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Crecer entre faros: Alfredo conoció primeros los lobos de mar que las gallinas

  • Iraís García
Alfredo Casarín fue guardafaros en la Isla de Santiaguillo a los 17 años, un oficio ya extinto en México.

Alfredo Casarín Padilla nació en el puerto de Veracruz y creció entre faros. Es un hombre sonriente, su cabello corto, bien peinado y blanco. Su piel llena de pecas reflejan los años que pasó bajo el sol. Es muy elocuente y los recuerdos de su vida cerca de los faros regresan a su memoria con gran facilidad.

Su padre Alfredo Casarín fue guardafaros. Sus recuerdos de la infancia transcurren entre diversas ciudades como Baja California, Mazatlán y Veracruz. Incluso recuerda cómo, en lugar de montarse a carritos o triciclos, su padre lo montaba en los lobos marinos que se apostaban en las inmediaciones del faro donde laboraba en Cabo San Lázaro, en la punta de Baja California.

“Él tenía su novia. Allí, en Guaymas, Sonora, le propuso matrimonio y ahí empezó la vida de guardafaros de mi padre lo que me hace pensar que yo soy guardafaros desde que nací. Siempre estuve ligado al mar, a los faros, a las islas  (...) yo primero conocí las langostas, los lobos marinos antes que los perros o gallinas”, recuerda Alfredo.

Él, su hermana, padre y madre se mudaron muchas veces, recorrieron el país de faro en faro hasta en lugares en donde no había mar, como Patzcuaro, Michoacán, donde existió un faro en la laguna.

Así continuaron su vida hasta que Alfredo aprendió de su padre todo lo que sabía y cuando se dio la oportunidad, buscó también ser guarda faros.

SANTIAGUILLO

El guardafaros fue una figura sumamente importante para los puertos y la navegación marítima en México. Vivían una vida solitaria, siempre pendientes de que la luz del faro nunca se apagase para orientar a los barcos que navegaban en las cercanías. 

Tenía 17 cuando cuando se inició oficialmente como guardafaros y consiguió su primera asignación. Alfredo recuerda que cuando le dijeron que trabajaría en el faro de Santiaguillo pensó que tenía muy mala suerte.

Santiaguillo ni siquiera es una isla. Es un islote pequeño, en donde no hay vegetación ni ninguna construcción a excepción del faro que se levanta en medio del islote formado por pedazos de conchas y coral. También tenía un pequeño muelle, pero no había más.

 “Ahí no hay nada. Nada. Un día llegó una tormenta (...) sólo vivíamos yo y un gato, era como que mi acompañante. El temporal no se iba (...) habían pasado cuatro días sin comida, y ya estaba yo mareado entonces fue cuando pensé en comerme al gato. Lo busqué por todos lados, ahí es un lugar en donde no hay donde esconderse, ni una rata, nada, sin embargo el gato no apareció”, recordó.

Al quinto día llegó su salvadora: su madre. Ella convenció a un pescador de salir a altamar y llevarla hasta Santiaguillo, a pesar de que la navegación aun estaba cerrada por el temporal. Le pagó al pescador y cargó la lancha con comida para prepararle a su hijo.

“Ella llegó y cuando el gato olió la comida, se apareció”, recordó entre risas.Mi madre se regresó y ahí seguí. La monótona vida que es estar en un faro máxime, si es el faro de Santiaguillo”.

MISIÓN Y TEMORES

El objetivo primordial del guardafaros es mantener la luz encendida. Darle mantenimiento al faro y cerciorarse que estuviera conectado al gas - que entonces era lo que se usaba para alimentar la luz - no había ningún motivo para que pudiera apagarse su luz.

Alfredo recuerda que cuando el sol comenzaba a ocultarse disfrutaba los colores que se pintaban en el cielo y combinaba con el mar, después encendía su lámpara de aceite y comenzaba a subir la empinada escalera para encender la luz. Todo debía estar listo al anochecer.

“Tenía que estar al pendiente en la noche de que no se fuera a pagar. No, es cosa que estuviera uno despierto ahí mirando, todo el tiempo. Se enseña uno; yo ponía una sábana allá afuera donde se reflejaba el haz de luz del faro y acomodaba mi cama, quedaba en frente, entonces me dormía y a cada rato despertaba y veía la luz reflejada y así no tenía que estar saliendo a ver si seguía encendido”, dijo.

Sabía que su principal misión era proteger al navegante.

“Si no fuera por el faro podrían encallar, por ejemplo; perderían el rumbo”, comentó.

La soledad era uno de sus principales enemigos, a veces, se combinaba con el miedo, sobre todo, en las noches de tormenta o durante los huracanes. Alfredo vivió en las pequeñas islas durante casi 7 años, y pasó en ellas temporales, ciclones, temblores y una experiencia cercana a la muerte.

“Lo sabroso, lo bueno cuando había tormenta (...) si aquí en su casa, cómodamente, incluso hasta acostaditos en su cama les parece horrible una tormenta, imagínense allá que no hay nada, nada que me cubriera, sobre todo en Santiaguillo. Se siente toda la fuerza de la tormenta y uno está en medio de los rayos que caen a tu alrededor”, explicó.

A su vez, esto era un espectáculo que le maravillaba, pues el mismo rayo se veía dos veces; uno cayendo del cielo y el otro reflejado en el mar. La situación era muy similar cuando había huracanes, solo que con vientos que azotaban las paredes del faro y parecía que lo derribarían.

Recuerda el rugido del marque parecía estar enojado en los temporales y también durante un temblor que vivió en la isla de Sacrificios, donde el mar hacía un ruido ensordecedor.

Durante un norte intenso, Alfredo salió al muelle para asegurar su pequeña lancha y cuando estaba haciendo los amarres resbaló y cayó al mar que tenía una marejada muy fuerte. Recuerda la desesperación, el dolor en el pecho, el ardor de los pulmones que se llenaban de agua, y su pensamiento, no rendirse, luchar, y así tomaba un poco de aire, y otro poco entre el embiste de las olas, aferrado a un costado de la lancha, hasta que tomó fuerza y pudo subirse a la embarcación.

Paradójicamente, Alfredo y su padre, a pesar de haber pasado una vida en el mar, no sabían nadar. Nunca aprendieron y aun así, vivieron rodeados de agua durante años, incluso pasaban su tiempo libre siendo fareros pescando pulpo y bañándose en el agua de mar. 

Y esos momentos son los que Alfredo atesora más, recordar el tiempo que compartió oficio con su padre en el mismo faro; él como ayudante cruzando hacia Antón Lizardo en una pequeña embarcación de madera que su padre había construido. 

HISTORIA DE LOS FAROS

En Veracruz, la historia de los faros comienza a finales del siglo XVIII cuando en una de las torres de la fortaleza de San Juan de Ulúa, la que mira hacia el lado norte, se construyó un faro, que entonces, se alimentaba de aceite de ballena, que era lo que mantenía la flama viva.

El director del Museo de la Ciudad, Ricardo Cañas Montalvo, explicó que durante años este faro utilizado como guía para llegar a Veracruz. Los navegantes lo usaban para lograr entrar al puerto de Veracruz cuando la torre del Faro de San Juan de Ulúa y la torre de San Francisco estaban alineadas, porque era el momento de dar vuelta  180° para poder entrar a Veracruz . 

“Este faro funcionó de 1795 hasta que se va a hacer un nuevo faro hacia 1872. Octubre de ese año, el año en que muere el licenciado Benito Juárez García se comenzó a usar el de la iglesia de San Francisco, lo que hoy es el recinto de las reformas, al día de hoy se le sigue llamando faro Benito Juárez”, explicó Cañas Montalvo.

Lo que se hizo fue que al campanario de la entonces Iglesia de San Francisco se le cerraron los arcos, se le instalaron ventanas y se colocó el faro que también funcionaba con aceite. Después se construyó el de la Isla de Sacrificios, pero no era el que actualmente se encuentra ahí.

“Un pequeño faro no es el que se encuentra ahorita, es otro, este era metálico, la base era por supuesto de mampostería y se le va a construyó una casa del farero”, narró.

Para 1910 se inauguró el “Faro Venustiano Carranza” que fue el primer faro eléctrico de la ciudad. Este edifico albergaba entonces la dirección general de faros.

Poco a poco comenzaron a cambiarse los demás faros para que también funcionaran con energía eléctrica pero fue un proceso largo.

“Era una verdadera maravilla porque desde muy lejos se podía apreciar el haz de luz inclusive en tierra, se podía apreciar en luz hasta inclusive hasta Teocelo. Allá, en las noches  (...) se llegaba a distinguir el haz de luz, era un faro extremadamente poderoso, repito, de fabricación inglesa”, recordó el director del Museo de la Ciudad. 

Sin embargo, con la construcción del edificio que albergó al Banco de México, donde ahora está la dirección de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) comenzó a tapar parte de la proyección de luz del faro, y hubo quejas por parte de los marinos internacionales, por lo que se colocó otro faro en este edificio también.

En las islas, de acuerdo con Cañas Montalvo, se hicieron casas del farero para que los guardafaros pudieran vivir ahí. 

“El farero era una persona muy importante. Los había prácticamente en todos esos edificios, el farero se quedaba, vivía con su familia o solo en esa pequeña casa y estaba siempre al pendiente del faro; aceitándolo, dándole mantenimiento, y constantemente se le llevaban provisiones por medio de lanchas”, comentó.

La figura del guardafaro fue tan importante que fue justamente el guardafaros Medina, en 1914, fue quien se percata y da aviso de que había comenzado el desembarco de los norteamericanos. Cuando él grita para dar aviso, los veracruzanos comenzaron a prepararse para la defensa.

FAROS ACTUALIDAD

El  “Cuaderno de Faros” de la Secretaría de Marina indica que el estado de Veracruz tiene 13 faros.

  1. Faro Isla de lobos se ubica entre Tuxpan y Tecolutla. Es una torre troncocónica de concreto de 30 metros de altura y color blanco. Tiene un sistema de energía fotovoltaico y cuenta con su planta motogeneradora.
  2. Faro la barra Tuxpan está ubicado al lado norte de la desembocadura del río en el puerto de Tuxpan. Es una torre troncocónica de concreto de 22 metros de altura y color blanco. Tiene un sistema de energía comercial y cuenta con su planta motogeneradora.
  3. Faro Tecolutla está ubicado en el puerto de este municipio. Es una torre troncocónica de concreto de 22.5 metros de altura y color blanco. Tiene un sistema de energía fotovoltaico.
  4. Faro Punta Delgada se ubica en Jesús Carranza. Es una torre cilíndrica de concreto de 32 metros de altura y color blanco. Tiene un sistema de energía fotovoltaico y cuenta con su planta motogeneradora.
  5. Faro Nautla. Es una torre cilíndrica de concreto de 22 metros de altura y color blanco. Tiene un sistema de energía comercial y cuenta con su planta motogeneradora.
  6. Faro Sacrificios que se encuentra en el  puerto de Veracruz.  Es una torre cilíndrica de concreto de 43.6 metros de altura y su color incluye franjas horizontales negras y blancas. Tiene un sistema de energía fotovoltaico y cuenta con su planta motogeneradora.
  7. Faro Ista de Enmedio se encuentra  en Antón Lizardo. Es una torre troncocónica de concreto de 14 metros de altura y color blanco. Tiene un sistema de energía planta motogeneradora
  8. Faro Santiaguillo también se encuentra en Antón Lizardo. Es una torre cilíndrica de concreto de 38 metros de altura y color blanco con rojo. Tiene un sistema de energía fotovoltaico.
  9. Faro Alvarado Monte Simón se encuentra en el puerto de Alvarado. Es una torre cilíndrica de concreto de 25 metros de altura y color blanco con una franja roja horizontal. Tiene un sistema de energía comercial.
  10. Faro Zapotitlán se ubica en Coatzacoalcos. Es una torre troncocónica de concreto de 28 metros de altura y su color incluye franjas horizontales rojas y blancas. Tiene un sistema de energía fotovoltaico.
  11. Faro Roca Partida se encuentra en Catemaco. Es una torre cuadrangular de mampostería de 13 metros de altura y color blanco. Tiene un sistema de energía fotovoltaico.
  12. Faro Tonalá. Es una torre cuadrangular de concreto de 18 metros de altura y su color incluye franjas horizontales rojas y blancas. Tiene un sistema de energía fotovoltaico.
  13. Faro Lucio Gallardo y Pavón se localiza en Coatzacoalcos. Es una torre octagonal de concreto de 25 metros de altura y su color incluye cuadrados rojos y blancos. Tiene un sistema de energía comercial