe congruencia entre lo que se exige de aquellos a los que se llama y los que nos dedicamos y los que son y los que pretendemos ser, maestros, con las realidades que observan los que dirigen al país.

Llevo varios años en entornos educativos, observando, unos por formación –que todavía sigo estudiando, una cada vez más, dolorosa maestría- y otros pocos, muy pocos dando clases frente a grupo.

Me he sentado por espacio de algunos minutos a escribir sobre mis experiencias en el sistema educativo mexicano, pero no termino. Utilizo mis recuerdos –veo claramente el escenario que transité desde los tres años de edad- y puedo decir que he encontrado miles de incongruencias que me sorprendieron, quiero decir, me sorprenden.

Sigo viendo cosas que me sorprenden y creo que es maravilloso, no me asusto, solo me asombro al ver la gran utopía que representa la educación en el contexto mexicano, al menos aquí, en esta parte del mundo, porque si bien conozco alguna otra fracción del mundo, hablo del lugar en el que he crecido.

Seguramente usted se pregunta la razón de caracterizar así la educación, pues bien; es así porque construimos y educamos en función de cosas que no hemos decidido, al maestro le son exigidas miles de pruebas sobre su desempeño en función de una estructura que determinó sin atender el contexto, las reglas.

Las reglas salen de lo que se vive día a día en una escuela, en la escuela de cada uno.

La educación como utopía exige la formación de seres humanos a los que se pretende evaluar con instrumentos que no garantizan absolutamente nada.

Al educar-educarnos no aseguramos alejarnos de nuestros demonios, nada lo podría garantizar, pues algunos viven con ellos y salen cada tanto mandando al carajo cualquier rasgo de civilidad, me he encontrado con la prepotencia  en personas con alto grado de estudios y me quedo pasmado, perplejo; después tomo aire y asumo el escenario que se me presenta.

Al estudiante como al docente se le exige y presiona desde todas las aristas, son estos dos actores los que todos los días construyen y comparten el mundo, ahí está la política pública aplicada, que no termina de hacer realidad nada y construye sobre las nubes, con fe.

¡Menos mal que tenemos la fe!, nos obliga a pensar que somos justos, congruentes, nos transforma en optimistas guías de una labor utópica.

Cada día desde las cinco de la mañana comienza la labor, el encuentro de mundos se produce y se intenta conseguir resultados, que las instituciones mexicanas, desesperadamente, intentan medir para cumplir con los lineamientos de los organismos supranacionales.

Vemos transitar por los pasillos la fe de los padres de familia y nos preguntamos si sabrá el propósito ideológico al que obedece la formación de su hijo (a), tenemos fe.

En el aula sucede la parte más maravillosa de todo lo que el maestro, dolorosamente tiene que sobrellevar: el crecimiento de los estudiantes.

Todos los días hay preguntas nuevas, datos distintos, realidades compartidas, secretos, llantos, abrazos inesperados, chistes, dolor, angustia y miedos, todos los días se observan intentos por construir el mundo y superar los obstáculos del sistema educativo.

La juventud observa y pregunta sin ser muy enérgica, como si las esperanzas hubiesen sido secuestradas. Saben cosas, intuyen otras, a veces comprueban y regresan inteligentemente a un lugar seguro, prefieren no diferir, se adaptan; mientras el maestro observa y aprende la estrategia.

En el lugar compartido sale la solidaridad, muestran su interés por algo sincero, honesto, quieren realidad, gritan e imploran por realidad y mientras la obtienen, prefieren replegarse en juegos para pasar un buen momento en el doloroso proceso de ir creciendo.

Utopía como educación, educación como utopía, supuestos e ideales pre configurados y “alcanzables” que no llegan, y solo se verifican en momentos específicos, cuando se logra encontrar sentido aunque a veces parece que el sentido no tiene sentido.

¿Cuántas veces nos hemos/habremos de perder en el camino para volvernos a encontrar?, el proceso educativo es complicado y complejo.

Supongo que me encuentro algo cansado y decepcionado, crezco. Otro día será mejor para escribir. Quizá otra utopía, quizá. 

Lo/la  leo por tuiter @EduardoBarrios_