Lobos cebados por ovejas

  • Rafael Antúnez

Dos Políticos cambiaban ideas acerca de las recompensas por el servicio público. -La recompensa que yo más deseo-dijo el Primer Político- es la gratitud de mis conciudadanos. -Eso sería muy gratificante, sin duda -dijo el Segundo Político-, pero es una lástima que con el fin de obtenerla tenga uno que retirarse de la política. Por un instante se miraron uno al otro, con inexpresable ternura; luego, el Primer Político murmuró: -¡Que se haga la voluntad del Señor! Ya que no podemos esperar una recompensa, démonos por satisfechos con lo que tenemos. Y sacando las manos por un momento del tesoro público, juraron darse por satisfechos.

Ambroce Bierce.

Nunca como ahora se ha robado tanto en Veracruz, de una forma tan descarada y de manera tan sistemática como impune. Fernando Savater decía que uno de los más grandes peligros para toda democracia era la formación de una casta de “especialistas en mandar”. Hombres que, fuera de la política, no sirven para otra cosa.

Pues bien, nosotros hemos dado un paso adelante (quizá sea mejor dicho hacia atrás): hemos permitido la formación de una casta “especialista en robar”. Una casta a la que la palabra deshonestidad parece quedarles chica.

Habría que pensar en una nueva forma de llamar a los delitos cometidos contra una comunidad desde la comodidad de una oficina de gobierno. Ya no se trata de un hombre robando a otro, de un hombre impidiendo la educación de otro, de un hombre robando la medicina de otro. De un hombre cometiendo un acto violento contra otro, no se trata de un hombre encubriendo los delitos de otro. Lo que ocurre en nuestro estado va más allá.

El actual gobernador de Veracruz ha incurrido en un delito mayor: ha dañado la economía de miles, ha afectado la educación de otros tantos en todos los niveles (de la elemental a la universitaria), ha despojado por igual a jubilados, burócratas, maestros y prestadores de servicios, los grupos delictivos han florecido ante su complicidad o indiferencia, ha desfalcado el sector salud del estado y, por ende, ha afectado la salud de miles; además con su malversación de fondos ha afectado las vías de comunicación de miles, la seguridad de miles... Si de algo no se le puede acusar es de no pensar en grande.

En su sexenio la impartición de la justicia se ha vuelto un burdo remedo y, como en una de las aventuras de Pinocho, todo aquel que denuncia un delito, es llevado a la prisión; pues, en la lógica imperante del actual gobierno, las víctimas suelen ser los culpables.

Para el gobierno de Duarte resolver un caso es sinónimo de pantomima, de ocultamiento de datos, de encubrimiento y, las más de las veces, de fabricación de culpables.

¿Cómo llamar a esta forma de delinquir? Y no se trata únicamente de una cuestión de nombres. Va más allá. Una sociedad rebasada, como es la nuestra, tiene que vivir y padecer a los gobernantes que, paradójicamente, ella eligió. Pero el remedio no es quejarse o despotricar contra ellos. Como consuelo es muy pobre.

Como sociedad hemos hecho mal nuestro trabajo por partida doble. Primero por elegirlos y después por no revocar su mandato, por tolerarlos, por no elegir a uno mejor cuando podemos hacerlo.

Las próximas elecciones, a pesar de mostrar una caballada tan, pero tan flaca, nos ofrece la oportunidad de buscar y proponer nuevas salidas. A primera vista cualquiera podría pensar que estamos jodidos pues tenemos que elegir qué es menos malo: la mierda de gato o la mierda de perro. Una prueba de fuego para una sociedad floja e indiferente, a la que no le gusta tomarse la molestia de votar, de vigilar, de hacer bien lo que nos toca para no tener que quejarnos después de que nos roban, incluso de que nos roben como nunca antes nos habían robado.