La amarga inversión extranjera
- Jorge Faljo
Hace un par de días el presidente Enrique Peña Nieto informó que la Inversión Extranjera Directa –IED-, llegó a los 135 mil millones de dólares a lo largo de su administración. El Presidente proporcionó estos datos en el discurso de inauguración de una moderna planta embotelladora de agua mineral con capacidad para producir más de 200 millones de botellas al año y propiedad de la empresa Peñafiel; es decir del consorcio extranjero Dr. Pepper Snaple Group.
A mayor abundancia el Presidente dijo que en los años noventa la entrada anual de Inversión extranjera directa fue de 8 mil millones de dólares al año y que ahora tenemos cifras cercanas a los treinta mil millones de dólares –mmd- anuales. Es obvio que así planteada se considera a tal incremento de la IED como algo muy positivo.
Presumir a la inversión externa es una constante de los discursos presidenciales. Hace poco más de un año, en febrero de 2016, en la entrega de títulos de propiedad formalizados en Tamaulipas el Presidente señaló que la IED en su administración ya alcanzaba los 100 mmd. Hace dos años, en la inauguración de una planta de la Toyota en 2015 el presidente presumió la entrada de 66 mmd en 2013 y 2014, los dos que llevaba su administración. En abril de ese mismo año, al inaugurar la ampliación de una carretera en Jalisco el mandatario aseveró que gracias a las inversiones en infraestructura y, por supuesto, las reformas estructurales, el país se encontraba entre los diez primero países favorecidos por la inversión extranjera.
El Presidente festeja y asocia la entrada de inversión extranjera a la confianza de los inversionistas en México, lo que vendría a ser una especie de logro de su administración. Bueno, no sólo de la suya. Lo mismo era festejado por las administraciones de Vicente Fox y Felipe Calderón.
Los datos de inversión extranjera se presumen en muy diversos eventos, de la inauguración de una planta productiva moderna, una carretera, un encuentro con empresarios o un acto relativamente popular. Es decir que se la coloca como señal de éxito y eje de la estrategia económica nacional.
No obstante, precisamente por su mención en estos contextos se puede dar lugar a varias interpretaciones engañosas, a las que me refiero en adelante.
Una interpretación engañosa es que la mayor parte de la inversión extranjera es productiva. No es así; el grueso de la entrada de capitales externos se va a inversión de cartera, es decir compra de bonos y otras formas de depósito de dinero relativamente líquidas, es decir, que se pueden mover de un lado para otro con mucha mayor rapidez que una inversión productiva. Se trata del llamado capital volátil que llega al país atraído por el hecho de que aquí se ofrecen tasas de interés muy superiores a las del exterior.
Otra idea equivocada es que la IED es básicamente nueva inversión productiva. Lo cierto es que este tipo de inversión se orienta sobre todo a la compra de empresas ya constituidas. Destacan dentro de este sexenio la venta de la cervecera Modelo, la farmacéutica Rimsa, las fábricas y distribuidoras de pinturas y similares Comex, y la chocolatera Turín. En esta línea de la venta – país se ha vendido buena parte de la banca, la industria del acero, las tequileras y demás. Aquí habría que pensar en la “confianza” de aquellos que prefieren vender sus empresas y sacar su capital del país.
Obviamente el Presidente no acude al cambio del letrero en la puerta de entrada de una empresa que era mexicana por el hecho de que llegó capital del exterior a comprarla. Pero con esa retórica en algunas inauguraciones da a entender que toda la IED crea nuevos puestos de trabajo. En los hechos con frecuencia la venta de una empresa mexicana da lugar a su reestructuración y a la pérdida de empleos, sobre todo cuando de lo que se trata es de aprovechar su red de distribución para traer importaciones.
Parte importante de lo que se clasifica como IED no es entrada de capitales externos sino ganancias destinadas a reinversión de las empresas extranjeras ya ubicadas en México. Es decir, que lo que no remiten como ganancias al exterior, sino que se reinvierte, es también IED. Es muy probable que la nueva planta Peñafiel inaugurada por el presidente se haya construido con ganancias realizadas en el país.
Finalmente habría que decir que dentro de esta revoltura estadística, sí existe una porción de entrada de capital externo que sí crea nueva planta productiva y nuevos empleos en México. Esto se hace con frecuencia asociado a importantes condonaciones del pago futuro de impuestos e incluso a la inversión con dinero público de importantes obras como carreteras de acceso, ramales de ferrocarril, ampliación de puertos, e infraestructura de suministro de servicios (agua, electricidad). Por debajo del agua también se ofrece estricto control sindical; de hecho el contrato con un sindicato blanco se firma antes de inaugurar las nuevas plantas.
La inversión extranjera llega a México con alfombra roja; es receptora de múltiples privilegios fiscales, de inversión pública atractiva, de control sindical y salarios bajos. Todo para crear vitrinas de exhibición como joyas de la estrategia económica.
Vista en su conjunto la estrategia económica es la de venta/país como forma de allegarnos dólares, que a final de cuentas se convierten en importaciones de bienes que podríamos producir internamente y realmente crear empleo y bienestar. Somos importadores de una enorme proporción de los alimentos, la ropa, el calzado y los electrodomésticos que consumimos.
La estrategia basada en la atracción de IED es un arma de triple filo en contra de los mexicanos. Se “come” el presupuesto y la atención gubernamental para construirle espacios atractivos, como por ejemplo: las zonas económicas especiales; e incluso sacrifica ingresos fiscales futuros. Exige un entorno de bajos salarios y control sindical que ha impedido el fortalecimiento del mercado interno y de hecho ha arrojado a la quiebra a gran parte de las empresas pequeñas y medianas que lo abastecían. Nos convierte en consumidores hasta de importaciones “simples”, que no requieren ninguna sofisticación tecnológica y que obviamente podríamos producir.
Así que la próxima vez que se entere de que el presidente inauguró una nueva planta de propiedad extranjera, o que le puso infraestructura a una transnacional, o simplemente presumió de la “confianza” que nos tienen los inversionistas extranjeros, sepa que esto tiene un enorme costo para el resto de los mexicanos. Mientras la IED cuenta con tapete rojo, lo que queda del empresariado nacional y del mercado interno se desintegra.