Ninguna guerra es indispensable, útil y justa. Los argumentos para iniciarlas, siempre substituyen a las razones, porque, es un proceso al que afecta el paso del tiempo y porque ningún humano tendrá el panorama real de la circunstancia en la que se da, porque no es, siempre, la misma en la que se genera.
La guerra nunca será un instante, tampoco modificará radicalmente todo lo que toque y por lo mismo, afecta, altera y transforma, siempre en el mediano y largo plazos. El corto plazo solo existe para quienes logran sobrevivir.
Y por supuesto, contrario a la lógica normal, y a la de sentido común, siempre habrá alguien que quiera, necesite y le urja hacer una guerra. Argumentos y seducciones nunca faltarán para tratar de justificarla. Pero su daño, siempre será irreversible y también irreparable.
Sin embargo, así se ha construido la historia de todos los pueblos y de todos los modelos de convivencia internacional y me temo que así se seguirá haciendo.
La de estos días, es una guerra más. Ni es la primera, ni será la última. Esto, no consuela ni motiva, solo nos hace poner los pies sobre la tierra y recordar que, en la calidad humana están los intereses y la propiedad que, tarde o temprano conllevan la confrontación, sistemática y permanente, o a un punto se quiebre, que es lo que llamamos guerra.
Algo tiene Ucrania que está en el interés prioritario de las grandes potencias mundiales. Los países como el nuestro, que no lo son, solo pueden acomodarse, como espectadores en lo general, lo cual, a veces es bueno, pero moralmente irresponsable.
Ucrania es la frontera real entre el mundo occidental y el oriental. Occidente representado por varias naciones, desde Estados Unidos, hasta Inglaterra, Francia y Alemania, casualmente todas potencias con enormes experiencias colonizadoras e imperiales. Oriente, por lo que quedó de la antes poderosa Unión de Repúblicas Soviéticas Socialista, menos de un puñado de países adherentes. Y en medio de esa división artificial, el mundo árabe y asiático. La geografía mundial dividida en países, prácticamente no existe, por aquello de que, hoy, vivimos en una aldea global.
Por eso, defender las fronteras, es para cualquier país, un objetivo difícil. El modelo de la guerra justa, tradicionalmente empleado para justificarlo, cada día está más complicado en intereses globales y regionales. Los locales pasan a segundo término.
Por eso en esta guerra, no es sencillo explicar qué tanto es justo el derecho de Ucrania para acercarse a Occidente, o qué tan justo es que Rusia lo impida bajo el pretexto de defender su seguridad como nación. Si lo vemos con ojos de occidente, Rusia está abusando. Si lo observamos desde el oriente, Rusia está defendiendo una causa de interés nacional.
La pregunta es no solo cómo empezó esta guerra, que no es de hace dos semanas, y quien, por haber dado el primer paso, tendría mayor culpa. No es ese el juicio de la historia. El juicio es y será, justificar la muerte de humanos, que, sin entenderlo, son sacrificados.
Por eso son importantes los acuerdos diplomáticos. Lástima que cada día, son menos útiles, por aquellos secretos que llevan implícitos. Esos que como las letras chiquitas en los contratos de crédito, sesgan, pervierten y atan, objetivos que, podrían ser, claros, precisos y convenientes.