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Lorenzo: resistencia cultural de pueblos afrodescendientes en Veracruz

  • Inés Tabal G.
El Carnaval de Coyolillo es una tradición de afrodescendientes que Lorenzo López preserva con la creación de máscaras artesanales

Año con año, máscaras de madera y vestuarios multicolores engalanan las calles de Coyolillo, un pueblo afrodescendiente ubicado a 38 kilómetros de Xalapa, capital de Veracruz. Sus 3 mil habitantes son un reflejo de una resistencia cultural para que sus tradiciones no se apaguen. 

 

Una de esas tradiciones es el Carnaval de Coyolillo, que se celebra en el mes de febrero y es conocido por miles de personas, extranjeras y locales, que se adentran en este pequeño poblado fundado a inicios del siglo 17 por esclavos africanos que se mezclaron con indígenas y españoles

Uno de esos 3 mil habitantes es Lorenzo López Zaragoza, quien desde hace más de 50 años elabora máscaras de madera para el tradicional carnaval. El hombre de 72 años, de oficio campesino, también ha sido cañero, agricultor, artesano y tiene conocimientos sobre hierbas medicinales.

Aunque en su juventud fue bueno para las matemáticas y el estudio, la falta de una escuela secundaria en su localidad lo hizo dedicarse por completo al campo, por lo que solo terminó la primaria.

Sus manos, hoy desgastadas por el paso del tiempo, trabajaron la yunta, el azadón, labraron la tierra, pero también crearon artesanías como juguetes y máscaras de madera.

El oficio de artesano lo heredó de su padre. A la edad de nueve años, él veía cómo fabricaba artesanías de madera con herramientas rústicas y bajo la luz de un candil, porque en aquel tiempo no había electricidad en el pueblo.

Lorenzo, junto con sus hermanos, recogían los pedazos de madera que a su padre le sobraban y con eso fabricaban sus juguetes y máscaras.

“Mi padre trabajaba en la artesanía, en el campo, hacía techos de casas, fue carpintero y nosotros nos dedicamos al campo. Yo hacía llaveros de madera para jugar con los chamacos, bueyes de barro y ya las máscaras las comenzamos a hacer de grandes como de 18 años”.

 

Un oficio de familia poco redituable que no dejarán morir

Octavio López, el hermano menor de Lorenzo también es artesano y maestro por la Universidad Veracruzana (UV), él imparte cursos a los pobladores para que aprendan a realizar máscaras, además colaboró en dos libros para plasmar la historia de Coyolillo.

La familia de Lorenzo y Octavio es una de las pioneras en estas artesanías y en los bordados típicos del Carnaval de Coyolillo, ocho hermanos, en total, se dedican a preservar esta tradición.

Los hombres de la familia saben elaborar las máscaras, mientras que las mujeres bordan los trajes y penachos de varios colores que portan por las calles en tiempos de carnaval.

Pero la tradición por la cultura Lorenzo López la ha heredado a sus siete hijos e hijas. No todos viven en Coyolillo y, desde diferentes oficios y profesiones, ellos transmiten orgullosos la cultura de su pueblo. 

El Carnaval de Coyolillo inició hace 150 años por los esclavos africanos; algunos fueron liberados y otros escaparon de los campos de la hacienda de Almolonga, del Trapiche de Nuestra Señora del Rosario. Para no ser reconocidos, los esclavos que escaparon tapaban sus rostros con las máscaras talladas de madera, relatan los habitantes. 

Luis Ignacio Frutos Santillán, cronista del municipio de Actopan y excoordinador del Carnaval de Coyolillo, señala en un vídeo publicado por el Instituto Veracruzano de la Cultura (Ivec) que los orígenes de esta fiesta datan de más años y tiene sus bases en el Gule Wamkulu.

Esta tradición según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, (Unesco) es un culto secreto y una danza ritual practicada por la población chewa en Malawi, Mozambique y Zambia situadas al este de África.

“El Gule Wamkulu es una ceremonia de iniciación a la vida adulta, prohibida para mujeres y niños en la que solo participaban los hombres adultos y jóvenes, así como los adolescentes a punto de ser considerados adultos”, relata Frutos Santillán en el vídeo.

El cronista señala que las máscaras representan estados de ánimo, virtudes o pecados, tras la llegada al nuevo continente los esclavos tenían prohibido realizar estos rituales, ya que si lo hacían eran castigados.

Por lo que el Gule Wamkulu permaneció a través del carnaval, una fiesta que era bien vista por los católicos y los españoles. Los esclavos se dieron cuenta de esto y aprovechaban para realizar su ceremonia disfrazada de carnaval y así portar sus máscaras y trajes tradicionales sin tener castigo.

Este traje fue evolucionando, el actual está hecho con ropón de varios retazos con colores distintos, una capa larga con flecos, la máscara labrada de madera con figura de demonios, toro, venado y chivo, todos con cuernos.

También portan un penacho de flores forrado con tela que llega hasta el suelo y que simula ser una cola de toro, además, usan botas con tacones para danzar, un bastón y un cencerro que hacen sonar por todas las calles del pueblo.

“Yo he hecho trajes, lo típico de aquí es la vestimenta colorida, representa nuestras raíces y la flor nuestros colores, el forro se hace de la misma tela y el corte uno es de un color y el otro corte de otro, porque eso representa que hay varias razas cruzadas”, dice María, hija mayor de Lorenzo.

María está orgullosa de la herencia cultural que recibió de sus ancestros y comparte que siente una responsabilidad de preservarla. 

Conforme pasaron los años, y con la llegada de nuevas generaciones, el carnaval de Coyolillo también cambió pues se adhirieron nuevos accesorios como las máscaras de hule o representativas de luchadores y otros se perdieron, aseguran los pobladores.

Sagrario del Carmen Cruz Carretero, profesora investigadora del Instituto de Antropología de la UV, con investigaciones sobre el origen africano de Veracruz, reconoce que con el paso del tiempo el Carnaval de Coyolillo cambió en algunos aspectos.

“Hoy día, cambió la forma de ejecución tradicional del carnaval que era presidido por un capitán que comandaba la “mancha” o grupo de “negrosdisfrazados. Antiguamente eran marcados con un número en la mano para saber quién se escondía detrás de la máscara y saber si cometía alguna falta. Desfilaban al toque de flauta de carrizo similar a la flauta totonaca y toque de una tamborita”, describe la investigadora.

Aunque no se sabe con exactitud cómo evolucionó, pues los documentos históricos no dan reseña exacta de la tradición, los pobladores describen que algunas costumbres se modificaron.

“En el inicio del carnaval se hacía una vaquita de madera y una persona correteaba a los demás, pero esa tradición se perdió, se hacía un desfile en todo el pueblo y uno llevaba un canasto colgado para recolectar en las casas comida típica y al final la gente que iba al recorrido se le invitaba, y ahora ya no. También se multaba a las personas que no traían las máscaras tradicionales”, dice Rafael López, hijo de Lorenzo.

Hace 19 años, Rafael emigró a los Estados Unidos para brindarle una mejor calidad de vida a su familia, ahí se casó y tuvo a sus hijos a quienes también les enseñó a hacer las máscaras con huesos de aguacate. Hoy está en el pueblo para tramitar su residencia.

Rafael asegura que Coyolillo es un pueblo de migrantes, pues muchos se van a buscar una mejor vida, ya que la agricultura y las artesanías no alcanzan para vivir.

La mayoría de los pobladores de Coyolillo se dedica a la agricultura, a la siembra de caña de azúcar, mango y maíz de grano, también muchos habitantes viven de las remesas que sus familiares envían desde los Estados Unidos.

De acuerdo con datos del Banco de México (Banxico), en el año 2021, el municipio de Actopan (al que pertenece Coyolillo) recibió 40.6 millones de dólares en remesas, esto lo ubicó en el lugar 15 de las entidades del estado que más reciben dinero del extranjero.

Lorenzo concuerda con su hijo, y dice que algunas personas no les dan valor a estas artesanías, por lo que no se dedican de lleno a hacerlas, solo en época de carnaval.

“Cuando se va a llegar el carnaval comienza un mes antes la fabricación y elaboración de las máscaras, pero no toda la gente le echa ganas, la verdad no son trabajos muy bien pagados”, lamenta.

La fabricación de una máscara puede tardar dos semanas si el artesano se dedica por completo a ello. Otras creaciones demoran hasta un mes, dependiendo la complejidad de cada máscara. 

 

Población afrodescendiente ocupa un lugar en la historia de Veracruz: activista

Recorrer el pueblo de Coyolillo es toparse con una cara distinta de Veracruz, por sus calles deambulan hombres, mujeres y niños con facciones gruesas, labios anchos y pelo rizado, pero con ojos verdes o azules, algunos de piel muy blanca o morena clara y otros que conservan sus raíces africanas.

Esto es el resultado de más de 200 años de mestizaje de las tres raíces mexicanas: indígena, española y africana.

Por siglos la población afromestiza fue poco reconocida en los libros de historia de Veracruz y en la cultura, dice la activista y divulgadora de temas raciales, Jumko Ogata.

Jumko Ogata, forma parte de esta población y asegura que los afromexicanos deberían estar más presentes en la historia del país, como una parte importante que ayudó a la construcción de México, sin embargo, y pese a la lucha que se hace para reconocer su participación, siguen sin tener el espacio que se merecen.

“Nuestra historia a nivel regional no se enseña en las escuelas, al menos yo que estudie aquí nunca supe sobre historia afromexicana y aunque tenemos un mural en Yanga, no existe ningún tipo de conmemoraciones o esfuerzos activos por enseñar a las infancias sobre está historia”.

Cruz Carretero, señala que los trabajos de investigación que se realizaron a finales de siglo 20 sobre la población africana en el país, dieron paso para que los académicos se sensibilizaran y conocieran más sobre la llamada “tercera raíz”, la cual estuvo invisibilizada por varios años.

Estos trabajos también permitieron sensibilizar a los habitantes de las comunidades afrodescendientes para que se reconocieran como parte de la cultura africana en México, asegura la especialista.

“Detonaron fenómenos como el festival Veracruz también es Caribe”y posteriormente el Festival Afrocaribeño de Veracruz. Ambos incluyeron una parte académica y otra cultural, musical y dancística que ha influido en la identidad de comunidades afrodescendientes como Yanga, Mata Clara y El Coyolillo”, agrega la investigadora.

Uno de los logros más recientes fue incluir a la población afromexicana en el censo 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

De acuerdo con los datos del Inegi en el país viven 2 millones 576 mil 213 personas que se reconocen como afromexicanas y representan el dos por ciento de la población total de México. 

Veracruz es el tercer estado con más población afrodescendientes con 215 mil 435, antes está Guerrero con 303 mil 923 y el Estado de México con 296 mil 264.

También Oaxaca con 194 mil 474, Ciudad de México con 186 mil 914 y Jalisco con 139 mil 676, todas estas entidades conforman poco más del 50 por ciento del total de personas afromexicanas que hay en el país.

En el 2017, a través de una iniciativa impulsada por diputados del Congreso del Estado de Veracruz, se reconoció en la Constitución Política Local a las comunidades afrodescendientes, cuya mayor población se ubica en la región de Coyolillo del municipio de Actopan.

En la Gaceta Legislativa del 9 de diciembre de 2021 se reformó el artículo 39 de la Ley Orgánica del Poder Legislativo del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, donde se reconoció la presencia del pueblo afromexicano como parte de los Asuntos de los Pueblos Originarios y de las Comunidades de Afrodescendientes.

Jumko Ogata, señala que es importante dignificar la historia de la población afromestiza en el estado. No solo como un grupo que provino de esclavos, sino como las personas que resistieron a tratos crueles y que supieron adaptar muchas facetas de su cultura que hoy se ve reflejada en la comida, fiestas, vestimenta, música, danza y palabras que se usan actualmente.

Una de ellas es el Carnaval de Coyolillo, que tras 150 años sus pobladores, como Lorenzo y su familia, mantienen viva la tradición que sus antepasados les dejaron.

 

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