La pirámide mexicana de la desigualdad

  • Miguel Ángel Sosme Campos
México, honrando a su arquitectura precolombina, es una pirámide compleja de clases sociales.

México es un mosaico de colores, sonidos, rituales, lenguas y expresiones artísticas. Su población indígena estimada en 6.8 millones de personas (INEGI, 2010) hablantes de 68 idiomas con 364 variantes lingüísticas, identifican y enriquecen el panorama social y cultural del país. Este crisol se nutre también de la población afromexicana que constituye la llamada “tercera raíz”, así como de los numerosos descendientes de migrantes de origen europeo, asiático y sudamericano que arribaron durante los siglos XIX y XX, huyendo muchas veces, de los conflictos armados y la intolerancia política de sus naciones.

La convivencia diaria entre las etnias y pueblos que conforman México, se expresa en una variada gama artística, literaria, gastronómica, filosófica, religiosa y cultural que nos consolida como uno de los países más diversos del mundo. Diversidad admirada, descrita y plasmada elocuentemente por viajeros como Alexander Von Humboldt y Madame Calderón de la Barca, por artistas sensibles a la realidad social como Carl Nebel, o por ilustres pensadores contemporáneos de la talla de Octavio Paz. Este último, lúcidamente arguyó en su afamado “laberinto de la soledad”, que en México no sólo conviven diversas razas y lenguas, sino también numerosos niveles históricos (Paz, 1991), los cuales se entrelazan con los de por sí marcados niveles de ostentación o carencia de la riqueza y ejercicio del poder que derivan en un país asimétrico, partido por la mitad, dividido entre ricos y pobres, norte industrial contra sur agrícola y rural, poderosos versus desposeídos, visibles con voz y voto contra olvidados y marginales.

En efecto, nuestra nación plural y colorida, es también una mezcla pavorosa de desigualdades, de opulencia y derroche desmesurado entre sus élites, de carencias y necesidades insatisfechas entre sus sectores más pobres. México, honrando a su arquitectura precolombina, es una pirámide compleja de clases sociales, un basamento irregular de gruesa base pétrea que sostiene un cénit minúsculo plagado de corruptelas.

El país es uno de los más asimétricos del planeta y el segundo con mayores niveles de desigualdad de la OCDE. Según datos aportados por Oxfam México en su estudio “Desigualdad Extrema en México” (a propósito, uno de los grandes aportes académicos del año recién concluido), el crecimiento económico del país es magro, la pobreza persiste pero la fortuna de unos cuantos sigue multiplicándose. Lo anterior como producto entre otros factores, de una recaudación fiscal complaciente, generosa con la clase más privilegiada pero punitiva con los más pobres;  como resultado de una distribución desigual de los recursos públicos (apenas se redistribuye el 1.1% de lo recaudado por el Estado), de la escasa e incompleta inversión social cuyos recursos atraviesan con frecuencia, el filtro de funcionarios corruptos comprometidos con sus bolsillos.

La jerarquización de las clases en México es sólida y al mismo tiempo rígida, siendo escasas las las posibilidades de ascenso y movilidad social. En este sentido, en la parte superior de la estructura piramidal descrita, se ubica el 1% de la población mexicana, acaparadora del 43 % de la riqueza nacional (OXFAM México, 2016). En este sector encontramos a los millonarios exitosos, algunos de pasado oscuro, cautelosos beneficiarios del FOBAPROA y las reformas estructurales que, despojando al país de sus recursos y patrimonio, los catapultaron a las listas de los más ricos y poderosos de Forbes. Personajes vinculados a la evasión fiscal y a los grandes oligopolios mediáticos, destacan aquí los once empresarios y políticos mexicanos que en 2016 fueron exhibidos en los Panama Papers, investigados por el SAT sin consecuencia alguna y que, seguramente en 2017, obtendrán no sólo el indulto sino además la disculpa pública. Ellos son los de arriba, los aliados de las élites políticas, los que infringiendo las leyes se enriquecen en un entorno de impunidad y encubrimiento, los cerebros que no sólo mueven a México, sino que por ambición e interés, lo sacuden enérgicamente hasta sacarle el último centavo del bolsillo.

Peldaños abajo se ubica la clase media, un sector cada vez más reducido, conformado por el 39% de la población (INEGI, 2010), el cual mantiene ingresos que oscilan entre 15,000 y 45,000 dólares anuales por hogar. Se trata de un estrato conformado por oficinistas, técnicos, empleados, supervisores, medianos empresarios, artesanos calificados y profesionistas exitosos, según lo publicado por PROFECO en el Diario Oficial de la Federación en 2014. Un sector privado de la opulencia  de los grandes ricos pero alejado de la carestía y la exclusión que enfrentan los más pobres. Una fracción poblacional que por estar en el centro, contar con instrucción escolar, recursos y conocimiento de la realidad, debería asumir una responsabilidad dialógica y de transformación.

Sosteniendo la pirámide se hallan los más pobres, los sin nombre, los olvidados. Aquellos que constituyen la estructura más gruesa, la mano de obra barata que genera la riqueza del país, aunque ésta nunca les sea repartida. Ellos representan el 60% de la población mexicana (PROFECO, 2014) y son quienes enfrentan los estragos del sistema económico nacional.

De entre los pobres, los más lastimados son aquellos pertenecientes a alguna etnia indígena. Según el estudio de Oxfam México, la tasa de pobreza extrema para la población indígena es casi cuatro veces más alta que la de la población general, siendo la etnia, un factor que incide en la marginación social. De este modo, los trabajadores agrícolas que hablan alguna lengua indígena perciben casi la mitad de lo que usualmente se ofrece al resto de la población (Oxfam México, 2016), además de enfrentar el señalamiento y la estigmatización pública.  La realidad resulta aún más cruda para las mujeres indígenas, quienes enfrentan una opresión triple, por su clase, etnia y género.

Ellos son los de abajo, un sector ignorado, a veces olvidado hasta por la propia estadística. La carencia de recursos es causa de este olvido, pero también la política pública y el racismo que como sociedad aún negamos. Las historias del estrato más bajo las conocemos por las notas policiacas, de pronto por los actos caritativos efectuados en su beneficio, pero son en esencia invisibles. ¿Cómo transformar lo inexistente? Es preciso nombrarlos, conocerlos, contar sus historias, hacerlos visibles.

En este sentido, a ellos, a sus realidades, vivencias, necesidades, trabajo creativo y lucha diaria se dedica esta columna en E-Consulta Vearcruz, un medio plural, abierto a las diversas formas de pensar, militancias e ideologías. Un espacio que confía en la juventud y el talento de los veracruzanos, incluso de aquellos que como yo, recién inician su camino profesional.

De este modo, Los de abajo pretende retribuir la confianza de este medio así como las atenciones y saberes compartidos por las personas con las que trabajo, la mayoría de ellos indígenas nahuas de la Sierra de Zongolica y la Sierra Norte de Puebla, así como personas de diversos grupos étnicos dedicadas a la producción artesanal y la promoción de los saberes tradicionales. Espero, apreciable lector, en las próximas publicaciones compartir con usted aquello que me apasiona: el trabajo en comunidades. Lo hago con gusto, como profesionista, pero también como ciudadano comprometido con el cambio social, como joven soñador que aún mantiene la esperanza de un país justo y equitativo, con pirámides no de desigualdad, sino de conocimientos y reconocimiento de nuestra riqueza cultural. 

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Miguel Ángel Sosme Campos

Miguel Ángel Sosme Campos es licenciado en Antropología Social por la Universidad Veracruzana y maestro en Ciencias Sociales por la misma institución. Es autor del libro “Tejedoras de esperanza. Empoderamiento en los grupos artesanales de la Sierra de Zongolica” (El COLMICH), y coautor de artículos y libros sobre arte textil indígena y estudios de género, los cuales han sido publicados por el CONACULTA, INAH, UAM y la Universidad Veracruzana.

Ha obtenido los siguientes reconocimientos: Premio Nacional Luis González y González (El Colegio de Michoacán, recibido en el año 2014), Premio INAH Fray Bernardino de Sahagún (Instituto Nacional de Antropología e Historia, obtenido en 2014), Premio Arte Ciencia Luz (Universidad Veracruzana, año 2014) y Premio de Tesis en Género “Sor Juana Inés de la Cruz” (Instituto Nacional de las Mujeres, 2014).

Desde marzo de 2015 a la fecha, colabora en el proyecto Etnografía de los Pueblos Indígenas de México, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).