Thaddeus Daniel Pierce vino al mundo el pasado sábado en Ohio, pero su historia comenzó mucho antes de que sus padres siquiera se conocieran. Su nacimiento ha sido bautizado como el del “bebé más viejo del mundo”, y no es una exageración: el embrión que dio origen a su vida estuvo congelado durante más de 30 años, estableciendo un nuevo récord mundial.

Lindsey y Tim Pierce, de 35 y 34 años, intentaron durante siete años convertirse en padres. Fue entonces cuando encontraron una alternativa inesperada: adoptar un embrión congelado. Su búsqueda los llevó hasta un pequeño laboratorio en Tennessee, donde Rejoice Fertility aceptó transferir un embrión almacenado desde 1994, sin importar su edad.

Ese embrión pertenecía a Linda Archerd, una mujer que en los años noventa congeló cuatro embriones junto con su entonces esposo. Uno de ellos se convirtió en su hija, hoy de 30 años. Los otros tres quedaron almacenados por décadas, mientras Linda seguía pagando miles de dólares anuales para conservarlos. Para ella, desecharlos, entregarlos de forma anónima o destinarlos a investigación no era una opción: quería que nacieran y formar parte de sus vidas.

Fue así como encontró a los Pierce a través de una agencia cristiana de adopción de embriones. El programa les permitió conocerse mutuamente antes de concretar la donación. La conexión entre ambas familias se dio sin imposiciones, pero con claridad: Linda deseaba que el bebé creciera en un hogar cristiano y estadounidense, y los Pierce encajaban perfecto en ese perfil.

Cuando Lindsey supo la edad del embrión que llevaría en su vientre, sintió que estaba entrando en una película de ciencia ficción. “Fue como retroceder en el tiempo”, confesó en entrevista con *MIT Technology Review*. Sin embargo, lo que más importaba para ella y su esposo no era el récord, sino cumplir su sueño de tener un hijo.

El nacimiento de Thaddeus ha captado la atención mundial no solo por el inusual tiempo de congelación, sino por la manera en que conecta dos generaciones: mientras su media hermana ya es adulta, él apenas comienza su vida, ambos nacidos de la misma fertilización in vitro realizada hace tres décadas.

Hasta el momento, Linda aún no ha conocido en persona al pequeño Thaddeus, pero asegura que ya nota similitudes con su hija. Más allá del dato científico, este bebé simboliza el poder de la esperanza, la tecnología y los lazos que pueden formarse entre personas separadas por años, pero unidas por el deseo de dar vida. (EP)