Lo malo de el pánico escénico

  • Alberto Delgado

El viernes pasado, los amigos de Lúminos A.C. me invitaron a dar una plática acerca de fotografía y estética, en el marco del Festival de Medios Audiovisuales “Neurótica”, invitación que acepté con mucho gusto por tres razones: porque creo que nunca hay demasiados foros para discutir acerca de la fotografía, porque hay mucha gente que está interesada en el tema y porque tengo la boca muy grande.

Más allá de mis acercamientos a las cuestiones estéticas desde un punto de vista teórico (lo cual realmente no he hecho, pero prometo hacer), mis preocupaciones giraban en torno a la selección de fotos que iba yo a mostrar y a la forma en la que controlaría a un viejo enemigo: el pánico escénico. Conozco el pánico escénico desde muy chiquito (yo, no el pánico) porque mis Elfos (para ser específicos mi madre) me apuntaba a cualquier tipo de poesía, discurso o bailable que se apareciera por la escuela. El resultado: no sé bailar, no sé hacer discursos, y no me aprendo ningún poema.

Lo primero que me pasa cuando se acerca el pánico escénico es un ataque de tos. Siempre, no falla. Simplemente tengo que toser y no sé por qué, a veces, la tos hasta se hace acompañar de síntomas de gripe y todo se vuelve incómodo y molesto. ¿Por qué ocurre el pánico escénico? Los teóricos del comportamiento humano dicen que tiene que ver con pensamientos anticipatorios catastróficos, (o sea que piensas que te puede ir muy mal) y también con una especie de “fobia social” (o sea que no eres muy bueno con eso de vivir en sociedad). Acepto la culpa. Ni soy muy bueno para vivir en sociedad ni tengo un optimismo galopante que ahuyente todos mis pensamientos catastróficos.

Dicen también los teóricos que el miedo escénico ocurre normalmente cuando uno va a hablar en público. Esto es cierto, pero a mí también me pasa cuando vamos a tocar con la banda, y eso que ahí ni siquiera me toca hacerla de “front man”, sólo toco la guitarra.  “¿Qué puede salir tan mal?” piensa uno mientras tose y tose. Entonces te das cuenta que tus manos están sudando y temblando. Esta es la etapa en la que uno maldice el calor insoportable que hace en esta ciudad mientras los invitados empiezan a llegar con chamarras y suéteres. En fin, que la hora de hablar o tocar se va acercando y la tos no para ni tus manos que a estas alturas parecen regaderas.

A mí me pasa que después de ese momento llega una tensa calma. Uno tiene miedo, pero ya es imposible echarse para atrás. Sólo tienes que salir, y hacer lo mejor que puedas con lo que tienes, y ya. Pero hay unos escalones. Es imposible no imaginar que vas a tropezar en esos escalones y te darás el golpe de tu vida mientras tus amigos graban el “juangabrielazo”, que quedará en los archivos de internet para la posteridad. Y la sed. ¿Cómo puedes tener sed si de tus manos está brotando agua como si fuera una alcantarilla del centro de Xalapa cuando llueve? Tus amigos, para esta hora, ya aprendieron a bromear con eso. En tuiter y Facebook convocan a todos a ir a la conferencia y ponerte incómodo. Te mandan mensajes que dicen: “¡Nos vamos a morir!  ¡Todos nos vamos a morir!” y hablan de vómito, caídas, desmayos y otras cosas que te pueden pasar mientras estás hablando en público.

Pero no. No caí en los escalones. Quedé solo en el escenario, expuse mis fotos, expliqué un poco acerca de mi trabajo, de mi intento por generar imágenes que tengan un poco de belleza en tiempos en que parece cada vez más difícil encontrarla, estuve sentado en la orillita del sillón que había en el escenario sin caerme, tomé litros y litros de agua mientras hablaba de mi aproximación al fotoperidoismo, del trabajo en los medios de comunicación haciendo foto, de la fotografía de la sección policiaca, de mis horas de contemplación en mi azotea, y de mis fotos de los locos del pueblo.

Al final, creo que no estuvo tan mal. Sí, el miedo me hizo trastabillar un par de veces y no decir todo lo quería decir, mientras decía cosas que no quería decir, pero que dije. Pero pude mostrar mis fotos, un par de amigos hasta me echaron porras, me divertí mucho y estoy muy agradecido con los chavos que me invitaron a hablar de foto. Creo que es buen momento para dejar de pensar al pánico escénico como lo pienso, y de empezar a tratarlo como un viejo amigo, de esos que se dejan ganar en el ajedrez, para que tú te la pases bien. Nos leemos el lunes.

LO BUENO DE: EL PÁNICO ESCÉNICO.

El miedo escénico es perfectamente derrotable. Eso aprendí estos días. Siempre lo ha sido, él y todos los demás miedos que andamos cargando. Ir derrotando uno por uno es una gran tarea, pero los resultados siempre son gratificantes. Por eso mi sugerencia musical de hoy es acerca de uno de los miedos más primitivos que los humanos tenemos: el miedo a la oscuridad. Escuche esta rolota titulada “Fear of the Dark”, del álbum del mismo nombre, que saliera a la venta por allá de 1992. Un discazo, a pesar que no soy muy fan del Maiden. Disfrute:

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