La clase política corrupta; el periodismo vendido; la sociedad anquilosada; el hoy por construir…
- José Luis Ortega Vidal
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Detrás de Pepe, Héctor y Miguel Angel Yunes existe una inmensa caravana de aspirantes a incrustarse en cargos públicos, a manejar presupuestos del erario veracruzano, a emular al “Tlacuache” Garizurieta” y evitar –a toda costa- vivir fuera del presupuesto que es vivir en el error.
Ocurre exactamente lo mismo detrás de Gerardo Buganza, de Erick Lagos, de Alberto Silva.
Es exactamente el mismo caso de Cuitláhuac García, Rocío Nahle y todos aquellos que se cuelgan de las valencianas de Andrés Manuel López Obrador y de los perredistas, pevemistas, encuentrosocialistas, independentistas y todos los istas y todos los partidos y todos los caminos que para acceder a las tetas del poder se inventen esta semana o la que siguen: ad infinitum.
Nadie se salva: detrás de, junto a, o dentro de proyectos presuntamente llenos de compromiso social y con su particular ideología y proyecto de trabajo se encuentran la ambición, la codicia, la convicción de que “hay que chingar porque atrás te vienen chingando”.
Esta circunstancia disfrazada de fervor social, de afanes de servir a Veracruz, de amor por el prójimo, de crítica valiente hacia los gobiernos anteriores y el actual, responde a un fenómeno cultural muy veracruzano y muy mexicano: nuestra clase política –toda- es así: está diseñada para la corrupción más que para el ejercicio honesto y eficaz del poder.
Y ocurre lo mismo con la mayor parte de nuestra sociedad.
Duele, pero la mexicana es una sociedad proclive a la corrupción y la ineficacia; que ha construido grandes obras y ha obtenido notables logros a lo largo de su historia porque es –dialécticamente- una sociedad repleta de talentos y destacados recursos humanos y naturales.
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Por lo que hace al lado criticable de nuestra sociedad, de esta cultura lamentable de corrupción, impunidad, injusticia, no se salva nadie, ni el periodismo.
Hay medios –la mayoría- y reporteros así como articulistas –la mayoría- que dedican tiempo y letras a denostar o alabar a enemigos o aliados, a llevar una crónica puntual de lo que dicen, hacen, dejan de hacer, insinúan los protagonistas del poder veracruzano o nacional.
En el colmo de la exageración y de la desesperación, en el cenit del éxtasis reporteril, muchos colegas –la mayoría- se convierten en una suerte de adivinos y nos comparten lo que creen que piensan, que quisieron decir, que proyectan y que “seguramente” harán los políticos de uno o de otro partido.
Y claro, detrás de la inmensa de mayoría de estos textos alejados casi todos de sustento, de pruebas, de datos duros, de elementos de estricta investigación profesional; basados en simples declaraciones recogidas en montón de grabadoras, aparecen los intereses económicos de cada uno, de cada cual, tanto del lado del político como del lado del periodista o del aspirante a serlo o de aquel que se disfraza y sabe venderse.
Reitero: esto no es un fenómeno sólo estatal, sino una característica de la cultural periodística nacional.
Los llamados “periodistas nacionales”, que en sentido estricto son periodistas de la ciudad de México con acceso a una proyección en la República a diferencia de los estatales que sólo se leen en su respectiva entidad y si bien les va –gracias al mundo digital- serán leídos en uno que otro lugar- desde periódicos como El Universal, PROCESO, Excélsior, Milenio, Reforma, La Jornada, etcétera, comparten textos en los que nos enteramos que “siempre supieron” lo que pasaría y pasó en Ayotzinapa”; que le adivinan el pensamiento a Enrique Peña Nieto y su gabinete entero; que desmenuzan lo acontecido en “el caso Narvarte”; que son, pues, más papistas que el Papa.
Las televisoras del país ofertan contenidos caracterizados mayoritariamente por la mediocridad y la parcialidad; por la manipulación y la defensa a ultranza de intereses muy ubicados: políticos y empresariales, siempre aliados, clientes o padrinos de las empresas del ramo.
La radiodifusión es un espacio de claros y oscuros.
Las redes sociales son un espacio de democratización informativa en construcción que padece la invasión de mucha basura individual y colectiva, oficial y no oficial.
En la ciudad de México ocurre lo que en Veracruz: muchos son los que escriben y muy pocos los que vale la pena leer.
Y a menudo ocurre que uno puede encontrar en nuestra entidad a periodistas lúcidos, profesionales y comprometidos con la objetividad, que brillarían en cualquier parte del mundo pero por múltiples razones –algunas sólo ellos las conocen- no salen de la aldea.
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Pasar de una clase política que se auto protege vía la partidocracia, que se reparte el erario público como hienas y lo hace después de pelear unos con otros con la misma pasión que al día siguiente se presentan aliados; de una clase política ignorante, torpe, gandaya, profundamente corrupta…a una clase política menos corrupta y más eficiente, capaz de construir un país, un estado desarrollado, lleva mucho tiempo: décadas, siglos; es un tema de avance parcial y generacional. Es un tema de construcción histórica.
Ocurre lo mismo con la sociedad.
Es el mismo caso del periodismo: evolucionar de una Prensa sometida a los intereses políticos y empresariales, presa de la censura pero también de la autocensura, victima de la ignorancia, confusa en términos de su identidad histórica, gremial, técnica, profesional, social, acorralada por abusos y abandonos laborales y políticos…a una Prensa libre, crítica, reflexiva, propositiva, autocrítica, culta, técnicamente bien consolidada, estructuralmente poderosa sobre la base del compromiso social, económicamente firme: llevará tiempo, décadas, siglos, es un tema de avance parcial y generacional. Es, otra vez, un tema de construcción histórica.
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Padecemos una clase política reprobable acompañada de un periodismo empobrecido: somos una sociedad inconsciente de nuestras capacidades y poder, sumida en el conformismo y presa de estructuras anquilosadas y corroídas por nosotros mismos.
Nuestros niveles de discurso político, periodístico, social, son bajos.
Urge, por tanto, sentar las bases para un México y un Veracruz sin impunidad, sin injusticia, sin corrupción y sólo será posible lograrlo desde la combinación de lo individual con lo colectivo, desde la diversidad y multiculturalidad que se une a partir de las visiones y las necesidades específicas; desde la educación y la equidad; desde el hoy, con base en el ayer y con la perspectiva del mañana.