Las campañas o el juego del revés

  • Rafael Antúnez

Cuando las campañas de quienes contienden por un puesto de elección, como es el caso en Veracruz, no están orientadas por una buena investigación (¿Qué quiere y qué necesitan sus posibles electores, como acercarse a ellos?), los millones invertidos en ellas se desperdician y el beneficio obtenido es nulo. Terminan por volverse papel pegado a una pared, plástico que rueda por el suelo: rostros que provocan hastío y enojo: una afrenta para la ciudadanía que es, en el último de los casos, quien las costea. El despilfarro es su signo, nunca la efectividad, la claridad o la transparencia.

Una primera táctica fallida es mostrarnos al candidato tal y como sabemos que no es: accesible, afable, sonriente, preocupado por el bienestar de sectores a los que nunca visita (campesinos, obreros, estudiantes, minusválidos, etc.), preocupado por problemas que le importan un bledo (la cultura, la violencia, la salud, la economía…), enemigo jurado de los corruptos (aquellos que poco antes eran sus socios, sus superiores, sus compinches y en algunos casos sus familiares). Y así, cada campaña se funda en esa gran fuerza que para Jean Francois Revel, es la que mueve el mundo: la mentira.

Cada campaña nos plantea un, no por conocido, menos cruel y sorprendente juego del revés, consistente en interpretar las palabras de un candidato justo en el sentido opuesto al que éste las pronuncie. Por este sencillo método el ciudadano sabrá quién es su candidato, aunque esto no modifique en nada su intención de abstención o de voto.

Así, cuando un candidato alardea de su independencia, nos está diciendo que en realidad es un títere del dueño de Morena.

Si otro jura y perjura que en su campaña no hay mapaches ni dinero proveniente del estado, en realidad nos está diciendo de dónde provienen sus fondos y quiénes son sus reales operadores.

La que dice que tiene lo que los otros no tienen, en realidad no está diciendo que no tiene nada.

Todos por igual dicen tener la solución a los problemas del estado, lo que quiere decir que todos son parte del problema.

Todos hablan mal de los otros y bien de sí mismos, lo que nos dice que ignoran que toda crítica debe empezar por la autocrítica.

Otro más jura que es honrado. Al llegar a este punto el juego es ya tan grotesco, tan vulgar, que ha perdido todo su interés.

Por una de esas raras coincidencias, estos siete candidatos que, en apariencia, nada tienen en común entre sí, se hermanan en la forma de planear y llevar a cabo sus campañas, las cuales, si se miran con atención, parecen estar cortadas por la misma tijera: todas dan la impresión de haber sido diseñadas por los enemigos del candidato que las encargó.