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Duele el rostro triste de la pobreza

Somos un país desigual socialmente hablando, tanto que podemos hablar de varios México, varios Veracruz y varios Xalapa. En esa desigualdad está basada la falta de democracia, la exclusión, las enfermedades y la violencia. Nuestra marginación, sobre todo en los cinturones de miseria y ciudades perdidas de las zonas urbanas, es escandalosa y de sobrevivencia. Nada absolutamente puede ser normal en esas condiciones. Uno se puede preguntar cómo se ejercen las libertades y los derechos en medio de la ignorancia y miserables condiciones materiales. La pobreza duele cuando se tiene conciencia de ella, cuando se comprenden las circunstancias en que viven las familias, especialmente los niños y jóvenes, llenos de peligros y con sueños truncados de antemano.

La desigualdad social de nuestro país es estructural y corresponde a un modelo económico, con monopolios y cuellos de botella en la economía; no hace mucha diferencia el esfuerzo individual aunque en algo puede ayudar a mejorar las condiciones de vida. Cada sector de la economía tiene sus particularidades y sus propias franjas de pobreza: agricultura, industria y servicios; en el primero el acento de explotación está en las regiones indígenas; en los siguientes el énfasis pobre está en las colonias populares y en los ejércitos de empleados pagados paupérrimamente.

Es casi increíble que en las ciudades las clases medias y altas no convivan y, a veces, no conozcan las zonas marginales. Es muy común y grave que se habiten ciudades donde sus pobladores no se tratan, donde no coinciden en espacios comunes y donde las diferencias son exageradamente marcadas. Lo que no se ve no se siente igual si no es que ni siquiera se siente; lo que no se ve no se conoce; así pasa entre los mejores ubicados socialmente y los pobres: no se les ve, ni se tratan, no se les conoce, no se les comprende y, por lo tanto, no se les integra y respeta.

Xalapa es una muestra adecuada para tratar de entender estos fenómenos sociales; es obvio que no estamos en una ciudad tan dispar, aunque algo tiene de eso. Somos una urbanización con acento parejo, por nuestra condición de ciudad burocrática y de servicios; nuestra economía es de quincenas y de ventas nocturnas. Con excepciones notables, empresarios de abolengo y políticos de carrera, tendemos a la medianía amplia y un cinturón de miseria nutrido con migrantes del campo. De todos modos existe la separación de ambientes y de intereses; no nos vemos, no nos conocemos y mucho menos nos apoyamos.

Si digo que me lastima la pobreza estoy hablando de un lugar común pero lo hago desde mi labor social y política de siempre, ahora también en mi condición de representante popular; sé de qué hablo.

Me duele la condición de miles de familias, sus carencias, ver a los niños desnutridos y a sus jóvenes que reproducen hábitos de sus padres. Me desgarra la violencia que genera la pobreza, los sueños rotos de las casi niñas que, prematuramente, se vuelven madres. Más me duele el trato que se les da en los empleos, con salarios de hambre y explotación incluida; pero lo que no tiene nombre ni perdón es la manipulación política, volverlos clientes y utilizarlos como carne de cañón. Son doble víctimas: primero por ser pobres y, después, para que se mantengan así y sigan necesitando una despensa para votar por sus verdugos.

A la pobreza se puede uno aproximar en una línea libertadora, en filantropía o en manipulación. Las dos primeras son positivas, aunque es mejor la libertadora, que hace conciencia y los vuelve sujetos de su vida; la despreciable y repugnante, que hay que denunciar siempre y con dureza, es la que manipula y usa a los pobres para efectos electorales; la de las fotos entregando despensas y todo tipo de dádivas, que casi siempre son de recursos públicos. Los que lo hacen son inmorales y sinvergüenzas; así hay que tratarlos.

Es muy pesada la loza que traen en su espalda los pobres, son víctimas de un sistema injusto, de siglos de explotación; no será fácil salir del abismo de desigualdad y exclusión en que se encuentran. Pero se tiene que hacer la lucha, avanzar en detalles inmediatos y abrir una ruta de más fondo a mediano plazo. En esa línea comprometida deben practicar la auto organización, contar con el apoyo de grupos y partidos propios. La pobreza merece líderes y políticos serios, honestos y de convicciones. Lo contrario, la politiquería y la manipulación son regresivas y circular. Lo ideal es que, como refería Marx de la clase obrera, los pobres lo sean en sí y para sí.

Recadito: un abrazo solidario al compañero Herviz, con la exigencia de justicia.