En México aún estamos a tiempo

  • Ignacio Morales Lechuga
El reto que el mundo enfrenta consiste en no sucumbir a la provocación terrorista...

Cuando cayó el muro de Berlín en 1989 la humanidad entera celebró el fin de la Guerra Fría por la bipolaridad prevaleciente entre Oriente y Occidente, el primero representado por la Unión Soviética, y el segundo por EU.

Pensamos que la amenaza de la guerra abandonaría el mundo y que una nueva etapa de paz mundial sería la base para el crecimiento y la solución de problemas sociales, aunado a una ampliación de las libertades y derechos humanos, que traería en un futuro próximo el aumento del poder de la sociedad y la reducción del peso de la burocracia de los Estados.

Posteriormente, en 1991, resurgieron guerras regionales dejando un saldo de miles de muertos en África, en los que el componente étnico-religioso era el punto toral del conflicto.

En 1992 la zona de los Balcanes se incendia y surgen conflictos entre hermanos en la ex Yugoslavia, reinstaurando la problemática religiosa medieval entre musulmanes y cristianos, encarnada en serbios y croatas.

En este nuevo mundo los modelos económicos en aplicación han acentuado problemas sociales para los que todavía no existen respuestas.

¿Con quién se identifican las actuales generaciones? Es muy difícil precisar los elementos de identidad, pero desde luego no se identifican con la política ni con sus actores.

En 1993 Europa acariciaba la concreción del sueño de Victor Hugo: un continente unido bajo una sola identidad europea; sin embargo no fue el localismo el que se les atravesó negándoles esta posibilidad, sino que ha sido una segregación y ausencia de integración de pobres y ricos, en especial de migrantes musulmanes, que no se han integrado a la cuenca judeo-cristiana que representa Europa.

Los últimos ataques terroristas que han sufrido en el último año casi la totalidad de los países europeos, han surgido de su propia población, pues no han sido extremistas musulmanes provenientes del sur del Mediterráneo, sino nacidos en Europa.

Los fanáticos musulmanes han sido alentados por líderes religiosos de las mezquitas en España, Francia y otros países europeos bajo la disyuntiva de elección entre la apostasía y la vida entre infieles o la emigración al califato islámico.

Todo ello ha abierto el frente a corrientes que se expresan al respecto, sobre si ha llegado el momento de establecer a la religión como un prerrequisito de ciudadanía para migrantes o seguir apostando a la libertad de culto absoluto, como los Estados laicos han optado hasta la fecha.

Angela Merkel ya tiró su cuarto de espadas al mencionar que la religión es un bastión de identidad en Europa, atreviéndose tímidamente a colocarla como uno de los puntales de la unión de la población como arma contra el terrorismo.

Las comunidades islámicas europeas han condenado de manera inequívoca los atentados. Pareciera que los extremistas actúan como franquiciatarios del ejército islámico.

El reto que el mundo enfrenta consiste en no sucumbir a la provocación terrorista, instaurando sistemas de seguridad que logren integrar, proteger y respetar las diferencias que existen, sin dejar de lado que nuestras similitudes acortan los aparentes abismos que nos separan; al final del día todos compartimos una creencia monoteísta que adecuada al Estado laico ha probado ser la manera más adecuada de organización.

Tristemente el mundo avanza hacia la intolerancia y la falta de libertades, es posible que si las iniciativas exclusivistas y xenófobas como la de Países Bajos se aprueban, veremos un cambio negativo en el mundo, ya que hoy por hoy los actos terroristas llevados a cabo por fanáticos religiosos provocan una percepción generalizada de miedo e inseguridad en una región otrora desarrollada y pacífica. En México aún estamos a tiempo.