Este texto, amable lector, lo empecé a escribir esta mañana de lunes, 29 de agosto de 2016. Me levanté tarde, con los celulares apagados, me dispuse a escribir su columna de los lunes, que trataba, básicamente, sobre un artículo que vi en internet acerca de un estudio científico que realizó alguna universidad de la India; terminé mi columna, la guardé, y me di cuenta, con horror, que no podía ser lunes 29 de agosto. Que ya es 5 de septiembre. Volví a ver la pantalla de mi versión xalapeña de Jarvis, o sea mi computadora, y efectivamente, era lunes 29.
Usted dirá que es sólo un error de parte de la compu. Dirá que no tendría que importar, porque uno, naturalmente, sabe perfectamente su lugar en el mundo y el tiempo en el que vive, y yo no podría debatirle tan buenos argumentos. Pero lo haré, porque la razón por la cual su teléfono “inteligente” y el mío marcan la hora y la fecha, es para que usted vea y sepa la hora y la fecha. La razón por la que las computadoras tienen un reloj, con fecha, responde al mismo asunto. Es decir, es posible y perfectamente razonable que usted simplemente se levante de la cama, y sólo sepa que es lunes, un día de la semana en que hace ciertas cosas que no hace los martes o miércoles, no importando el número de día que tengan. Es mi caso.
Le pondré al tanto de la gravedad del asunto: hasta hace un par de horas (o sea en agosto) yo tenía al menos unos tres días para pagar la luz. Justamente eso fue lo que me horrorizó más. Ahora (septiembre) tengo tres días de retraso en ese pago, y en cualquier momento llega un electricista, me corta la energía eléctrica, ceno a la luz de las velas, se me echa a perder el pescado que acabo de comprar, no termino de escribir mi columna y me quedo incomunicado. Al mismo tiempo (o sea, entre agosto y septiembre) ya tengo un par de días de retraso en el pago de mi renta, lo cual también me preocupa. Menos, porque no implica quedarme incomunicado con desperdicios tóxicos en mi refrigerador.
No es la primera vez que viajo en el tiempo. Hace un par de días recordaba con una amiga que una vez, cuando vivía en Córdoba y estudiaba en Orizaba, me subí al camión a las dos de la tarde y me bajé, después de un viaje que no debe durar más de 40 minutos, a las 7:30 de la noche, con todas las luces de la ciudad encendidas, y con mi cara de ¿qué pasó aquí? En realidad no viajé en el tiempo. La explicación de lo que pasó es que me quedé dormido y casi con los signos vitales de un cadáver, de tal manera que llegué a Córdoba, volví a Orizaba, volví a llegar a Córdoba, volví a Orizaba, tal vez repetí una o dos veces más ese trayecto, y me desperté llegando a Córdoba. Para mí definitivamente no pasaron las cinco horas que en realidad pasaron; además la Teoría de la Relatividad podría apoyarme, si la uso mañosamente (tomaremos prestado aquí un ejemplo clásico para explicar la teoría de la relatividad: dos hermanos gemelos, uno viaja al espacio y regresa 40 años después sin signos de envejecimiento, mientras el que se quedó en la tierra sí los presenta). Yo estoy convencido que, de haber tenido un hermanito gemelo que me esperara en Córdoba desde las 2:40 de la tarde, a las 7:40 que hubiera llegado a casa, seguramente la bilis y el ceño fruncido lo harían ver mucho más viejo que yo, que además venía muy descansado y de buenas porque dormí como cinco horas a pierna suelta.
Claro que hay viajes en el tiempo programados, y esos son más cortos, pero no menos interesantes: el Horario de Verano, por ejemplo: yo todavía no termino de creer que el horario de verano sirva para ahorrar toda la energía que dicen que se ahorra, pero a mí me gusta la idea de viajar en el tiempo. Cuando inicia el asunto y adelantamos nuestros relojes, nadie repara mucho en la hora que nos quitan. Como si no importara. ¡Es una hora y nos la quitan! Lo mismo pasa cuando nos la devuelven. Tenemos una hora que es la misma hora que acaba de pasar, por lo cual tendremos la oportunidad de reparar alguna tontería que hayamos hecho durante la hora anterior. O simplemente, disfrutar de esa hora sin tiempo que tenemos, no pasar prisas, o dormir una hora más.
Amable lector, le cuento que ya reparé lo que mi viaje en el tiempo había puesto en peligro. Hice lo que debí hacer desde hace una semana, que era pagar la luz, la renta y casi terminar de escribir mi primera columna de septiembre. Y además archivé una columna, que es algo que jamás había podido hacer. Ya quiero viajar al próximo lunes para saber qué se siente no tener la angustia que siempre tengo por no saber qué escribir en este espacio.
Lo bueno de: viajar en el tiempo
El tiempo es toda una discusión. Es el tormento de muchos y el deleite de mucha menos gente. Para muchos el tiempo es un problema y todos conocemos miles de expresiones al respecto de “perder el tiempo”, “hacer tiempo”, “matar el tiempo”, entre muchas otras. Sin duda, el correr del tiempo ha sido tema, inspiración y problema de una gran cantidad de artistas, y por supuesto músicos. Borges decía que la música era la más dócil de las formas del tiempo. Y como siempre, tenía razón.
Mi recomendación musical tiene que ver con todo esto. Hoy, si no me equivoco ni viajo a otras semanas, se celebra el cumpleaños del que tal vez sea el más grande cantante del rock que haya existido: Freddy Mercury. Le invito a celebrar escuchando mi canción preferida de Queen: “Innuendo”, del disco del mismo nombre, que sería el último trabajo de estudio del gran Freddy Mercury, que muriera el mismo año de la publicación del “Innuendo”, 1991. Nos leemos el lunes.
El tiempo pasa y pasa y usted aún no me sigue en tuiter: @albantro