El silencio en Palacio Nacional
- Ignacio Morales Lechuga
A diferencia de lo que sucede en el mundo físico, donde la discrepancia entre el silencio y el ruido se aprende antes de los dos años, en el mundo social y político puede llevar 60 o más años de vida adulta conocer y apreciar las cualidades y virtudes del primero y los excesos y riesgos del segundo.
No sólo la teoría política clásica privilegia como una virtud la capacidad de autocontención verbal del gobernante. El más crudo pragmatismo enseña también a distinguir entre la discreción del pensamiento político cauto, conocedor del valor y compromiso de la palabra y lo separa del simple tráfico de ideas, identificable porque no conoce ni aprecia la discreción y menos el silencio o la necesaria responsabilidad de las palabras.
A todo gobierno se le debería juzgar por sus resultados, no por sus declaraciones; pero son éstas las que hunden o encumbran —y más en la aldea digital— la fama pública. 64% de los franceses desaprueba que Macron declare con frecuencia. En esa proporción los franceses perciben que el exceso de palabras de su presidente, no muestra cualidades, sino más bien oculta deficiencias para asumir decisiones que sólo pueden medirse en acciones.
Pronto los mexicanos tendremos un Jefe de Estado que navega con declaraciones asombrosamente contradictorias en las aguas riesgosas de la agenda pública.
Lo mismo se involucra con la enjundia verbal del líder opositor, que se sumerge en el mundo rosa de las revistas del corazón para “explicar” y justificar una multidivulgada boda (fífí) de uno de sus más cercanos colaboradores y director de planes de gobierno, uno más entre quienes lograron convencer al electorado de que ellos sí eran diferentes.
Habría que recuperar ideas fundamentales sobre la responsabilidad de quien gobierna (de Montesquieu, por ejemplo) para reafirmar que el Estado sólo puede ser libre y garante de libertades cuando propicia y respeta la división de poderes, en vez de incurrir en el avasallamiento desde uno de ellos, como parece ser el caso cada vez que brota un “me canso ganso”, un “a como dé lugar” o un “esto va porque va”. Si el poder no detiene al poder siempre habrá que lamentarlo.
El poder, sin mecanismos para contenerlo y equilibrarlo, es el suicido de una democracia; introduce confusión de niveles y facultades con respecto al Legislativo y Judicial, deslegitima la función del Estado y puede incluso paralizarlo. Así lo advirtió un viejo sabio y experto como Charles de Gaulle, presidente de Francia.
Una manera “amable” de dar el salto al fascismo han sido los regímenes populistas de izquierda y de derecha. Al dejar los principales espacios y decisiones de administración en la (in)decisión siempre vertical de un solo hombre: colocado éste bajo el reflector de la publicidad extrema, con más ocurrencias y promesas que con palabras que sustenten programas y planes, se anula cualquier respeto y propósito de planeación democrática. Surge entonces el pétreo edificio de la simulación, de la intolerancia, del desprecio contra los opositores y críticos del gobierno. Y lo que esto conlleve.
A menos de 45 días de que el presidente electo tome posesión, ¿sabemos qué sucederá con el Ejército y la policía y con un plan que busque recuperar la cuestionable seguridad pública?, ¿sabemos si México tendrá un mejor aeropuerto en la capital del país y con base en qué elementos de análisis? ¿Los pros y contras de un tren del sureste se han identificado ya con la profundidad necesaria para una obra de tal magnitud, de la que casi lo único claro es que se realizará mediante adjudicaciones directas de proveedores, tras un cambio de las leyes estatales de Tabasco para cumplir con una encomienda presidencial? ¿Improvisar jóvenes para fortalecer la policía, exponiéndolos más a la violencia mejora la calidad y los valores de ese servicio público o sólo le agregará un problema más?
Entre el ruido político que todos escuchamos consigno a los lectores que México tuvo a un presidente sabio, sobrio y austero, en extremo parco de palabras, don Adolfo Ruíz Cortines llegó —en corto— a comparar la política con el juego del dominó al que era gran aficionado. Por lo general, decía mi paisano, mientras menos se hable desde el poder presidencial se logra más y con mejores resultados. “Si se hacen señas, que sean elegantes y discretas; si anda uno entintado, a desentintarse; si trae uno mulas, a deshacerse de ellas y si son del contrario, a ahorcárselas sin piedad; más vale a veces un mal cierre que un pase en falso”. Siempre hay tiempo para recordar.
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Notario público y ex procurador general de la República