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Porfirio enfrenta el Alzheimer en soledad en Xalapa

  • Francisco de Luna
Porfirio Leal lucha a diario con la soledad y con su Alzheimer que lo atormenta; él vive en condiciones deplorables en el centro de Xalapa.

Xalapa, Ver.– En el callejón González Aparicio, a unos pasos del bullicio del centro de Xalapa, sobrevive Porfirio Leal, un hombre de más de 80 años cuya vida transcurre entre paredes húmedas, basura acumulada y un silencio que lo envuelve.

El Alzheimer le ha arrebatado recuerdos: ya no distingue rostros ni nombres, ni sabe en qué día vive. Lo único que permanece es su cuerpo frágil, deshidratado y desnutrido, recluido en una vivienda sin agua ni electricidad, donde lo acompañan únicamente moscas, comida en descomposición y el olor penetrante de los desechos humanos.

Los vecinos del callejón lo conocen bien. Lo han visto caminar desorientado, murmurar frases sueltas y dormir entre cartones y colchones viejos. Con lo poco que tienen, intentan ayudarle: le ofrecen agua, comida y, a veces, medicamentos.

“Sabemos que tiene familia, pero lo han dejado a su suerte”, relató una vecina que le lleva alimentos cuando puede. “Nos parte el alma verlo así, pero no podemos hacer mucho más”.

De acuerdo con los colonos, Don Porfirio vivía con su hermana menor, pero ella falleció alrededor de 2017. Desde entonces, nadie se hace cargo de él. Ahora, los vecinos piden la intervención de especialistas y de las autoridades para garantizar su atención.

La preocupación crece no sólo por las condiciones infrahumanas en que vive, sino también por el riesgo sanitario que representa la situación en un callejón que conecta con la calle Primo de Verdad, en pleno centro histórico de Xalapa.

La exigencia vecinal es contundente: atención médica urgente, alimentación adecuada y una vivienda digna. “No se trata de caridad —dicen—, sino de justicia. Las autoridades deben actuar de inmediato para asegurar su bienestar y seguridad”.

Hasta ahora, ninguna instancia oficial ha acudido al llamado. Don Porfirio sigue ahí, en el callejón, entre muebles viejos y una cobija raída, esperando que alguien lo vea, lo escuche y lo rescate.