Costos y riesgos
- Gabriel Reyes Cardoso
Cada año entre julio y agosto miles de jóvenes mexicanos se enfrentan a las mayores dificultades de construir sus objetivos de vida. La realidad social se muestra tal cual es: inaccesible, hostil, discriminatoria y se les revela como el peor entorno vital que les exige calidad personal, competitividad y abnegación laboral y salarial.
De cada 100 egresados del nivel educativo de media superior, solo 40 cuando mucho podrán iniciar el largo y difícil camino universitario, requisito indispensable para una inclusión social de mediana dignidad y de incipiente libertad.
De los 40 que ingresan a la educación superior solo terminarán 25 a lo mucho y se titularán 16.
Los 60 que no entraron a una institución de educación superior, mas los 20 que no se convertirán en profesionales, irán, antes que los otros, al difícil calvario de obtener un empleo, que por supuesto será peor remunerado, inestable y nada constructivo.
La vida así es.
En la mayoría de las familias mexicana no hay cultura de estudios superiores y los jóvenes tienen que rifársela solos.
En el medio rural, la pobreza exige que los hermanos mayores ayuden a conseguir ingresos familiares desde muy jóvenes y ayudar a sus hermanos pequeños. Aquí es donde los papás consideran que ya es mucho tiempo el de estudio de sus primogénitos y además no tienen idea del para que sirven las universidades.
En las regiones suburbanas, pobreza, marginación y urgencia por sobrevivir, empujan a los jóvenes al mercado informal de trabajo y en muchos casos a los empleos extra legales.
En los ambientes urbanos, toda la familia tiene que trabajar porque los costos para vivir son muy elevados y aunque aquí pudiera existir mejor compromiso con la educación superior, las posibilidades también disminuyen frente al ingreso familiar.
Las paradojas son simples.
Cuando se pudiera pensar que en educación van mas adelante, el nivel de deserción y fracaso es el mayor.
Hoy la juventud mexicana debe agradecerles, por ejemplo, a las grandes y a las pequeñas tiendas de abarrotes, a las pequeñas y medianas industrias y empresas de servicios generales, el que, para el menor de sus empleos requieran el certificado de bachillerato. Si estos establecimientos no lo piden, no habría alumnos en los bachilleratos o preparatorias.
Ya en el nivel superior, la incapacidad de las instituciones de gobierno, confrontan a nuestros jóvenes a revisar el bolsillo de la familia y a otras tentaciones propias de la edad y del descuido.
Pero, a pesar de todo, el ideal de la sociedad es tener, cada año, más jóvenes en formación profesional universitaria pues los costos y riesgos de no hacerlo comprometen a mayores dificultades el difícil trayecto para poder se un licenciado o ingeniero más, que siempre ganará al menos, el doble de lo que gana un trabajador joven sin estudios.
Aunque sea descalzos, los jóvenes deben ir a la universidad y la sociedad debe entender que nunca será suficiente su esfuerzo por abrir mayores espacios educativos para ellos.