Las borracheras

  • Alberto Delgado

No, querido lector, usted no va a leer aquí un mensaje moralista contra las borracheras. No tengo nada contra ellas, a excepción tal vez, de la cruda, aunque tampoco hay que ser ingratos: la cruda es el recordatorio que todos necesitamos para saber que no somos los dioses que el alcohol nos hizo creer.

La peor borrachera que he tenido en la vida fue en casa de un amigo oaxaqueño. Si usted tiene la fortuna de tener un amigo oaxaqueño, debe saber que los oaxaqueños son gente muy complicada al principio. Luego, cuando deciden brindarnos su amistad, son gente muy derecha y generosa, lo cual los hace potencialmente mortales; usted dirá que exagero, pero lo que no sabe, si no conoce gente de Oaxaca, es que ellos manejan, con total naturalidad, sustancias con alto grado de toxicidad que pueden ser muy peligrosas para consumo humano, como el mezcal. La borrachera que le platico fue mucho antes que la palabra “mezcal” se incorporara con tanta ligereza e irresponsabilidad al lenguaje hipster y fuera cosa de todos los días. El mezcal era tratado como una cosa seria. Y vaya que lo era. Mientras para ese asesino oaxaqueño se trató de una bonita convivencia con amigos, para mí fue devastador: Aún hay varios sectores de esa noche que no tengo en la memoria, creo que terminé hasta llorando y diciendo babosadas, y terminé con una cruda infernal que no se la deseo ni a Javier Duarte.

Le cuento todo esto no porque quiera presumir mis borracheras, sino porque anoche fue nuestra “Fiestota de la Democracia” y, hay que decirlo, nos pasamos de copas: empezamos fuerte, como ese cuate que en un afán de no afectar mucho la economía de los presentes dice: “Mejor pedimos un pomo” que terminan siendo muchos y lo que creíamos que iba a ser un par de cervezas se vuelve un desastre. Anoche nos embriagamos de democracia y creo que aún no nos bajamos de la fiesta. Lo interesante de una borrachera de ese tamaño (como siempre) son los borrachos:

En las fiestas, yo soy como Armando Méndez de la Luz: el que dice “dos chelas y ahí muere” que nunca se ambienta y hasta se la pasa con cara de palo el resto de la fiesta; un tipo aburrido, en pocas palabras. Malo para las fiestas. Por su parte, Alba Leonila formaría parte de los borrachos más divertidos, esos que se la pasan contando historias que son entre chistosas y tristes: “¿Se acuerdan cuando tomábamos caña porque no nos alcanzaba? ¡No teníamos ni para el zapato!”. Lo malo de estos borrachos es que luego les da por la tristeza y pueden terminar siendo violentos: “¿Por qué no me pelan? ¿Es porque soy mujer? ¡No tienen huevos!”

En las borracheras siempre hay uno que parece que ya venía borracho y simplemente de pronto desaparece, pero hace atinados y breves comentarios al calce de nuestra borrachera; ese sería Juan Bueno Torio: “¡Estamos hasta la madre!”, dice, y después se vuelve a dormir.

Cuitláhuac sería como ese que está en la fiesta y hace muy buen papel, agarra la jarra con un ánimo sociable, altanero, pero sociable, platica con todos, intercambia teléfonos, por poco le baja la chava al anfitrión y luego se va. Cuando se va, todos preguntan: ¿Y a ese quién lo trajo? ¿Es tu amigo?

Pipo entraría en una categoría novedosa entre los borrachos: Es de esa gente (muy difícil de encontrar, por cierto) que no da pistas acerca de su estado etílico. Llegó ya “entonado” y así se quedó, y nos lo encontramos en la calle y parece que sigue igual de entonado que cuando se fue de la fiesta, y vamos a su trabajo y está igual. Un misterio para la ciencia.

Miguel Ángel Yunes es como esos borrachos que no ven ni oyen a nadie. Uno trata de integrarlos, pero cualquier esfuerzo es en vano. En realidad, lo que quieren hacer es golpear al cantinero y posesionarse de la barra, tomar más que todos  y desde ahí vengarse de todos los demás borrachos. Ese es su único (y oscuro) objetivo.

La fiesta se puso fea ayer gracias a Héctor Yunes: primero, tenía ahí a sus amigos nefastos, tanto, que todos los borrachos querían correrlos. Ayer en la tarde salió a decir que él era el nuevo barman, pero luego resultó que no era, y lo peor es que después de él, todos los borrachos se declararon dueños de la cantina. Y si todo sigue como hasta ahora, parece que no sólo no será el cantinero, sino que ni siquiera va a encontrar lugar para sentarse.

Lo cierto es que aunque parezca que la borrachera no tiene fin, ya estamos en pleno proceso de cruda, y algo habrá que hacer, porque ya no podemos con todos estos dolores de cabeza y el malestar general. Tenemos la oportunidad de hacer de esto una buena fiesta, y aunque es difícil, podemos convivir sin perder el control y sin violencia. Pero ya habrá tiempo de discutir esto en otra ocasión. Yo nada más les pido, queridos compañeros de cantina, que no se les vaya a ocurrir “curarla” porque de esta no salimos.

Lo bueno de: Las borracheras

Lo bueno de la borrachera que le platicaba, querido lector, es que sobreviví a ella sin mucho que lamentar. Decidí nunca más tomar mezcal; aún conservo mi amistad con el compañero oaxaqueño que le contaba, aunque he tenido que rechazar cordialmente sus invitaciones a tomar brebajes exóticos de esos que hacen en su tierra.

Lo bueno es que hoy nos levantamos, y algo cambió. No es para cantar victoria, pero algo hay ahí que no es lo mismo de siempre. Lo que sigue es nuestra responsabilidad, que no se le olvide. Como dijera una chica que sigo en tuiter: “Cuando se despertó, el Dinosaurio ya no estaba ahí. Pero estaba su primo, que no es lo mismo, pero es igual”. Así que habrá que tener cuidado. Mucho.

Por último, no  quiero ser un promotor de las borracheras, para nada, pero ya que estamos hablando de ellas, escuchemos a alguien que sí sabía emborracharse:

Sígame en tuiter (si quiere invitarme a sus borracheras, si no, no): @albantro