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Del hambre al secuestro: la historia de una familia hondureña en Veracruz

  • Víctor Toriz
Los padres de los tres menores creaban juegos para entrenerlos, solo tenían a la mano dos cepillos de dientes y un peine

Dos cepillos de dientes y un peine sirvieron para que tres niños olvidaran que estuvieron secuestrados durante 13 días.

Era lo único que tenían a la mano Norbelia y Heriberto, el matrimonio de la familia hondureña secuestrada el pasado 19 de julio en los límites entre Oaxaca y Veracruz; con ellos calmaban a sus tres hijos durante el cautiverio.

La pareja inventó juegos que provocaran las risas de los tres niños, interrumpidas solo por las personas que cuidaban la casa de seguridad en la que se encontraban cautivos.

Cada jornada se iba entre oraciones y cantos, tratando de calmar la angustia de no saber qué ocurriría en las siguientes horas, platica Heriberto ya en libertad; sus hijos miran atentos el testimonio de su padre mientras comparten un pan tostado en la recepción de un hotel de la ciudad de Veracruz.

Los días que estuvieron secuestrados la comida eran frijoles, arroz y a veces solo tortilla, lo suficiente para mantener fuerzas.

Los momentos más difíciles para los niños venía en las noches, comenzaban a rascarse el cuerpo preguntando a sus padres cuando abandonarían la habitación en la que estaban encerrados.

Norbelia y Heriberto no tenían una respuesta, guardaban la preocupación para ellos, cuenta el padre con una voz baja.

“Nos encomendamos en la mano de Dios y lloramos momento a momento durante el día, nos pusimos a orar unas cinco veces al día o más, orando o cantábamos himnos de la iglesia, los niños como son inocentes no sentían la angustia de nosotros”.

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Huyen de la pobreza

Norbelia y Heriberto salieron hace mes y medio de Honduras porque en su país no les alcanzaba para comprar ropa y zapatos a sus tres hijos.

Salieron, como los cientos de personas que abandonan Centroamérica, con la esperanza de una vida mejor.

Otros familiares migraron para cambiar su situación económica dejando a sus hijos y esposas atrás, Heriberto decidió empezar una nueva vida, pero con todos ellos.

“La vida en Honduras es pobre, uno nunca pasa de tener para la comida diaria, no hay capacidad para comprar ropa, para comprarle algo a los niños, uno se desespera y toma la decisión de tomar camino, pensando que al llegar a los Estados Unidos todo esto va cambiar”.

Camino a Veracruz

Los cinco integrantes de la familia ingresaron a México por el estado de Chiapas, estuvieron alrededor de un mes en la región de Tuxtla Gutiérrez, antes de decidir seguir el camino.

Una garita del Instituto Nacional de Migración (INM) en un punto del camino entre Oaxaca y Veracruz, obligó a los padres y los tres niños a cambiar la ruta unos kilómetros para rodear el puesto de control migratorio.

Al ingresar a una zona de potreros fueron sorprendidos por un grupo de hombres que esperaban agazapados entre el monte y los matorrales, relata Heriberto.

El reporte de las autoridades del Gobierno de Veracruz indica que 10 persona participaron al momento de privarlos de la libertad, el número para la familia secuestrada es incierto, solo recuerdan que eran muchos los hombres que les apuntaban con armas de fuego.

Los cañones de las armas apuntando directo al rostro de sus hijos y su esposa provocó de inmediato que se arrepintiera de la decisión de dejar su país acompañado por todos ellos.

En un inicio supuso un asalto, después de caminar varios kilómetros escoltados por los hombres armados, alejándolos de las áreas pobladas, y al apresarlos en una casa, se dio cuenta que su familia estaba secuestrada.

“Miedo desde el comienzo, un pavor latente, porque nos amenazaron, a base de armas y todo, pero en realidad no puedo decir cuántos eran, solo sé que eran varios”.

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Piden recompensa

El primer momento de calma después de ser encerrados en la casa de seguridad fue interrumpido por los secuestradores cuando se acercaron con la instrucción de golpearlo para enviar testimonio grabado a sus familiares en Honduras, que se negaban a pagar la recompensa

Heriberto pudo convencerlo de dejarlo tener comunicación con ellos para pedirles el dinero a cambio de la su libertad, la de su esposa y sus hijos.

“El día que llegaron dispuestos a golpearme ese día los convencí que me dejaran hablar con mi familia para convencerlos de que mandaran el dinero”, relata.

Desde ese momento hasta ahora pasaron 13 días, desde entonces no deja de arrepentirse de haber salido de su país con sus hijos y su esposa.

Ahora ya no piensa en seguir su camino a Estados Unidos, en su lugar aceptan el asilo que las autoridades puedan darles para residir en México.

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