Recordar, el único antídoto para la ausencia

  • Candigato Morris

Colaboración de Nati Rigonni

En shock. Como una niña que en su carrera destruye un hormiguero. Asombrada ante el estropicio: de los restos del montículo surgen cientos de hormigas que prestas suben por el cuerpo, frotan sus antenas, penetran por los poros y muerden enfurecidas el corazón.

Enmudecida. Como quien golpea el panal interior donde habitan las palabras, observando cómo enloquecen, cómo huyen y cómo vuelven con sus aguijones, desde la pantalla del ordenador, para confirmar que es cierto, que el cuerpo de Emmanuel Cruz ya no respira.

De otros panales rotos escurre miel: todas las palabras que hacen referencia a Emmanuel hablan de su luz, su sonrisa, del amor inconmensurable que siempre mostró por su familia –un piquete que inocula frustración, la distancia: no puedo abrazar a Teté y a sus hijos ahora mismo como quisiera hacerlo–; escurren gotas de miel, de agradecimiento, otros hablan de su generosidad, su extraordinario legado…

Paralizada. Justo en el vórtice de un zumbido ensordecedor generado por diminutos recuerdos. No logro apresar uno en particular. Hasta que, al fin, esta quietud forzada me permite observar con nitidez un aspecto de la obra del artista que me resulta cercana, una faceta que considero imprescindible rescatar: no su proyección internacional sino su trabajo social en pequeñas comunidades, lejos de los reflectores, en la serranía, con jóvenes hablantes de lenguas originarias, con los ancianos, con los niños de zonas rurales.

En quietud, viene a mi mente la labor que en conjunto hicimos durante diez años, en Laboratorio Escénico AC, al lado de Yesenia Muñoz, Alberto Lara, Lukas Avendaño, Betania Benítez, Eloisa Diez, Geraldine Guerrero, Ixchel Castro, al lado de Teté, con Saulo Vázquez, con Héctor Brauer, con Iván Zepeda: estancias artísticas, festivales, un workshop, encuentros internacionales; sí, internacionales, pero realizados lejos de las capitales, a donde se requiere generar -o recuperar- sinergias saludables para el desarrollo, donde es necesario abrir espacios para el diálogo, para la expresión artística; lugares a donde el pretexto es la distancia y no siempre esas cosas llegan. Viene a mi mente la comunidad de Xochiojka, en la sierra de Zongolica; El Espinal, en el Totonacapan; Tetlanohcan, en Tlaxcala; Loma Grande, en las faldas del Citlaltépetl...

En cada uno de esos lugares -y en muchos más- Emmanuel Cruz dejó su generosa estela: piezas vivas. No me refiero con ello al hiperrelismo, me refiero a la carga identitaria de esos trabajos colectivos, cada una creada sintiendo el pulso de la comunidad visitada, latiendo a su ritmo, logrando su participación voluntaria. En realidad cualquiera podía, a su lado, tomar un pincel y colaborar, pese a nuestras limitaciones, en la realización de una obra; Emmanuel tenía la paciencia, el don, para extraer lo mejor de cada uno. Diminutos recuerdos.

Agradecida: sigue y seguirá siendo un honor haber caminado a su lado. Pareciera que con cada uno de nosotros algo quedó pendiente –conmigo trabajar un mural, en Querétaro, con los jóvenes de Cerrito Colorado–. Pareciera que quedaron muchas cosas por hacer, o que Emmanuel Cruz hizo todo tan bien que se ganó la liberación. El zumbido ha cesado. Las hormigas se han ido. Recordarle es el único antídoto que encuentro para su ausencia.

Nati Rigonni

Santiago de Qurétaro, Querétaro. 29 de Febrero 2016

*En esta ocasión El Colectivo Candigato Morris solicita y comparte la colaboración de la escritora Nati Rigonni, originaria de Orizaba, Ver; amiga  y colaboradora (como todos los miembros del colectivo) del artista Emmanuel Cruz, para dedicar una líneas a su memoria.  

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El Candigato Morris es un colectivo que busca incentivar la participación ciudadana a través de las redes sociales. Inició como campaña política alternativa en mayo del 2013, utilizando la sátira y el sarcasmo.

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