• Veracruz

Juzgadas y humilladas: Testimonios de mujeres que decidieron abortar

  • Inés Tabal G.
Isabel y Rebeca fueron estigmatizadas por sus familias luego de abortar; celebran que se haya autorizado la interrupción legal del embarazo

“Me hicieron sentir la peor persona del mundo”, contó Rebeca; fue lo primero que sintió cuando su familia se enteró que había abortado, ellos fueron los primeros en juzgarla, las críticas y humillaciones hasta la fecha siguen estando presentes solo por el hecho de decidir sobre su cuerpo.

Hace cuatro meses tomó la decisión, no estaba preparada para ser madre a sus 23 años, aunque su expareja le había dicho que se iba a hacer responsable, tenía en claro lo que quería. Solo tenía tres semanas de retraso, aún estaba a tiempo, dice.

A la primera que se lo contó fue a su hermana, ella le consiguió ayuda para que abortara de forma segura, en aquel momento Rebeca se sintió apoyada y sabía que no estaba sola.

 

"Yo decidí hacerlo, porque yo no estaba segura de si quería tenerlo, ni que lo quería, después de eso sufrí mucho porque por mi propia hermana fue y le dijo a toda mi familia. Obviamente me criticaron, me humillaron, me hicieron sentir la peor persona del mundo”, relató.

 

Aún le duele recordar aquel día en el que se enfrentó a su familia, su abuela fue una de las primeras personas que la recriminó y que lo sigue haciendo por haber abortado.

"Me dijo que era de lo peor, que cómo podía haber hecho eso, que era una puta con todas las mayúsculas, entre muchos otros insultos", recordó.

Pese a todos los reclamos y discusiones que provenían de su familia, Rebeca está cociente que fue la mejor decisión que pudo haber tomado, pues nadie tiene derecho para opinar sobre su cuerpo.

“No soy la primera ni la última que lo hizo, no tienen que hacerme sentir culpable porque yo quise”, sentenció.

 

Isabel no tuvo oportunidad de decidir

Corrían los años 80, Isabel de 19 tenía un noviazgo normal como cualquier otro e incluso había planes de casarse, su padre un hombre extremadamente estricto le tenía prohibido salir de casa sin permiso, ni siquiera podía tomarse de la mano con su pareja frente a su familia.

Para seguir estudiando Isabel tenía que trabajar en una sastrería, pues sabía que su padre no le iba a costear los estudios, ya que como él decía -no voy a malgastar mi dinero para que después termines lavando pañales-.

Creció en un ambiente machista, donde las mujeres no podían opinar, ni mucho menos decidir sobre qué hacer con su cuerpo, los mandatos culturales que imponía la sociedad era que si salías embarazada antes de casarte era promiscuidad y si abortabas te consideraban una mala mujer.

En aquel entonces Isabel no sabía qué era la educación sexual, en la escuela nunca se lo enseñaron, mucho menos en la casa, pues hablar de esos temas era considerado una imprudencia.

Debido a que tenía poco conocimiento sobre su sexualidad y los métodos anticonceptivos que debía usar, la primera vez que tuvo relaciones con su pareja no hubo ningún tipo de cuidado, por lo que salió en embarazada.

“El miedo a mi padre me llevó a decir que sí, porque realmente yo no fui quien decidió el aborto (…), fue por parte de su mamá, la de mi pareja”, contó.

El miedo a que fuera señalada por su familia y que su pareja la abandonara fueron uno de los factores que diariamente le rondaban en su cabeza y que la ponían entre la espada y la pared, la presión por parte de su suegra también influyó para que sintiera que no tenía la oportunidad de detenerse a pensar si quería o no tenerlo.

Fue su suegra quien la llevó abortar clandestinamente a un hospital de la ciudad de Veracruz, a la única que se lo contó fue a su madre, pues tenían que idearse la forma de salir de su casa sin que su papá sospechara.

Al salir del hospital los estragos emocionales comenzaron a hacerse presentes, debido a la educación que se le había inculcado sentía culpa, esto la llevó a tener problemas cuando se casó con su pareja, al igual que nunca contó con asesoría psicológica, lo que empeoró su situación.

Tuvieron que pasar más de 30 años y varías terapias psicológicas para que Isabel comprendiera que haber abortado no la convertía en una asesina.

“Ya no me causa culpa, ahora puedo entender que no fue del todo una vida a la que maté como yo tenía creído, ya me siento liberada emocionalmente, sobre todo como nos hacían creer católicamente que eras una asesina, que Dios no lo permitía, ya es prueba superada”, dijo.